Capítulo I
Caminé con total determinación por entre un montón de mesas redondas perfactamente ubicadas dónde las personas se sentaban a comer mientras tenían conversaciones amenas.
Respiré profundo manteniendo una única idea en mi cabeza. Me había costado la vida entera llegar hasta tal punto y justo por eso era que ni el desesperado temblor de mis piernas lograría detenerme.
Ignorando mi alrededor mis ojos se enfocaron en esa silueta que divisaba a lo lejos. Una sonrisa brillante marcada en sus dientes blancos, con unos labios carmesí que le hacían compañía.
Enfocada en su conversación, ella no esperaba mi presencia ni lo que venía conmigo. Apreté con fuerza el anillo que escondía en mi puño motivándome a enfrentar lo que tanto había planeado. Aclaré mi garganta cuando llegué a su lado e ignorando sus ojos abiertos en sorpresa, me arrodillé.
–Tan cliché como no pretendía ser –solté, fingiendo que no estaba a punto de salir corriendo. Su delicada y blanca mano se acomodó sobre su boca y sus ojos resaltaban más que nunca ese verde olivo.
Ni siquiera el pequeño anillo dorado podía opacar la luz que la rodeaba. Su semblante empezó a convertirse en una mezcla de alegría e incredulidad, mientras un par de lágrimas amenazaban con derramarse de sus parpados.
–Es un sí–me respondió entre suaves suspiros–. Definitivamente sí.
No esperó a que me levantara del suelo para abalanzarse sobre mi, haciéndome tambalear mientras terminaba de incorporarme. Sus brazos en mi cuello apretaban con fuerza y mi nariz se inundaba de su dulce aroma. La envolví en mis brazos con la misma fuerza, haciendo que sus zapatos dejaran de tocar el suelo.
Podía sentir sus latidos fuertes junto a los míos, entremezclándose. Se separó lentamente para mirarme; y en ese pequeño segundo no necesité nada más para ser feliz. Entonces posó un beso en mis labios haciéndome ver todo muy claro, entendiendo después de tanto tiempo que, todo pasa por algo.
Me encontraba mirando por el ventanal de la sala, el movimiento de los autos en el aparcamiento de mi edificio. Un auto rojo se movía en reversa en un sexto intento por estacionarse. Su conductor estaba empeñado en alinear perfectamente las llantas con el delineado amarillo del suelo, casi escuchaba sus gruñidos y sus manos golpeando el volante. Por segundos me entraban ganas de abrir la ventana e indicarle hacía donde moverse, pero en realidad no quería hacer ningún esfuerzo.
–¿Y tú qué tanto miras? –me preguntó una voz profunda detrás de mí.
– Nada importante –respondí sin muchas ganas. Mis ojos se mantenían en el hombre que para este punto, ya se había bajado y pateaba los rines con furia.
A los pocos segundos del silencio que se había vuelto a formar, mi acompañante se asomó para observar la misma imagen que yo, dándole un par de sorbos a una taza humeante –La gente llega a estar muy mal de la cabeza –comentó y luego me observó con una sonrisa –¿Quieres café? –Levantó su taza hacia mí, a lo que me negué.
–Odio el café –él me observó con incredulidad.
–Eres rara – exclamó, y se alejó de mi yendo hacía la barra de mármol oscuro que separaba la sala de la cocina. Decidí dejar de entretenerme con el estrés del pobre hombre; y me senté en el sofá amarillo en el que estaba arrodillada mirando a mi compañero.
–¿No deberías estar trabajando? –él negó con su cabeza, manteniendo los ojos pegados a alguna parte de la cocina, embelesado en su propio mundo.
–Día libre –me miró y se encogió de hombros –Mi jefe cerró el taller por hoy, dijo que era un día lento.
– Conveniente, justo el día después de bajarte un barril de cerveza tú solo –me sonrió y siguió tomando café –¿Que paso con la morena con la que llegaste ayer?