Hay veces en que vives sin darte cuenta de que se trata de ti, y solo lo sabes hasta que explotas. No hay porque herir a los demás por culpa de las cicatrices que a uno le acompañan. Duele, duele el hecho de estar atada a una realidad triste y apagada, que no es ni la pizca de lo que uno quiere que sea, y sin embargo el peso de la realidad se debe afrontar de la mejor manera, pero ¿qué sucede cuando aparece ese oasis en medio de nuestro desierto? y sin darnos cuenta nos comenzamos a llevar tan bien, que todo se llena de brillos a diario . Es obvio que al sentirse así de acogido, de aceptado, lo vamos a querer abrazar y cobijarnos en ese manto de alegría.
Y sin importar las consecuencias nos dejamos envolver. Pero lamentablemente las cosas avanzan, y lo que era un pequeño refugio poco a poco se vuelve muy necesario, y la burbuja que estaba sostenida en el aire comienza a crecer y a abrirse en diferentes partes, trisándose, rompiendo, es tanta la felicidad que ya no es posible mantenerse allí escondido, es tanta la dicha que es necesario que se expanda esa calidez que tan suavemente acaricia el alma, la mente y el corazón.