DÉJAME ESCUCHAR TÚ VOZ

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Ray × lectora

- ¿Qué tal te fue hoy, Ray? -Interrogó de manera usual y ya irrelevante Isabella al pelinegro. Era de noche, cielo alienante y estrellado, con destellos de luz tenue brindando consigo el milagro del recuerdo y de la vida. El chico había llegado a la habitación de su madre para dar su reporte habitual, poco más y poco menos; sus pies ansiaban salir del lugar cuanto antes, para ocultar nuevamente la cabeza entre páginas y llenarse la mente de conocimiento.

- Nada grave, mamá. -Susurró el joven, soltando con delicadeza el pomo de la puerta. Su mano recorrió un tramo ya habitual para él, descansando plácidamente en los bolsillos de su pantalón blanco. Se le veía cansado, con poco deseo de hablar incluso. Mirada perdida y vagabunda, ojos vacíos y rotos. Isabella arqueó una ceja; algo sucedió. La mujer cruzó los brazos de manera tieza, casi amenazante, lanzándole una mirada rígida para que prosiguiera.- ...Emma. Preguntó qué haría cuando saliera del orfanato. -Prosiguió, predominando en su voz un tono falso y desinteresado, con su característica mirada fría y afilada. Caminó hacia el frente, hasta que paró cuando el cielo oscuro cubierto de estrellas llamó su atención. Alzó la mirada para observarlo más claramente por la ventana, con rostro inexpresivo. Eran pocas las cosas que le hacían sonreír, y a su corta edad, Ray parecía ya encontrarse completamente roto e inmune al placer de la felicidad mundana. Nada parecía importarle en el mundo. Parecía como si su mera existencia le molestara.

- ¿Qué contestaste? -Isabella indagó, evadiendo todo tipo de amor en el tono de su voz. Observaba detenidamente al chico, analizando su comportamiento y mirada impenetrable, buscando cualquier indicio de mentiras en sus palabras. Ray se percata de ello, y pasa su atención del cielo, a Isabella.

- No me veas así ¿quieres? ¿Crees que un niño de seis años cómo yo te mentiría? -Dijo Ray con un tono burlesco disfrazado de molestia. Su mirada gris acusó a la mujer sin miedo alguno, carente de cualquier respeto y amor posible. Al notar esto, Isabella sonrió. Una sonrisa falsa, como siempre; falsa como aquellas que practica en su día a día, y falsas como su vida misma.- Ugh... -Ray no podía tolerar esa específica expresión que hacía su madre cuando él se encontraba reacio a hablar. Sonrisa tan pobre y carente de peso o valor alguno; solo un mero cascarón e intento despreciable de felicidad. Le enferma. E Isabella lo sabe. Sabe que Ray odia verla sonreír. Lo sabe perfectamente, y es por la misma razón por la que ella también odia hacerlo. Ella odia su sonrisa, porque está llena de falsedad, y arrepentimiento.- Dije que lo primero que haría sería sobrevivir.

Sobrevivir.

Está claro que Ray es su hijo; creado de su propia sangre y carne, pero su sentido de supervivencia es completamente distinto.

Isabella curveó nuevamente sus labios hacia arriba, satisfecha por la obediencia de su hijo. Volteó hacia la ventana y observó el cielo estrellado.

- Si te portas bien, puede que sobrevivas. -Añadió con supuesta felicidad, a pesar de que ya no sentía aquello hace mucho tiempo. Abrió lentamente sus orbes violetas, acercándose a su hijo poco a poco.

Sobrevivir.

Ray quería sobrevivir.

Pero, ¿a qué costo? ¿Qué estaba dispuesto a renunciar para rozar con los dedos el placer de sobrevivir por más tiempo que nadie? ¿Qué estaba dispuesto a sacrificar? ¿Cuánta de su humanidad estaba dispuesto a perder?

Ray le observó con duda, sentimiento siempre presente en su mirada cada que veía a su madre. Inclusive sin su consentimiento, por inercia dio algunos pasos hacia atrás para alejarse de la mujer amenazadora que con cada paso, lo acorralaba.

¿Cuántas vidas estaba dispuesto a inmolar? Y aún más importante, ¿estaba Ray dispuesto a convertirse en un monstruo para sobrevivir?

No pasó mucho tiempo cuando el pelinegro pudo sentir cómo su espalda chocaba contra una superficie plana; la pared, dejándolo indefenso. Isabella se inclinó ante el azabache, con un semblante amoroso a simple vista, pero plagado de misterio e inclusive, maldad debajo de la fachada. Alzó su mano fría, acariciando la mejilla de su hijo. De su sangre, su legado. Todo lo que había hecho a día de hoy, lo hizo para sobrevivir. Ray era consecuencia directa de su deseo tan natural de supervivencia. Su recordatorio permanente de su fallo como madre, y como persona con moral alguna. Ray era la viva imagen de su castigo por sus pecados, siendo este castigo, enviar a su propia descendencia a su muerte.

YAKUSOKU NO NEVERLAND × LECTORA |ONE-SHOTS|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora