Capítulo 1

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Llegué a Ilúmina en la tarde con un sol naranja intenso en el cielo, como si fuera un fuego concentrado. Las calles eran tranquilas, con árboles y gente paseando en sintonía con el ambiente. La casa estaba más allá de la plaza, donde los árboles eran del tamaño de las casas de dos pisos, pero no tenía apuro. Con las manos al volante y Violeta al costado mío, podía disfrutar de lo que a partir de ahora sería mi nuevo hogar.

De vez en cuando volteaba a ver a mi chica y la veía sonriente, con un brillo en los ojos por ese lugar tan apacible en el cual viviría a partir de ahora. Ambos decidimos quedarnos a vivir en aquella ciudad, yo por temas de trabajo y ella porque quería consolidar nuestra relación, a su vez que buscaba un lugar donde relucir su arte y alejarse de la agitada metrópoli donde nos conocimos por la casualidad de un momento libre.

Ella llevó de la casa de sus padres sus peluches de cuando era niña, los que le regalé cuando me los pidió con un berrinche de niña pequeña y sus recuerdos de toda su vida: álbumes de fotos, libros viejos, diarios a medio llenar. Incluso llevaba su empolvado anuario de colegio con la firma de todos sus compañeros, sin excepción. Por mi parte, me llevaba mi laptop llena de proyectos a medio acabar, unos pocos libros que a pesar del tiempo me siguen evocando nostalgias de historias épicas y enseñanzas que nadie podía inculcarte y por encima de ello, mi libreta de ideas, llena de esquemas de novelas que algún día haré y versos que almacenan más experiencias que los veinticinco años de mi vida.

Llegué a la plaza y doblé hacia la calle Hojagris, una de las calles más famosas de la ciudad por ser donde antaño vivieron grandes escritores. Fue gracias al dueño del diario que me pude dar el lujo de comprar mi nueva casa allí porque me la ofreció a mitad de precio, siempre y cuando me dedique a trabajar en su revista. No me gustaban los lujos, pero me sentía satisfecho con ese lugar más que todo porque Violeta tuvo la buena voluntad de querer vivir conmigo. Realmente hacía esto por mi y yo aprecio mucho su esfuerzo.

-Mira, amor. Los árboles son cada vez más grandes.

Me había dado cuenta de ello. Grandes robles se extendían a lo largo de la calle y las plazuelas también estaban adornados de unos más pequeños, pero que le daban un aspecto sosegado y cálido, como si su sincronía te acogiera en un abrazo de paz. Era una sensación muy dramática, pero es lo que escritores como yo disfrutarían.

-Son robles añejos que nadie los toca. Parece que los de la plaza no crecen así porque cortan sus ramas.

-Oh, qué pena por ellos.

-Es lo mejor para que sea un lugar acogedor. Si no, asustaría a los turistas.

Avancé hasta la cuadra veintidós, donde todas las casa estaban igualmente diseñadas y alineadas en ambos costados de la calle. A pesar de no ser tan grandes, tenían dos pisos y una fachada de ladrillos que le daba un matiz de elegancia al ambiente.

-Aquí está nuestra casa, Violeta.

-Ay, siento que me voy a confundir con tantas iguales.

-Fíjate en el número: 275, como nuestro día.

Era extraño, pero a la vez muy esperanzador estar en ese nuevo mundo, sin familia que pueda irrumpir en tu zona de confort. No era que detestara a mi familia o a la de Violeta, pero desde hace tres años en los cuales estuve trabajando como redactor en un pequeño espacio del diario pensé en que podría desarrollarme mejor si vivía solo con todas mis comodidades, siendo más independiente. Requería un sacrificio, pero sé que mis padres y el resto lo entienden perfectamente.

Bajé todas las cajas del auto y busqué las llaves de la casa, pero no las encontraba. Empezaba mal mi llegada aquí y eso no era muy buena señal. Se lo comenté a Violeta y ella puso cara de preocupación, pero de repente sacó las llaves de su bolsillo.

Recordando cómo amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora