Oscuridad

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Alanis atravesó la oscuridad gelatinosa hacia los pasillos de la ciudad subterránea bajo The Poultry Cross. La oscuridad era total pero ella tenía el fuego. Agitó sus manos hasta que éstas ardieron y todo se iluminó. Algunos ojos, fisgones pero al parecer inofensivos, corrieron a refugiarse en las sombras. Recordó las palabras de Larsen y, de alguna manera, sabía que eran ciertas: los Hijos de la Noche se arrodillarán ante ti. Bueno, mientras no la molestaran no necesitaba sus inclinaciones. No por ahora.

Llegó caminando hasta los túneles de la catedral. A pesar de que las veía, ninguna de aquellas criaturas se atrevió a acercársele. El fuego dejó de ser necesario una vez que emergió dentro de la catedral. El silencio era absoluto. Nadie la esperaba así que probablemente tampoco tuviera toparse con Max o Zhaira. Aunque sabía que no tenía sentido, se deslizó con el mayor sigilo posible hasta detenerse ante la puerta de Sabrina. Quería despedirse pero se arrepintió y salió corriendo hacia la torre antes de que ella notara su presencia. Cualquier distracción podría arruinarlo todo y quería volver cuanto antes junto a Kaliel.

La habitación de Kaliel estaba tal como la había visto al marcharse excepto por las cosas que estaban ahora sobre la cama. De todo aquello que había anotado en la lista para Sabrina, muy poco le servía ahora. La carta de su padre estaba bajo el colchón de su cama. Ali la dobló y se la metió en el bolsillo del pantalón. Entonces se dirigió al baúl y comenzó a sacarlo todo rápidamente hasta que encontró la caja donde su padre guardaba la insignia del Gladius Dei. Quizás estuviera encantada por una magia poderosa, oscura incluso, pero le pertenecía. Alanis levantó la caja hacia la luz de la luna que se colaba por la ventana, allí donde solía sentarse Kaliel. La madera lustrada relucía bajo la luz plateada.

Alanis la abrió y tomó la insignia entre sus dedos. Era curioso como una caja de madera había resistido a semejante incendio. ¿Y si en realidad no era el fuego físico el que estaba preparada para resistir sino el fuego infernal? No, no se atrevía a probar. Sin embargo, no dejaba de llamarle la atención que su padre custodiara la llave de un cofre que solo tenía una insignia... O que un cofre de ese tamaño y peso, solo estuviera destinado a proteger una insignia... Ahora sabía que su padre siempre había tenido una buena razón para todo lo que hacía. Ali comenzó a girarla y a explorar su superficie con los dedos, en busca de cualquier relieve extraño. Y lo encontró. Desde adentro, los relieves de las esquinas se giraban destrabando la pieza mullida de terciopelo azul en la que reposaba la insignia. Debajo había un relieve en el que encajaba perfectamente la insignia. Ali la colocó allí y, obedeciendo a la intuición, la hizo girar hasta que sintió que la tapa cedía hacia el fondo escondido...

Ahí estaba la enorme y pesada llave que alguna vez había visto en su infancia. Era verde y maciza, como forjada en hierro. Ocupaba toda su mano y tenía una frase inscripta alrededor:

No tengas miedo porque yo te he redimido. Te he llamado por tu nombre. Eres mío. Si pasas por las aguas, estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas. Si andas por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas.

Recordaba esa frase. Isaías capítulo cuarenta y tres. Su padre se la repetía siempre que leían la Biblia. Le decía que los nombres eran muy importantes y decían mucho de quienes éramos. Algunos creían que cargábamos ya nuestros destinos en el nombre y muchas personas cambiaban sus nombres cuando sentían que habían dejado de ser lo que antes eran. Ahora todo tenía sentido. Pero no era solo por hacer una referencia secreta a su historia personal que su padre se había asegurado de que recordara aquel pasaje. Existía otro lugar, otro recuerdo que lo involucraba.

Ali corrió escaleras abajo, cargando el cofre en una mano y la llave en la otra. Llegó hasta la nave principal de la catedral y se apresuró hasta la fuente en forma de flor en cuyas hojas estaban grabadas las mismas palabras. Estaba segura de que había una relación. Ali rodeó la fuente, exploró cada centímetro. Hundió las manos en el agua, palpando la superficie interior. Por fin, sus ojos hallaron aquel ignoto hueco a los pies de la fuente. La llave encajó perfecto en él. Tuvo que ejercer un poco pero al fin logró hacerla girar y oyó el sonido leve de algo que se destrababa. El corazón le martilleaba tan fuerte dentro del pecho como si fuera a explotar. La sangre parecía correr toda hasta su cabeza y ejercer presión en sus oídos. Contuvo la respiración mientras corría aquel zócalo que ahora estaba suelto al pie de la fuente. Su mano se introdujo y palpó la superficie rígida, irregular. Cuero. Sí...

Oscura Tentación ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora