Capitulo 2

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No fue hasta varios días después que se animó a salir de casa. Se dijo a sí mismo que tenía que ir a comprar las pastillas si quería seguir viviendo, aunque podría haberlas pedido a domicilio y ahorrarse la vergüenza. No, tenía que salir. Eventualmente tendría que volver al trabajo, y hasta que las pastillas hicieran efecto, debería ser capaz de exponerse a las miradas de la gente.
Iba por la calle con la cabeza gacha, cubierto por una gorra de baseball. Nadie lo miró durante el trayecto a la farmacia, lo cual le permitió acumular el valor para entrar. El farmacéutico no se asombró demasiado al verlo. Seguramente habría visto gente que por un motivo u otro se había atrasado en su consumo, con las consiguientes secuelas físicas. Y con la confidencialidad que caracterizaba ese tipo de trabajo, no le dijo nada, no lo amonestó ni reprochó por su falta de constancia. Meramente le dedicó una mirada con iguales partes de resignación, desinterés y desprecio, y le dio su pedido.
Salió de la farmacia aún bajo el influjo de esa mirada y se encontró ante una escena inesperada. Un grupo de jóvenes que aún no estaban en el Apogeo corría en su dirección, huyendo de alguien o algo, sin miedo. Uno de ellos lo atropelló, arrojándolo a la calle, y los otros le pasaron por encima sin prestarle atención mientras él se cubría a duras penas el rostro y las costillas contra la marea.
Después de lo que le pareció una eternidad, se detuvo. Alzó la cabeza del pavimento y pudo ver a los policías que se acercaban, cerrando el perímetro. Cuando pasaban a su lado uno de ellos se detuvo para ayudarlo. Levantó la gorra que había caído aplastada por la corrida, la sacudió y se la ofreció. En ese momento, a través de los moretones y la sangre, vio su rostro y retrocedió espantado, perdiéndose nuevamente en el cuerpo policial.
Se levantó a duras penas, tomó la gorra que el oficial había dejado caer en su huída, y se la puso. Palpó sus bolsillos en busca del frasco de pastillas pero no lo encontró. A través de la sangre que le caía en los ojos, vio el pequeño frasco caído entre los adoquines y las pastillas desparramadas por el piso. Se inclinó para recogerlas pero que se había acercado desde las casas y locales circundantes, atraídos por el espectáculo en la calle. Los miró a todos, uno por uno, parados a su alrededor manteniendo una distancia aséptica, segura, expectante. Vio sus rostros inmaculados, tersos, sin culpa, y algo se agrietó. Una pequeña fisura bajo su piel, imperceptible hasta ese momento, se extendió y afloró por todo su cuerpo. Se irguió lentamente en toda su altura y sin mirar a su alrededor aplastó el frasco con el pie y se alejó.

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