El que llama a mi puerta

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Por mi trabajo viajo bastante y frecuento muchos hoteles de todo tipo. Desde los más elegantes hasta los más austeros. En una ocasión me tocó dormir en un hotel muy hermoso instalado en una vieja casona que había servido como hacienda en otro tiempo, logrando así una combinación perfecta entre lo antiguo y lo moderno.

Cuando llegué a mi habitación, poco después de las 12 de la noche, no tenía ganas de hacer otra cosa que darme un baño e irme a la cama, y así hice.

Mientras me estaba duchando creí escuchar un golpe seco proveniente de la puerta, pero decidí que sólo había creído escuchar algo. «Seguramente la puerta contigua a mi habitación cerrándose descuidadamente por otro huésped»

Al salir de la ducha me cepillé los dientes, me puse sólo unos calzones y fui directamente a la cama.

¡Ah!

El mejor momento del día. Cuando por fin dejas que el cuerpo se desprenda de toda esa tensión. Estaba casi babeando, justo en el umbral donde no sabes si estás soñando, recordando o viviendo en el mundo real, cuando de pronto un golpe seco sonó en la puerta. Inmediatamente regresé de ese limbo y me encontré con la extraña sensación de no saber si realmente lo había escuchado o lo había soñado y casi como en respuesta volvió a sonar. Me sentí realmente irritado y por supuesto se lo haría saber a la persona que llamó a la puerta de esa forma.

Me incorporé y caminé descalzo en dirección a la puerta y al asomarme por la mirilla me encontré con un pasillo penumbroso. Casi agónico. Me quedé de pié en la oscuridad, dándole la oportunidad al pasillo para ver si me encontraba con el culpable cuando el mismo golpe seco sonó detrás de mí. Di un respingo y gire sobre los talones, para encontrarme con la robusta puerta de closet. No tenía que verme al espejo para saber que había palidecido.

En esa oscuridad, di un paso al frente, para acercar mi mano sudorosa al pomo de la puerta del closet y descubrir que había una explicación racional para todo eso, pero cuando estaba a punto de abrirla, caí en cuenta de que estaba descalzo y en calzoncillos. Si iba a salir corriendo sería mejor que fuera con algo de ropa encima.

Encendí la luz y me apresuré a vestirme.

Cuando al fin estaba listo coloqué mi mochila junto a la puerta por si tenía que salir corriendo. Esta vez tenía las luces encendidas, pero caí en cuenta de que el closet no alcanzaba a ser iluminado directamente por ningún foco, así que tendría una visión algo austera de lo que había hecho el sonido.

Me aseguré de que la puerta que daba al pasillo no se fuera a trabar en mi intento de escape y en ese punto comprendí que estaba siendo muy paranoico. En respuesta volví a escuchar el golpe proveniente del closet, como diciendo «Haces bien en tomar precauciones» Antes de poder pensar en un escéptico pretexto para alejar mi cobardía el golpe volvió a sonar. Imaginé una mano huesuda cubierta apenas por una putrefacta capa de piel, golpeando contra la madera. Las manos me sudaron de nuevo mientras encaminaba a una de ellas hacia el pomo de la puerta del closet.

Decidí hacerlo como si de una inyección se tratase «rápido y sin pensar».

Abrí la pesada puerta con fuerza y en la oscuridad apareció un frigobar.

Entró a funcionar el termostato y comprendí que detrás de la gruesa puerta ese ruido mecánico se escucharía como un golpe seco.

No pude contener una estúpida risa de alivio, pero cuando estaba por cerrar la puerta, de detrás del frigobar emergió una mano huesuda y putrefacta. Los ojos se me abrieron como platos al no dar crédito de lo que estaba viendo.

Por un momento creí que mis piernas perderían fuerza y esa mano terminaría por atraparme, pero antes de darme cuenta ya estaba corriendo por el pasillo del hotel.

Esa noche hasta la mochila olvidé. Afortunadamente traía conmigo mi cartera y me fui directo a la terminal a comprar boletos para regresarme en el primer camión a casa.

Algunas noches despierto pasada la media noche, con la sensación de que, lo que me ha sacado del sueño es un golpe seco sobre la puerta del armario. A veces tardo bastante en volver a conciliar el sueño, esperando a que vuelva a golpear e imaginando que la mano está ahí, esperando a que me acerque al pomo de la puerta, para sujetarme fuertemente por la muñeca y así terminar de mostrarme el resto de su pútrida existencia. Para mostrarme lo que eventualmente yo también seré.

Relatos de horror segregadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora