El juego de té

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Mi papá llegó del último viaje que haría a sus tierras, Japón, con un exquisito juego de té que la tía Yuko (tía de mi papá), me había heredado al morir.

Yo recordaba perfectamente esa pieza en la enorme vitrina que tenía con muchos otros juegos de té. La recordaba no por ser la más linda, sino todo lo contrario, por ser la más rudimentaria. Había muchas otras con preciosos acabados de dragones, tigres, pedrería y hasta incrustaciones de oro (bueno, me gustaba creer que eran de oro), pero de todos, ese era el juego de té más sencillo.

Ahora, ese antiguo juego de té había cruzado el océano para llegar a mí.

Desempaqué el juego de té que ahora y lejos de los otros presuntuosos juegos de la vitrina, parecía mucho más hermoso y hasta místico. Lo limpié y lo coloqué en una de las repisas de mi habitación donde permaneció semanas.

La tarde que una de mis mejores amigas lo vio y sugirió la idea de hacer una ceremonia de té. No se me había ocurrido antes. Desde el principio la consideré un adorno, pero ahora me parecía una idea muy atractiva.

Conseguí el matcha y le di una buena lavada a la enorme y pesada tetera de hierro para poder calentar el agua. Desde que comenzó a hervir y los vapores del agua comenzaron a flotar en el aire, una atmósfera indefinible llenó de paz la casa. Como si se pudiera percibir un olor dulzón, pero era sólo agua hervida. Un sentimiento de irrealidad se apoderó de mí. Me sentía embriagada.

Procedí con el ritual de té yo sola, como alguna vez me lo hubiera enseñado la tía Yuko. Era un ritual meticuloso y solemne. Los olores impactaron no sólo en mi nariz, sino hasta lo más profundo de mi cerebro. Cuando al fin estuvo listo, di media vuelta a la taza, la acerqué a mis labios y una voz llamada sentido común se alteró dentro de mí. La imagen que me vino a la cabeza, fue la de una planta carnívora conocida como Nepenthes, en forma de jarrón y con fascinantes molduras en sus bordes, cuyo irresistible aroma atrae a los insectos para invitarlos a beber tan sólo un sorbo de su mortal elixir. Cuando están lo suficientemente cerca, los insectos caen en el interior de la Nepenthes y son devorados por sus dulces, pero corrosivos jugos gástricos. Fue muy tarde para mí.

Probé su exquisito sabor y me olvidé del mundo. Algo en esos sabores me llevó a un placer nunca antes conocido. El sentimiento de irrealidad se volvió más intenso.

Esa noche fui a la cama y tuve sueños que jamás había tenido.

Al principio no lo comprendí. Ninguno de mis cinco sentidos se identificaba con las sensaciones de esos sueños.

Sentía cómo mi verdadero yo estaba dejando atrás mi cuerpo. Sentía cómo abandonaba mi esqueleto. Era nuevo, aterrador, pero fascinante.

Era como descubrir un nuevo estado de la materia en que se podía habitar y desde ahí contemplar el universo sólido, tangible y en permanentemente en caos. Era el estado más cercano a la perfección.

Contemplé sin ojos la energía que componía a las personas de mi vecindario. Vi dentro de ellas las emociones que turbaban su existencia. Toqué sin tacto esas emociones y las manipulé para diluir las negativas y acumular las positivas. Disipé su dolor y sus dudas, y a cambio me regalaron íntimas memorias. Me develaron sus más profundos secretos.

Cuando quise regresar y no supe cómo, el pánico casi se apoderó de mí, pero entonces descubrí una suerte de hilo que conectaba mi estado auténtico con mi forma física. Fue tan simple como tirar de él con suavidad y de un pronto ya estaba descansando de nuevo en mi cama.

Al día siguiente comencé a investigar con voracidad todo lo que pude y ahí descubrí que se trató de un viaje astral.

Por la noche, cuando me fui a dormir, esperaba con ansias tener uno más de esos viajes, pero no pasó nada. Ni siquiera sueños comunes y corrientes. La siguiente noche fue lo mismo, y la siguiente también.

Unas semanas después, una de mis amigas me preguntó si había conseguido el té de matcha. Lo había olvidado por completo y le dije que sí, que fueran a mi casa para tomar las tres el té esa misma tarde. Les enseñaría todo sobre el ritual.

Cuando llegaron ya tenía casi todo listo. Puse la enorme tetera de hierro sobre el fuego y desde que comenzó a hervir el agua noté un cambio en la atmósfera. Mis amigas también lo sintieron. Era embriagante, aunque sólo era vapor de agua. Ahí supe que eso había detonado el primer viaje astral que había tenido. Entonces le conté todo a mis amigas.

Las dos se quedaron maravilladas con la historia y si por la mente se les había cruzado algún pensamiento racional, el vapor de la tetera lo había disuelto por completo.

Procedimos al ritual.

Las miré beber. Vi sus pupilas dilatarse y comprendí que también estaban viviendo el sentimiento de irrealidad que experimenté la vez anterior.

Acerqué la taza de té a mis labios y volví a visualizar a un insecto cayendo en el mortal pozo de la Nepenthes. Bebí hasta el fondo.

No tuvo que llegar la noche para que cayera en un profundo sueño. Esa misma tarde se apoderó de mi el cansancio y dormí.

Volví a separarme de mi carne y de mis huesos. Miré de nuevo sin ojos la energía que componía el universo y la vi cambiando el cerebro de mis amigas. Ahí estaban ellas, perdidas en sus ideas, sin ser conscientes del cambio que acontecía dentro de ellas.

Me dejé llevar y una energía me arrastró lejos de mi cuerpo, de mi casa y de mi ciudad. Me sentí como en una de esas pesadillas en las que uno siente que se cae y luego despierta, pero no desperté. Seguí cayendo. Entonces tiré con fuerza del hilo que me llevaba de regreso a mi cuerpo, y en menos de un segundo ya estaba en la sala de mi casa, con mis dos amigas mirándome.

Una estaba aterrada, había tenido una visión del divorcio de sus padres. Sería en menos de un mes a causa de la infidelidad. Como pudimos la calmamos y la convencimos de que al igual que que yo, había tenido una alucinación.

Nuestra otra amiga no había presentado ninguna alucinación o supuesta premonición, pero pronto comenzaría su infierno personal.

Comenzó una cuenta regresiva para las tres.

Los siguientes días los viajes astrales comenzaron a asaltarme de la nada, haciendo cualquier actividad, mi cuerpo expulsaba a mi yo auténtico. Donde fuera azotaba y podía ver mi cuerpo tirado siendo auxiliado por otras personas. Tiraba del hilo para volver, pero cada vez me era más difícil.

Para mis amigas no fue más sencillo.

La que había visto a sus padres divorciarse en una visión, terminó por vivirlo al pie de la letra. Pronto tuvo una nueva premonición con la muerte de uno de sus hermanos. No pudo hacer nada para evitarlo. Luego vio un incendio en una primaria y aunque trató de advertir a la escuela, la tomaron por una loca. Cuando pasó, la culparon a ella. Terminó por quitarse la vida en una celda, advirtiendo a todos de un terremoto que devastaría la Ciudad de México.

Mi otra amiga terminó en un psiquiátrico, jurando ante Dios que podía ver gente muerta. Los médicos dijeron que era esquizofrenia. Las terribles descripciones de cómo se veía el otro lado habrían dejado como un aprendiz a cualquier sicario o degollador del narco. Permaneció en ese lugar el resto de sus días. Incapaz de controlar sus visiones con medicamento alguno.

Yo, por mi parte, hace tiempo que se rompió el hilo que me regresaba a mi cuerpo. Creo que me quedaré aquí para siempre. Espero que este estado de la materia que hoy compone mi existencia pase por un estado parecido al envejecimiento o al de la muerte, porque de otra forma descubriré cuánto dura un siempre.

Relatos de horror segregadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora