Epifanías

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6 de febrero de 2018

PRESENTE

Abigail

Toqué la puerta de casa de Camilla...bueno, de casa de la familia de Camilla, ella ya tenía su propio departamento al otro lado de la ciudad, muy cerca a la pastelería. Hoy era el cumpleaños del papá de mi amiga, el señor Carlos, quien era simplemente un amor de persona y el tipo de padre que hubiera matado por tener. Bueno...ambos, el señor Carlos y la señora Andrea, su esposa, eran personas encantadoras. Camilla y su hermanito de 6 años, Felipe, tenían mucha suerte de tenerlos como padres.

- ¡Abi! ¡Bienvenida a casa, cariño! ¡Pasa! – me saludo Andrea, tan feliz y sonriente como siempre. La mamá de mi socia era una mujer bajita y un poco rechoncha, tenía las mejillas muy redondas y coloradas. Amaba ponerse shorts y faldas que combinaba con blusas de extravagantes colores. Hoy se había puesto un short blanco y una camiseta amarillo patito.

Su gusto en moda no es su mayor punto fuerte, pero su comida era simplemente fabulosa. De ella aprendí muchos trucos que luego apliqué en la pastelería.

- Muchísimas gracias. ¿Dónde está el señor Carlos? – pregunté mientras entraba en la casa.

- Ya te he dicho un millón de veces que somos Andrea y Carlos, nada de señora ni señor, ¡eres prácticamente de la familia! – solté una sonrisa de disculpa. Había crecido de un modo tan acartonado que era difícil dejar viejas costumbres. – Está terminando de arreglarse, ya conoces como es, ¡es peor que reina de belleza alistándose para un certamen! – me hizo reír. – Cami está viendo televisión con Pipe, ponte cómoda. – susurró, antes de desaparecer por el pasillo, seguramente buscando a su esposo.

Me acerqué a la sala, donde vi a Liguini, el perro de la casa. Un adorable bulldog que, según Felipe, tenía una increíble similitud con el chef de Ratatouille, así que, por eso quedó el nombre.

Abrí el pequeño kennel rosa que traía en la mano y dejé salir a Dakota, que estiró sus pequeñas patitas blancas apenas dejó la canasta. Linguini vino corriendo apenas la vio, moviendo fuertemente la cola y saltando de un lado a otro, indicándole que quería jugar. Con cualquier otro perro, Dak hubiera estado irritada y ya le habría lanzado un zarpazo, pero no con Linguini, ella adoraba a ese bulldog.

Mi gata se echó de barriga, moviendo las patitas para arriba, movimiento que divirtió a Linguini, que empezó a saltar a su costado y a jadear con fuerza. Al instante, empezaron a perseguirse y a jugar entre ellos.

Ojalá las cosas con Daniel fueran tan sencillas como lo son con Dakota y Linguini.

- ¡Abigail! – gritó Pipe, corriendo a abrazarme. Era tan pequeñito que su cabeza llegaba a la altura de mi pecho. Rápidamente lo envolví en mis brazos, jugando con su cabello.

- ¡Hola! ¿Me extrañaste? – él asintió repetidas veces con la cabeza. - ¡Un montón! ... ¿Trajiste algo para mí?

- ¡Felipe! ¿Qué son esos modales? Abi va a pensar que sólo la buscas porque quieres algo. – regañó Camilla desde el sofá. El niñito me miró nervioso, con sus ojitos exudando disculpas y sus labios temblando de pena, parecía estar a punto de llorar.

Sin poder aguantarlo más, me arrodillé para estar a su tamaño y saqué de mi bolsa un pequeño paquete que contenía un par de croissants rellenos de manjar blanco.

- Yo sé que me quieres, y no sólo me buscas por mis increíbles y extraordinarios dulces, ¿verdad Pipe? – él asintió convencido, con los ojitos brillantes al ver el postre. – Pero ¿a qué son extraordinarios? – el niño sonrió ampliamente, mostrándome todos los dientes, incluso el pequeño espacio que tenía entre los dientes de en frente, cortesía del Ratón de los dientes.

Receta para superar una desilusión amorosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora