Capítulo 3

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Desperté con el sol entrando a través del filo de las cortinas. Era una mañana de domingo, por lo que el despertador de mi celular no era necesario; no obstante, sabía que me había levanto más tarde de lo usual porque había un sitio vacío en la cama de dos plazas. Me paré aún con el pijama puesto y fui a lavarme los dientes. En el pasillo se podía sentir un olor a pan caliente y huevos cocinándose.

Bajé las escaleras y giré hacia la mano izquierda, por donde emanaba el delicioso aroma a desayuno casero. Entré a la cocina y vi a Violeta sonriente preparando huevos revueltos con la sartén que sus padres nos regalaron.

-Buenos días, Violeta.

-Buenos días dormilón-dijo ella mientras servía los huevos en un plato grande con bordes azules.-Casi iba a levantarte de la cama.

-El olor me hizo despertar; no puedo perderme tu comida exquisita.

Violeta rió por el halago y se sentó a la mesa. Sabía que unos huevos revueltos era un plato sencillo, pero me gustaba el hecho de que rápidamente se había acostumbrado a este nuevo hogar. Me acerqué a ella y le di un beso en la frente.

-¿Y ahora, me llevarás a conocer estos lares?

-Pues por el momento no. Como mañana es mi primer día quiero tener lista mi oficina, por lo menos con lo más importante.

-Bueno, entiendo-Violeta hizo un puchero, pero sí me daba la razón.-Entonces iré leyendo un libro. Hoy quiero relajarme para iniciar bien la semana.

-¿No tenías que buscar un lugar dónde trabajar? Le prometiste a tus padres que lo harías.

-Lo haré después amor, no te preocupes por mí. Tienes que darlo todo para que seas el mejor escritor del mundo.

Admiraba mucho a Violeta y su entusiasmo por apoyarme en todo lo que quisiera. Amaba mucho que quiera seguirme a todos lados, que me sea fiel y me entregue todo el cariño posible. Pero no todo era color de rosa; siempre había una mancha en el velo blanco y lamentablemente lo volví a recordar. Sin embargo, no quería fastidiarla ahora con eso; estábamos contentos y mi tiempo no podía invertirlo en reprocharle sus defectos.

-Está bien, Violeta. Por cierto, me parece que en la tarde te puedo llevar a un café cerca de aquí que se ve interesante y de paso irás conociendo una pequeña parte de Ilúmina.

-¡Ay, gracias Lucas, lo eres todo!-dijo mientras me abrazaba y me daba un beso.-Será nuestro primer paseo aquí y podríamos poner nuestra marca en un árbol, como en la universidad.

-Siento que no es el lugar y el tiempo correcto para hacerlo, pero si tu insistes no puedo oponerme a ti.

-Oww, qué lindo que te arriesgues por mí. Tranquilo, que si nos descubren te cojo de la mano y nos vamos corriendo.

Después de unas cuantos abrazos, bromas y risas terminamos nuestro desayuno. Le ayudé a lavar y una vez que todo estaba impecable salí a coger la caja donde tenía lo que me faltaba por ordenar. Violeta buscó en su caja un pequeño parlante inalámbrico y lo conectó con su celular. Según ella se concentraba más en leer y yo estaba más cómodo con algo de música acompañándome en mi trajín. Subí las escaleras mientras se reproducía Crazy de Aerosmith, una canción que hace mucho le hice escuchar y ahora era una de sus favoritas.

La oficina se encontraba cerca al baño, colocado estratégicamente para ahorrar tiempo y no irse por ahí a buscar otras distracciones. Abrí la puerta cuidando de que no se me cayera la caja y la dejé en el suelo tapizado de tela que contrastaba con el de madera del pasillo. La quise así porque era cómodo y hacía sentirme relajado, factor importante para despejar mi mente y empezar con mi creatividad a la hora de redactar. Lo que más me agradaba de esta habitación era que había sido diseñada a mi propio estilo, con una simetría milimetrada y con buen espacio. Ni bien entrando se podía ver un librero parecido al de la sala, pero con huecos más grandes y anchos para poner fólderes con los apuntes más resaltantes de mi vida universitaria y libros grandes, así como archivadores con todos mis escritos de la revista impresos, desde el que gané en el concurso hasta el último de esta semana. Al costado de él, ya en la otra pared, se encontraba un escritorio de madera de cortesía de mi padre, el mejor carpintero que he conocido. Era de ébano, con tres cajones en cada lado y un tablero perfectamente liso con bordes hundidos del tamaño exacto para colocar un lápiz. Debajo del tablero había otro cajón más largo que los anteriores y dejaba pasar libremente mis piernas debajo de él si me sentara en la silla giratoria de cuero de un color crema que iba a juego con el marrón intenso del escritorio. Y encima de él había una cortina de oficina que si se abría se podía observar la calle desde afuera en todo su esplendor, el cual me causaba distintas sensaciones dependiendo de cómo variaba el ambiente. En un primer momento pensé insonorizarla para estar al máximo de concentración, pero finalmente me decidí por tener algo de ruido filtrándose, así podía familiarizarme con varios ambientes y recibir la música de Violeta sin que me distraiga demasiado. De ahí había una impresora y unas cuantas cosas extras, pero con lo mencionado sabía que era perfecta para un escritor y mis gustos más exóticos.

Recordando cómo amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora