Capítulo 3 ~ El orfanato

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Lo sé, tuve una infancia muy difícil y dura. Pero lo más duro aún no había llegado.

Era lunes, ya había decidido que ese mismo día me escaparía de casa, lo tenía todo preparado. Iría a casa de mi amigo Frank, le dije que tenía que irme de casa rapidamente. Y me dijo que podía quedarme en su casa el tiempo que quisiese. Que a su madre le daría igual. Sus padres estaban separados desde que Frank tenía seis años. Y yo, no quería ser como él. Pero acabé incluso peor que él.

Y eso es lo que hice, fui a casa de mi amigo, llamé a la puerta y me abrió su madre. Le dije que venía a quedarme unos días, ella se hecho a reír. No paraba de reírse. Hasta que le dije que en mi casa me pegaban. Y le enseñé unos moratones que tenía en el estomago de cuando me pegó patadas. Ella, se quedó callada, yo no sabía muy bien que hacer, ni ella tampoco así que deje mi maleta al lado de las escaleras que llevaban al segundo piso, y subí.

Entré al cuarto de Frank, y el estaba jugando a la play, un juego de coches. Cuando me miró, pausó el juego y me dijo de sentarme a su lado y jugar. Acepté.

Llevábamos una hora y poco más, cuando pausó el juego de nuevo. Y me miró fijamente, como si quisiese descubrir lo que pensaba. Luego habló.

-¿Por que te tenías que ir de tu casa?

Me pilló desprevenido. Y como eramos chicos de 11 años, nos lo contábamos todo.

-Es, difícil, no lo entiendes.

-Pues dímelo y luego te digo si lo entiendo.

-¡No! ¡No lo entiendes, porque tu padre no está pegándote en vas cada vez que se emborracha, no te insulta ni te hecha la culpa de ella ya no esté! ¡Por que tu padre te dejó abandonado, pero al menos tu madre te cuida y te quiere!- Le chille tan alto como pude. En ese momento no controlaba muy bien mi boca, y tenía mucha ira y rabia dentro. Y la solté, se la solté a la única persona en quien creía confiar en ese momento.

Fue la peor cosa que le dije a una persona. Y él, no dijo nada y se fue corriendo escaleras abajo. Me quedé ello en su cuarto. Contemplando cada detalle de su habitación. Tenía un montón de figuritas de acción. Desde grandes a pequeñas, de peluche, de plástico y más. Era mi supuestamente mejor amigo, y no sabía que le gustaban las figura de acción. Entonces pensé que yo era también una mala persona, como mi padre. Y me puse a llorar. Quería ser mejor de lo que era, pero sin el apoyo de una madre, difícil lo tenía. Igual tenía razón mi padre, ella se fue por mi culpa, por ser como soy o por lo que soy.

Luego, apareció la madre de Frank. Y habló un poco con migo, pero solo quería que me marchara, y que ella me acompañaría a un lugar mejor. Que en ese sitio me lo iba a pasar muy bien, con mas chicos de mi edad, y tendría a alguien que me cuidase.

Me metió en el coche junto con mi maleta, y se subió al asiento del conductor.

Diez minutos después, estábamos en una especie de colegio, pero más pequeño; con varios niños por ahí. Me dejó allí mientras ella se iba a hablar con alguna persona.

Luego apareció ella y una mujer aparentemente mayor, con el pelo castaño recogido en una coleta, con una blusa color café, una chaqueta de punto negra y una falda por debajo de las rodillas negra.

Esa señora me empezó a preguntar cosas, sobre lo que me pasaba, o lo que pasaba con mis padres. Así por un largo tiempo. Todo lo que decía lo apuntaba en un pequeño cuaderno.

Al terminar, dijo que entrase a ese edificio grande, que a partir de ahí, viviría allí, y con muchos niños de mi edad.

Miré hacia atrás por ultima vez, la madre de Frank estaba aún ahí, al lado de su coche. Sin moverse.

Esa, fue la última vez que la vi.

Después, entré por unas puertas de hierro reforzado con candados. Y seguí a la señora hasta una habitación con diez camas. Y me puse en la mas cercana al fondo. Y esperé a que algún niño viniera.

Mientras tanto, pensé si este sitio era mejor que mi casa, y de momento, si lo era. No tan familiar y acogedor como antes, pero si mas tranquilo.

Volví a pensar en mi madre. No sabía donde estaba, pero estaba seguro de que ya no volvería a por mi.

En ese año aun no sabía que ella había muerto. Mas bien, no me lo dijo nadie. Lo descubrí por mi mismo...

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