Capítulo 2

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Llegué a casa durante el ocaso; Violeta aún no se había despertado. Subí al cuarto y la vi echada boca abajo con las sábanas blancas revueltas entre sus brazos, su cabello oscuro pegado a su rostro y un poco de saliva que corría por la comisura de sus labios. Llevaba puesta un camisón gris que siempre usaba para dormir y un buzo  azul un poco holgado. Verla así, tan habitual en un lugar extraño, reconstruía mi tranquilidad y me llenaba de entusiasmo otra vez. La toqué un par de veces en la mejilla y ella se estremeció entre las sábanas recién estrenadas.

-Violeta, despierta. Vamos a desempacar las cosas.

-Ay, regresaste muy rápido.

-Pero si son las seis y media; ya casi es de noche.

-¿Quée?-le sorprendió tanto que se levantó de un tirón, más preocupada por mí que por su tiempo perdido.-¿Has estado afuera por tanto tiempo?

-Sabes que siempre tomo un buen tiempo para los paseos.

Violeta me acarició el rostro, como si por poco me hubiera perdido, pero luego se rejaló y sonrió.

-Está bien, pero si vas a salir durante tanto tiempo también llévame a mi. Quiero conocer el lugar donde viviré el resto de mi vida.

-Eso si aún podemos vivir tranquilos-dije sin pensar y con cara de preocupación. De inmediato Violeta se dio cuenta de ello y supe que había metido la pata.

-¿Pasó algo allá afuera?

-No, nada-por fortuna, sabía guardar la calma para determinadas ocasiones.-Solo que he estado pensando en el trabajo a partir de ahora y todo va a ser nuevo para mí. Tengo miedo de no dar la talla y ganarme una mala reputación.

-Tranquilo amor, todo va a estar bien. A mis conocidos les gusta cómo escribes y recibo muchos elogios y presentes para ti, porque en algún momento les alegraste el día o los motivaste en tiempos difíciles. Aquí va a ser igual, de eso estoy segura, y serás el mejor escritor del mundo.

¿Qué más puede pedir un hombre cuando tiene un mundo de preocupaciones encima? Todo estaba yendo de maravilla y un pequeño remolino en la inmensidad del océano no iba a hacer una alerta considerable. Le di un beso en la mejilla y limpié sus babas con un pañuelo de bolsillo.

-Gracias Violeta, siempre me haces sentir más tranquilo. Ahora lávate y vamos a ordenar las cosas.

Hubiera preferido mil veces acurrucarme junto a ella y descansar de todo lo que me había pasado este día, pero sabía que si no me ponía manos a la obra con Violeta, todo quedaría en las cajas hasta que nos de por extrañar nuestros cachivaches, así que esperé a que ella terminara de acicalarse para bajar. Pensándolo bien, estaba obligado a desocupar las cajas porque tenía que ordenar todos mis apuntes en la oficina del segundo piso que me serviría como espacio de trabajo para mi mente creativa, pero eso podía esperar hasta mañana. 

Ya abajo la realidad nos obligaba a cumplir con nuestro deber. Violeta se tropezó con una caja y casi se iba de bruces, mientras que yo me quedé con un sinsabor al ver el esqueleto de nuestros estantes: huecos y vacíos. Ambos nos miramos y sin hablar, cogimos una caja cada uno y fuimos directamente hacia nuestros destino. Empecé acomodando nuestros libros en el estante de caoba con bordes largos, angulares y simétricos; una buena combinación de elegancia y sabiduría, como si de una biblioteca se tratase. Violeta, por su parte, estaba colocando en el otro estante algunas decoraciones que había traído de su antigua casa, como un bonsai añejo de quince centímetros y fotos de cuando nos conocimos. Volteé un momento a verla y con su no tan alta estatura trataba de colocar un cuadro de nosotros abrazados en el parque en la repisa más superior. Finalmente lo logró, agotada pero esforzándose por su la nueva vida que tanto deseaba y aquello me hacía rectificar el por qué la amaba tanto. 

Recordando cómo amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora