Allá vamos, América

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Abril, 1912.

—Effie, estás loca, apostaste todo lo que teníamos.

Calé mi cigarro y vi a Fabrizio. Lo aparté y me acerqué a él.

—Tranquilo Fab, si no tienes nada, no hay nada que perder.

Me miró incrédulo y seguimos jugando. Los dos hombres estaban hablando en un idioma que desconocíamos, aunque uno lucía bastante enfadado.

Eché un vistazo a mi compañero. Era importante acertar la jugada, pues se apostaba, a parte del dinero, dos billetes para ir al Titanic, un trasatlántico británico recientemente construido.

—De acuerdo, el momento de la verdad está a punto de cambiar la vida de alguien... —miré mis cartas por última vez—. Fabrizio.

—Nada.

—Miente.

Golpeé la mesa mientras apreté mi trenza.

—Olaf —las mostró—. ¿Nada?

Nombré a su compañero, y al igual que los otros, no tenía nada.

—Oh oh, dos pares. Lo siento Fabrizio —solté negando.

—¿Lo sientes? ¡No me digas eso, apostaste todo...!

Corté su oración.

—Siento que no vayas a ver a tu madre por una gran temporada —digo alargando la "a" de gran. Fab me miró sorprendido—. Nos vamos a América, ¡tengo full amigos!

Tiré las cartas a la mesa y me puse a celebrarlo con mi compañero, el cual me abrazó y me giró de la alegría. Al soltarme, fui directa a tomar el dinero, pero sentí que alguien me tomó el cuello.

Era Olaf, estaba bastante cabreado. Me gruñó algo que no entendí.

—¿Vas a pegarme? A mi no me importaría darte unos golpes con la cara que tienes —solté sin temor. Movió el puño y yo esperé al golpe. Pero al final, al quien pegó fue a su compañero.

Cuando me soltó, me reí al ver al otro en el suelo. Seguí gritando con mi amigo y una vez con los billetes en las manos grité para todo el establecimiento.

—No muchacha, el Titanic zarpa en cinco minutos.

Miré al reloj que señalaba y Fabrizio y yo no tardamos en tomar nuestras cosas para correr hacia ese barco.

—¿Lo ves? ¡Es mi destino! ¡Ir a América y ser millonario! —no pude evitar reír de forma estrepitosa.

Corrimos como nunca, yo ya sentía que mi pulmón iba a reventar. El trasatlántico estaba apunto de irse.

—¡Esperad! ¡Esperad! ¡Pasajeros! —nos dio tiempo a llegar a una de las puertas y uno de la tripulación tomó los billetes.

—¿Pasasteis por inspección?

—Claro, y ninguno de los dos tenemos piojos, somos americanos —dije intentando entrar lo antes posible. El de la tripulación nos vio dudando.

—De acuerdo, pasad.

Entramos y seguimos a ritmo rápido debido a la emoción que teníamos.

—¡Somos los más afortunados del mundo! ¿Lo sabías?

Subimos hacia arriba, soltamos nuestros sacos e imitamos a los demás.

—¡Adiós!

—¿Conoces a alguien?

—Claro que no, ¡pero qué más da! —solté eufórica—. ¡Hasta pronto, te echaré de menos!

—¡Adiós!

Miré a mi alrededor y noté el movimiento. Nos íbamos. Era real. Y todo por una partida de póker.

3rd Class | Jack DawsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora