Redentto

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El cielo estaba lleno de ángeles. Era tan hermoso como lo describían. Flotar era una sensación agradable. Su mente estaba vacía y no había dolor aunque se sentía un poco atontada como si la hubieran drogado. Dos imágenes volvían con insistencia a su mente: el movimiento constante de plumas negras mientras un ala gigante se batía y el rostro más perfecto que hubiera visto jamás. Lo extraño es que había algo familiar en él. Tal vez, pensó, lo había conocido en vida.

Ali despertó pesadamente. Se dijo que todo había sido un sueño o, mejor dicho, una pesadilla. Sintió ese profundo alivio que sigue al momento de despertar de un mal sueño y comprobar que todo el horror vivido no había sido más que un engaño de su mente. Se sentó en el borde de la cama apartando aún los restos del sueño de que no le permitían espabilarse. Buscó entonces la lámpara de su mesita de luz pero, en vez de dar con la dura superficie, su mano se hundió en el vacío.

¿Dónde demonios estaba? La habitación era oscura y vacía, con paredes de piedra. A su derecha había tres ventanas estrechas terminadas en un arco, dispuestas una junto a la otra, de las cuales la del medio era un poco más alta que las otras dos. Ali se asomó a ella y pudo ver un gran patio de césped. Se encontraba en el primer piso de una construcción enorme e imponente que, de pronto, reconoció. No estaba muerta, estaba en la Catedral de Salisbury.

Su mano voló instintivamente hacia su cuello. Dos cicatrices secas le dieron una punzada aguda de dolor al entrar en contacto con sus dedos. Eran reales. Las lágrimas rodaron por sus mejillas, empapándole esa remera extraña que no era suya, mientras la muerte de Chase se reproducía una y otra vez en su cabeza. Sus gritos, su última mirada aterrorizada, la sangre y, luego, silencio. Con el rostro enterrado en la almohada, Ali lloró durante lo que parecieron horas.

El tiempo pasó pero nadie vino a buscarla. Afuera, el cielo había cobrado un intenso color naranja, señal de que el crepúsculo se extendía hacia una nueva noche. Nunca había pasado un día entero fuera de su casa sin avisar. Decidió entonces que era hora de volver. Su padre seguramente estaría muerto de preocupación.

Se dirigió lentamente hasta la puerta, la abrió y salió a un largo pasillo de piedra. De alguna forma se las arregló para llegar a la nave principal sin toparse con nadie. El lugar era enorme, sostenido por columnas de piedra con arcos y techo en bóveda de crucería. Había cientos de sillas, casi todas vacías a esa hora. En el centro de la sala se lucía una pila bautismal grande parecida a una flor de cuatro pétalos y de cuyas puntas terminadas en picos como de jarra derramaban cuatro cordones de agua hasta unos hoyos en el suelo. La fuente era de un verde oscuro y tenía inscripta a su alrededor un pasaje de Isaías capítulo 43 que a su padre le gustaba mucho: No temas porque yo te he redimido, te he llamado por tu nombre; eres mío. Si pasas por las aguas, estaré contigo, y por los ríos, no te ahogarán. Si andas por el fuego, no te quemará, ni la llama arderá en ti. Su superficie desbordante de agua parecía un espejo que reflejaba toda la belleza de la catedral y sus gloriosos vitrales. Allí, sobre el agua, permanecía inclinado un joven. Su cabello era dorado como el oro y le caía en tenues rizos enmarañados casi hasta los hombros. Un mechón le caía sutilmente sobre el rostro y se lo ocultaba. Llevaba un pantalón blanco y una camiseta negra que resaltaba sus brazos pálidos. Sus manos se escondían en los bolsillos otorgándole una postura desenfadada aunque a Ali le pareció más como uno de esos ángeles tristes que custodian las tumbas.

Ali se acercó a él vacilante. Buscó su rostro en la fuente y entre la sombra proyectada por sus cabellos encontró dos enormes ojos de un intenso verde esmeralda. Ella dio un respingo y retrocedió. Lo escudriño con más atención.

- Tú... Tú eres...

No. No podía ser él. Aquella criatura tenía alas. Este era un chico de carne y hueso, que no superaba los veinte años.

Oscura Tentación ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora