Una Semana en La Guaira

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El vuelo fue bastante tranquilo, me dejó pensando algunas cosas. Al llegar, bajamos con tranquilidad y mi abuelo José, estaba esperándonos para llevarnos a su casa.

En esta parte de la crónica no me extenderé, la mayor parte de esa semana que pasé en La Guaira fue bastante chévere y relajada ―hasta que ocurrió lo inesperado, que lo narraré más adelante―. Todos esos días, nos relajamos hablando, comiendo unas arepas súper buenísimas, viendo a los gatos pasar, leyendo libros ―aquí pude vencer un bloqueo de lector que tenía por el estrés del viaje y terminé de leer el tercer libro de las crónicas de Prydain: El Castillo de Llyr, que no es muy bueno que digamos...―.

Todo iba excelente, el miércoles nos vino a buscar una de mis tías para que fuésemos a conocer su apartamento y quedarnos allá hasta el sábado ―el día que salía el vuelo de Venezuela a Portugal―. Seguimos charlando, blah blah blah, mi tía y su esposo salieron a trabajar, llevaron a mi primita al prescolar, etc, etc, etc.

El jueves, comenzó todo bien, incluso yo estuve tomando fotos y haciendo otras cosas ―ah, por cierto, en esa semana logré ver todas las películas del anime: Slayers, muy divertidas y entretenidas. Yo adoro al personaje de Naga, ella súper sexy―.

La tarde del jueves fuimos a visitar a un mi tío Armelín a Caracas, dónde nos preparó un almuerzo exquisito y también estuvimos charlando, para despedirnos y tomamos buenas fotos, ―mi tío tiene unos gatos súper grandes y geniales―. Bueno, en fin, ese día en la tarde, regresamos al apartamento de mi tía y mientras ella y su esposo hacían una diligencia, mi mamá y yo nos quedamos a cuidar a mi primita.

Aquí fue cuando el caos comenzó, algo imprevisto que acrecentaría un mal en toda Venezuela y nosotros no sabíamos la magnitud del problema cuando comenzó. Repentinamente se fue la luz, ―cosa que no es rara en Venezuela, porque siempre hay problemas con la electricidad en todo el país―, pero nos pareció raro, porque en La Guaira casi nunca había fallos eléctricos, ―nosotros ya estábamos acostumbrados, porque en la ciudad de Maracaibo se iba prácticamente todos los días. Incluso en 2018, hubo un racionamiento radical, donde nos quitaban la luz, absolutamente todos los días de 5:00 p.m. hasta las 11:00 p.m., sin falta―.

Al principio pensamos que se iría la luz por unas dos o tres horas, pero siguieron y siguieron pasando las horas y las horas, y nada que llegaba la electricidad. Las líneas de comunicación estaban muertas, no había forma de saber nada; no había teléfonos, no había Internet y no creo que las señales de humo ayudaran mucho en ese momento.

Total, que pasamos el jueves a oscuras, la mañana del viernes también y nos enteramos de que el apagón fue a nivel Nacional. Toda Venezuela estaba apagada, en la oscuridad, en la decadencia de un gobierno que no se preocupa por invertir en un servicio eléctrico para abastecer a su propio país... en pocas palabras: un total desastre de negligencia gubernamental, que poco a poco se convertiría en un terrible caos nacional.

El viernes en la noche llegaron unas pocas horas de luz y pudimos cargar los teléfonos y enviar mensajes para saber cómo estaban las cosas en otras partes, ―sobre todo en Maracaibo―. Pero la felicidad duró poco, porque la luz se extinguió de nuevo y estaba vez de una manera digamos "permanente".

Estábamos más preocupado por mi hermana en Maracaibo que, por el viaje a Portugal, ―porque yo tenía la mente y la fe clara en que nos íbamos de allí―.

Me daba un poco de risa ver como todos en casa de mi abuelo estaban hiper obstinados porque no había luz, se desesperaban y hasta parecían enfermos ―bueno, mi tía si se enfermó, pero creo que fue ajeno al problema eléctrico―. Lo gracioso es que yo pensaba que Maracaibo ya nos había entrenado para ese tipo de situación, estar sin luz para mi mamá y para mí era algo común ―sí, lo sé, suena raro y poco humano/social, pero así son las cosas―, estar sin luz y en la oscuridad, prácticamente era nuestro habitad natural, por más raro y triste que suene.

