La alberca (parte III)

2 0 0
                                    

Alrededor de las diez de la mañana de ese lunes mi mamá volvió a entrar a mi cuarto. Se sentó en mi cama, me miró con tristeza y empezó a llorar. Cuando pudo hablar me dijo que habían encontrado a uno de mis compañeros, a Abraham, muerto en la alberca de la escuela. Que probablemente lo habían matado de forma intencional así que la directora dio la orden de suspender las clases durante toda la semana. Yo no dije nada,pero tampoco pude evitar llorar cuando me tomó de la mano.

La noticia se había regado como pólvora. Era el caso más comentado en el pueblo. Yo había escondido muy bien mi traje de baño para evitar que me asociaran con el incidente. Después me enteré que los policías a cargo de la investigación acudirían a los domicilios de cada uno de mis compañeros de grupo, incluido el mío, a realizar algunas preguntas. Fue ahí donde mi miedo se empezó a intensificar y la presión que sentía era enorme. Es imposible mentir de forma convincente cuando la totalidad de todos tus sentimientos y emociones son presas del remordimiento.

Antes de que la policía acudiera a mi casa, en el pueblo trascendieron las noticias sobre la necropsia. Los resultados revelaron que la herida mortal de la cabeza de Abraham fue provocada por golpe contundente, producto de una caída desde cierta altura que resultó mortal. La hipótesis del homicidio intencional estaba prácticamente descartada, pero Abraham sufrió convulsiones y lo habíamos sacado arrastrándolo a la orilla. De dejarlo ahí habría muerto primero ahogado y hubiese sido encontrado flotando. La cantidad de agua que encontraron dentro de él fue mínima, insuficiente para morir ahogado. Alguien lo había ayudado a llevarlo hasta la orilla, y eso era lo que quería saber la policía.

El día que la policía llegó a mi casa traían a Felipe con ellos. Me miró como si me estuviera pidiendo disculpas. En la sala de mi casa y en presencia de mis papás, de Felipe y los policías confesé todo lo que había pasado ese día. Mi mamá empezó a llorar, mi papá la abrazó. Les pedí perdón a ambos argumentando que ese día yo estaba casi muerto de miedo y no sabía qué hacer. Los policías dijeron que miversión coincidía con la de Felipe. No habría cargos porque se comprobó que se trató de un accidente, no de un homicidio. Pero que nuestros padres tendrían que acudir a las oficinas correspondientes a firmar nuestras respectivas declaraciones. Una formalidad legal. Ahora nuestro problema era moral.

El resto del curso y del siguiente año escolar fueron complicados. Los compañeros se habían distanciado de nosotros, incluso los maestros solo nos hablaban lo estrictamente necesario a Felipe y a mí. Le comenté a mi mamá que quizá una alternativa era que me cambiara de escuela, aunque me calló diciéndome que merecía ese castigo por haber traicionado su confianza. Pero el peor castigo moral de todos era cuando me encontraba por casualidad con los papás de Abraham.¿Y es que cómo miras a los ojos a alguien que perdió a su único hijo por tu culpa? Creo que sentir ese remordimiento es peor que estar en el infierno.

Pasaron varios años y como pude enterré esos acontecimientos en el pasado. Ahora tenía yo veintiséis años y mi novia veintidós. Ella estaba por comenzar su servicio social de la universidad y consiguió que la asignaran como asistente en una escuela primaria. Cuando me enteré que se trataba de mi antigua escuela me sentí inquieto. Y más porque me pidió que algunos días de la semana pasara por ella por la tarde cuando se desocupara y cerrara la escuela dejando todo en orden. Le dije que las primeras dos semanas no podría porque tendría que estar impartiendo capacitaciones laborales en la Ciudad de México y después en Morelia, pero que me estaría comunicando constantemente para que me contara cómo le estaba yendo en su servicio social.


Mi novia me contó que la primera semana había conocido la totalidad de la escuela y que todo había transcurrido normal. Que le incomodaba ser la última en salir incluso después del conserje, y que hacía varios años no había velador por recorte presupuestal. Me estremecí cuando me daba los detalles de la escuela, y más cuando por ella supe que esa zona de la alberca estaba clausurada, en completo abandono sin haber recibido mantenimiento desde hacía años. Sabía que yo estuve en esa escuela,pero nunca le había contado que yo fui de los implicados en el caso de la muerte de Abraham.

En la segunda semana empezó a narrarme en sus llamadas telefónicas algunos sucesos extraños que la habían asustado. Contó que en la tarde de su segundo lunes antes de cerrar la escuela escuchó risas infantiles al interior de la misma. Pensó que algunos niños se habían quedado jugando después de clase y fue aaveriguarlo. Recorrió los cuatro patios,pero no encontró nada, y que sintió miedo cuando observaba los largos pasillos solitarios.

El miércoles me contó que ya no se sentía a gusto pues justo antes de cerrar recordó que debía haber llevado unos libros a uno de los salones de tercero, que estaban en el corredor principal donde correspondía el segundo patio cerca del área de la alberca. Mientras abría el salón y dejaba los libros en el escritorio, escuchó claramente risas que provenían de la zona abandonaday clausurada. No quiso averiguar e hizo caso omiso regresando a la dirección de la escuela. Fue ahí donde escuchó otra vez voces y risas de niños,pero ahora provenían del auditorio cuyos accesos principales estaban justo debajo de uno de los murales históricos de la entrada principal de la escuela.

Dado que la oficina de la dirección estaba junto a la entrada de la escuela y casi junto al auditorio, decidió ir a echar un vistazo. Tomó las llaves y abrió el candado de un acceso. Adentro estaba completamente oscuro y con olor a humedad por el poco uso que se le daba. Abrió más la puerta para que ingresara mayor iluminación del exterior y pudo ver los interruptores de la luz. Los activó y de pronto el interior se iluminó, pero estaba todo vacío. Solo hileras de butacas con asientos plegables. Cuando notó que todo estaba tranquilo, escuchó perfectamente el sonido de un asiento plegable golpear el respaldo de una butaca delantera, como si alguien que estaba sentado se hubiera puesto de pie de un brinco. Mi noviaapagó la luz rápidamente y cerró el acceso como pudo, al igual que la entrada de la escuela.

Si no puedes esperar al capítulo siguiente, puedes conseguir el libro haciendo click en el vínculo externo de esta publicación.


Después de la muerte (fragmento)Where stories live. Discover now