El comienzo del abismo.

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18 de agosto de 1978, 2:15p.m.

Dorothea

—Posiblemente nadie se entere de esto, Dorothea. —Dice Fausto, mi ahora desconocido hermano con una sonrisa totalmente fingida. Sabía que no debía ceder, muchísimo menos ahora que se que me ha estado engañando todos estos años.
—¿Y quién me asegura que es así, Fausto? —Respondo mientras me acerco a él y lo miro con los brazos cruzados. —. ¿Quién me dice que puedo confiar en ti en este punto de mi vida?
—Te prometo que nada saldrá mal, no hay manera de fallar. —Dijo casi implorando de rodillas.
Me limité a girar los ojos.
—¿Alguna vez he usado tu magia en algo que termine perjudicándonos? —Vuelve a hablar, pero esta vez usando palabras totalmente erróneas.
—Fausto, te juro que la próxima vez que digas que mi don es una magia voy a
...
—¿Vas a matarme, Thea? —Responde Fausto algo intimidado ante mi inquietante ligera amenaza. La verdad ni yo sabía cómo iba a terminar la oración que había empezado.
Cerré los ojos y negué con la cabeza. No era siquiera capaz de sacarlo de mi vida y él creía que lo iba a matar, vaya tontería. Para mi sigue contando como opción, de todas maneras.
Volví a negar con la cabeza regañandome a mi misma por haber siquiera pensado en que podía matar a alguien.

19 de agosto de 1978, 3:45a.m.

Aquí estaba, en el bosque a esta hora de la madrugada. ¿Motivo? Simple, el hecho de que mi hermano en su etapa experimental de juegos con vudú había sido maldecido por haberse pasado de listo con uno de los grandes personajes de la magia negra en su circulo de amigos. Tal vez debería recomendarle que cambie de amigos.
Simplemente hablaremos con un demonio y le ofreceremos sangre de cordero para que libere la maldición sobre mi hermano y todo tendría que ser normal. Obvio, súper sencillo.
—¿Estás lista, Thea? —Pregunta Fausto mientras se aparta de mi lado y sonríe nerviosamente.
Quedo desconcertada por el hecho de que aún piensa que mi don o yo podemos hacerle daño.
—Tu don es poder invocar personas del más allá y la sanación, no son cosas a las que no tenga derecho de tenerles miedo, Thea. —Agrega como si hubiese estado leyendo mis pensamientos.
Asentí y me senté en el piso para empezar con algo totalmente ajeno a mi don. Se bastante bien que esto no saldrá bien.
Me metí en el circulo que Fausto había hecho, juro que tardé más de lo que pensaba porque me temblaban las piernas. ¿Había invocado a mis familiares muertos? ¿Había resucitado personas? ¿Había hecho exorcismos? A todas esas preguntas, sí. Pero, ¿había invocado antes a un demonio? No, la respuesta es no. Hasta justo ahora.
—Invoco te honorare te nunc peto tu ades, Keteh Merirí. —Dije mientras estaba de rodillas con los ojos cerrados. Juro que podía escuchar mi corazón latir fuertemente en busca de calma.
Escuchaba a lo lejos a Fausto suplicar que todo saliera bien. Sabía que no todo saldría así.
—Invoco te honorare te nunc peto tu ades, Keteh Merirí. —Repetí más fuerte esta vez. Segunda vez y no escuchaba siquiera su presencia cerca. Qué voy a saber yo si jamás había sentido la presencia de un demonio cerca.
—Invoco te honorare te nunc peto tu ades, Keteh... —Dije, pero antes de que pudiera terminar la oración, el suelo empezó a moverse y a causar un especie de temblor.
Bien, no hay vuelta atrás.

Juro que nunca había visto nada más espantoso que lo estaba viendo justo ahora. El pulso sentía que se iba a salir de mi muñeca e iba a irse de vacaciones eternamente.
—Pero mira qué tenemos aquí —Dijo el demonio mientras se refería con el dedo a Fausto. ¿Pero qué carajos? ¿No es esta la primera vez que se veían? —. Ya veo que sí eres un hombre de palabra, querido. —Agrega mientras voltea a verme sonriendo. Yo seguía en aquel circulo que debía protegerme de que alguna cosa saliera mal en todo esto.
—Bien, Keteh. Aquí está lo que pediste. —Responde mi hermano mientras le entrega el cubo de metal lleno de sangre de cordero.
Quedé perpleja mirando aquella escena a la simple espera de cualquier movimiento de Keteh. O tal vez de Fausto.
—Blakker, el trato no es así. —Dijo aquel demonio mientras negaba con la cabeza.
De un momento a otro, Fausto se hacia en el piso implorándole que por favor aceptara eso, que no sería capaz de avanzar. «¿Avanzar de qué?»
—No soy reconocido por dar clemencia, Fausto Blakker. —Responde el demonio mientras me miraba y se acercaba a centímetros del circulo de sangre. Pude sentir cada parte de mi cuerpo temblar.
—Te pedí a la dulce chica y me llevaré a la dulce chica, habías aceptado. No hay vuelta atrás. —Dice Keteh.
Las lágrimas empezaron a salir por mis ojos como si de un río se tratase. Fausto había aceptado darme como ofrenda a un demonio. Mi hermano. Mi hermano lo había hecho.
Cerré los ojos cuando Keteh estaba cerca de tomarme con sus brazos y sacarme de aquel circulo como si estuviese hecho de simple sal. Mi fe no había siendo suficiente protección.
—¡MALDITO SEAS, BLAKKER! —Dice Keteh con los ojos inyectados en sangre. Empezaba a ser más escalofriante de lo que era. Y yo que decía que era imposible eso.
No entendía de lo que pasaba hasta que giré los ojos hacia la dirección de Fausto y pude notar que estaba echándole algo encima a aquel demonio.
El demonio volteó e hizo un gesto con su mano que logró que Fausto cayera de un solo impacto al piso.
—Keteh, yo puedo... —Inicia diciendo Fausto mientras sollozaba en llantos.
—Ut malediceret tibi semper, et in saecula saeculorum Bekker in genere suo fiducia. Usque ad mea sunt mihi dulce puella iuxta facimus. Mea, dulcis puellae realis. —Dice en gritos aquel demonio que recién estaba empezando a hablar con nosotros.
El llanto de Fausto se habían intensificado muchísimo más. Yo seguía sin entender lo que pasaba, hasta que entendí que él ya había escuchado esas palabras antes a su nombre. Pero esta vez, lo escuchó solo con su apellido. Con nuestro apellido.
Keteh estaba maldiciendo a toda la familia.
Antes de que pudiera reaccionar ya Keteh se encontraba volteando hacia a mi con la mano abierta.
En cuestión de segundos ya había perdido el sentido y perdía cada vez la fuerza para pensar. Duré mínimos segundos para darme cuenta de todo. Keteh había maldecido a toda la familia por un depravado engaño de Fausto.
Me visualice en el día de ayer cuando me comencé a regañar a mi misma por el hecho de haber pensado siquiera en matar a Fausto en broma. Y ahora me visualizo aquí, como ofrenda de un demonio a manos de Fausto, a manos de mi hermano, de mi más grande protección. Mi protección, como yo lo llamaba, me había traicionado.
Mi familia, mis Blakker, mi hermosa familia Blakker que estaba destruida y rota desde ahora.
Mi hermosa y ahora maldita familia Blakker.

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