Dame lo que quiero

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Meryl estaba ansiosa, ¡Dios! Tanto tiempo de abstinencia acabaría con ella, ese día terminaba la tortura, su parto había sido complicado, por eso debió 'descansar' por tres meses, es decir; noventa días sin sexo. Don trataba siempre de calmarla con besos, pero eso solo la prendía un poco más y su humor empeoraba al no poder convencerlo de que tal vez lo podían hacer, solo que con mucho cuidado, pero el jamás aceptaba.

Ese día acabaría la tortura.

Mamie descansaba tranquila en su cuna y ella aguardaba impaciente la llegada de Don, quería que desordenaran juntos las blancas sábanas de su cama ¡cuánto antes!

Ya era de noche, la luna iluminaba esplendorosa y rayos de luz iluminaban perfectamente la recámara matrimonial, el sexo de Meryl latía de anticipación, las ganas estaban siendo incontrolables, ya deseaba tener a Don entre sus piernas.

La puerta sonó y ella se mordió el labio inferior, su marido había llegado...ya era la hora.
 
Bajo a la primera planta a recibirle y le abrazo.

  -Esperaba ansiosa que regresaras. -Dijo Meryl  con voz pastosa.

  - Qué bueno, ya estoy aquí. -Abrió los brazos mostrándose y luego le besó en la frente.

  -Subamos a la recámara. -Le invitó, sonriendo.

  - Mejor voy a pedir algo, tengo mucha hambre.

Iban camino a la recámara ya.

  - Después lo pides. Ahora vamos a relajarnos. -Lo detuvo en las escaleras para refregarse contra él. Le tomó de las solapas de su traje y juntó con voracidad sus labios.

Una vez en la habitación, Meryl hizo sentar a Don en su cama y luego se montó a horcajadas en él. Rodeó con sus delicados brazos el cuello de Don y le besó con ardor.

  - Ya ha pasado el suplicio, puedes hacerme el amor ahora mismo. Te estuve esperando todo el día para esto.  -Le dijo cerca de los labios.

  - Meryl, creo que no es buena idea, estuviste bastante delicada después del parto. No quiero hacerte daño. -Le explicó con paciencia. La bajó de su regazo y la colocó cerca suyo, a un lado de la cama.

  - Vamos, no te hagas el duro. Yo sé que quieres. -Respondió en otro intento.

Dirigió su mano hacia la entrepierna de él y la removió de arriba a abajo. 

  - He dicho que no, mi amor. Esperemos solo unos días más.

Don hizo un gran esfuerzo para quitar la mano placentera de su esposa de su entrepierna.

Se levantó y quedó de espaldas a ella, junto a la cama.

Meryl se levantó y tocó con delicadeza la espalda de su marido, colocó su boca cerca de su oreja izquierda y susurró:

  -No creo que no tengas ganas, te siento duro y yo estoy tan mojada solo con imaginar lo que podrías estarme haciendo. Estaría en la cama de piernas totalmente abiertas para ti, me estarías penetrando una y otra vez, mis paredes vaginales estarían acogiendo tu erección y por último te correrías dentro de mí. -Meryl pronunciaba cada palabra cerca de su oído y tocaba su erección de arriba abajo.

Don estaba excitado, tenía tantas ganas de enterrarse en ella y hacerla gritar...pero no, no quería lastimarla, tal vez deberían esperar un poco más para volver a tener contacto íntimo.

  - Sueltame, Meryl. He dicho que no..por tu bienestar, por tu...

  - Estoy cansada de que me rechaces, Don. Estoy aburrida de tus negativas y si tu no me das lo que quiero iré a la calle a buscar un hombre de verdad que me lo de. -Le dijo decidida. Anudó bien su bata y salió de la habitación.

Don estaba como en un trance, ¿Meryl estaría hablando en serio? ¡Dios! Estaba estático, incrédulo...en shock. Tal vez cinco minutos después de salir de aquel trance, bajó las escaleras para buscar a Meryl. ¡Ella no podía estar hablando en serio! Revisó los cuartos, la sala, entró a los baños y no había rastro de ella. ¡Maldita sea, estaba loca!

Entró a la cocina y la vio ahí, totalmente desnuda encima de la mesa con un consolador entre las piernas. ¡Dios! Ninguna escena erótica que había visto en su vida se comparaba a aquel panorama.

Sin perder aquella vista quitó su ropa a tirones, muy rápidamente y se acercó a ella.

Meryl no lo vio hasta que sintió sus manos sobre la de ella que hacía la tarea de penetrarse con el consolador, pues tenia los ojos cerrados.

  - Esto no es necesario. -Le quitó el consolador y de inmediato colocó su pene grueso sobre su sexo empapado. Acarició con él su clítoris hinchado y Meryl gemía sin control.

  - Entra ya. -Pidió clavando las  uñas en los brazos de Don.
 
Él no tardó en penetrarla hasta el fondo, con fuerza, con mucha potencia, Meryl acariciaba sus pechos llenos y sensibles por el reciente parto y de sus pezones salían pequeñas gotas de leche.

Cada penetracion hacía gemir un poco más fuerte a la rubia y llenaba de más deseo al escultor, quien la veía tocarse a sí misma, pues se resistía a cerrar los ojos y perder aquel espectáculo.

Las estocadas eran cada vez más fuertes y sintiendo ya estar cerca del orgasmo, Don no pudo evitar empezar a masturbar con sus dedos a Meryl, paseaba con rapidez sus dedos por el clítoris latente de ella y esta se retorcía como serpiente de puro placer.

  - ¡Don! -Exclamó al sentir como las paredes de su vagina se contraían contra la virilidad de su marido y segundos después su semen la llenaba toda.

Don cayó encima del cuerpo de su mujer y trató de no hacerle soportar todo su peso. Mientras ella aun convulsionaba por el orgasmo y se retorcía en el extasis él llevó aquel pezón rosado a su boca y lo empezó a succionar con avidez, llevó una mano a su entrada y con tres dedos la penetró sin piedad. Dos minutos después Meryl se retorcía debajo de su cuerpo y su clítoris rosado vibraba...había tenido un segundo orgasmo.

A lo lejos escucharon el llanto de la pequeña Mamie y Meryl sonrió aun con los ojos cerrados.

  - Hay alguien que con urgencia nos necesita. -Dijo ella acariciando el rubio cabello de Don.

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