Llegó el sábado ―día de la partida―, contábamos con que el servicio eléctrico se restableciera para que el aeropuerto trabajara de manera adecuada, pero no había señales de la luz... Esa mañana hicimos lo habitual: charlar, prepararnos, comer y luego embarcarnos hacía el aeropuerto. Durante el camino tuve una de las mejores conversaciones con mi abuelo, José. Hasta me di cuenta de que él también tiene facciones de lector ―además de en los negocios―.

Cuando llegamos al aeropuerto nos encontramos que evidentemente estaba sin luz, ―cosa que me sorprendió porque a estas alturas debería tener una plata eléctrica para solventar este tipo de situaciones, ¡Por Dios, es el aeropuerto principal de todo el país! Hasta el de Maracaibo tiene planta eléctrica...pero bueh, así son las cosas―. Otra cosa para destacar es que el aeropuerto estaba totalmente militarizado. Afortunadamente ese no era el inconveniente y por raro que suene, las autoridades sí estaban ayudando, ―cosa que no sucede muy a menudo en Venezuela―.

Estacionándonos escuchamos que debido a la falla eléctrica estaban cancelando la mayoría de los vuelos, así que mi mamá y yo salimos corriendo ―sin las maletas― a la línea aérea para preguntar qué pasaba. Nos encontramos con una fila casi interminable de pasajeros en la misma situación que nosotros, miles de personas quejándose ―de todas las líneas aéreas―. El aeropuerto era un completo caos: sin electricidad, con gente sofocada y acalorada, con mal olor ―porque obviamente no había aire acondicionado―, desesperación, angustia, malestar, rabia, todo en un solo lugar, acorralado en forma de filas de gente que no obtenían respuesta de nadie, ―porque inclusive ni los mismos empleados sabían que precedería a continuación―.

Esperamos unos minutos, encontramos nuestra fila y nos dijeron que dentro de unas horas revelarían el procedimiento de los vuelos, ¿iban o no iban a salir? Tras escuchar esto, mi abuelo, el esposo de mi tía y yo, corrimos a buscar las maletas que estaban en los carros ―les recuerdo que eran seis maletas, bastante equipaje, pero no tanto en comparación a otras personas que llevaban hasta animales―.

La desesperación fue tanta que tuve que pagarle 5$ a un sujeto para que nos llevase las maletas en una carretilla hasta la fila para no perder el puesto en caso de que avanzara la fila y comenzaran a embarcar a las personas. Pero todo el esfuerzo fue en vano, porque tras pasar unas horas más, los empleados del aeropuerto se acercaron a grupos en las filas, para decirnos que inevitablemente el vuelo no saldría porque estaba cancelado, ―o, mejor dicho, pospuesto hasta el otro día, si es que volvía a llegar la luz en Venezuela―.

Después de tanta mente positiva, tantos rezos, tantas buenas vibras que hice con Reiki ―sí, porque yo sé hacer Reiki―, nada sirvió para el sábado... Tuvimos que coger las maletas de vuelta a casa de mi abuelo, con rabia y decepción, pero teniendo en cuenta a las otras personas no tan afortunadas como nosotros de tener un lugar cerca en el cual refugiarse del caos sin electricidad.

La oscuridad de la noche arribaba, la luz no quería aparecer, ya iban tres días seguidos sin electricidad en toda Venezuela. Nosotros estábamos mal, ya queríamos irnos del país y eso nos tenía angustiados, pero con un poco de calma. Hice retrospectiva y lamentación de toda la gente que estaba sufriendo aún más que nosotros en situaciones horriblemente peores y desagradables.

Aunque las noticias no las conocíamos porque no había señal para el teléfono ni el Internet, las situaciones eran evidentes: cientos de muertes en hospitales que no tenían plantas eléctricas, lugares saqueados por la desesperación, gente durmiendo en la calle para tener un poco de frío en las calurosas noches, alimentos dañados en establecimientos, personas vigilando sus hogares con miedo a que fueran a robarlos por comida y otras situaciones lamentables.

Este terrible acontecimiento en Venezuela se convertía en algo parecido a la historia que escribí y que discutí con mis amigos Marco y Diego el día antes de irme de Maracaibo... ―estaba vez no era un asteroide que chocaría con la Tierra, era algo más real, una oscuridad perpetua en un país a causa de un despiadado gobierno―, ahora la ficción se convertía en realidad y eso si era aterrador. 

Crónicas de un Viaje InauditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora