- Cierta lo ojitos y estate tranquilo...Todo saldrá bien.
Michel Navratil ascendía las escaleras metálicas a toda prisa mientras llevaba en sus brazos, arropado por una manta, a su hijo Michel Marcel. Tras éste, siguiendo sus pasos, un desconocido pasajero que se había ofrecido a ayudarle con su otro pequeño, Edmond Roger.
Pero en esta carrera, desesperada y contrarreloj, tenía una férrea y inhumana competencia.
Por doquier, buscando salvarse del desastre que nadie creyó posible, corrían de un lado a
otro, apareciendo por cada recoveco, por cada puerta, por cada escotilla, cientos de hombres, mujeres y niños, los cuales, al igual Michel, corrían a la cubierta superior para embarcarse en uno de los últimos botes.Ante los llantos, las voces y los gritos de angustia desesperados, el pequeño Michael se revolvió en los brazos de su padre.
Éste, notando la incomodidad y el crecimiente nerviosísimo del pequeño de cuatro años, decidió intentar calmarle.
- No te preocupes - le acaricio suavemente la cabeza - cálmate- le sonrío - pronto estaremos subidos a un bote.
Aquellas dulces y sosegadas palabras hicieron que el niño se aletargara. Su padre nunca le mentía...Nunca le fallaba...
Sin embargo, Michel Navratil sabía que él no podría montar en unos de los últimos, pues como era de esperar, la orden dada era que embarcarán las mujeres y los niños. Aún así, no debía perder la esperanza, tal vez, al comprobar que aquellos dos niños pequeños viajaban sin madre le dejaran subir con ellos.
Aquella idea le insufló la energías suficientes para empujar, aún con más saña a todo aquel que se interponía en su desesperada carrera hacia la salvación.
Cada paso dado, cada empujón, cada agarrón o grito le hacía aproximarse a la deseada cubierta.
Finalmente, tras varios rifirrafes y empujones consiguió alcanzar la cubierta superior.
En ella, formando un cordón humano, se encontraban varios miembros de la tripulación que impedían el paso a los botes a todo aquel que no fuera niño o mujer.
Esta circunstancia, aunque era esperada por todos los hombres allí presentes, suponía un duro golpe que asimilar, ya que, indirectamente pero de forma clara y concisa, les decían que estaban condenados a morir.
Confirmando aquella terrible premonición, como si de un mensaje cifrado se tratase, se podía escuchar, entre el griterío y las lágrimas, la canción Nearer, my God, to Thee
(Más Cerca, mi dios, de ti).- Ya llegamos...No te preocupes por lo que escuchas... todo saldrá bien...
Michel, intentando no contagiarse de las terribles escenas de desesperación, angustia, tristeza e histeria que estaba presenciando a su alrededor mientras luchaba por acercarse al cordón, aferró contra su pecho al pequeño.
De reojo, nunca sin perderle de vista, observaba como el desconocido pasajero sin nombre, le seguía con su otro hijo en brazos.
El niño, incapaz de extraerse del ambiente sonoro que le envolvía, comenzó a sollozar.
Aquel repentino llanto, que intentaba ser controlado por el pequeño para no defraudar a su padre, hizo que el corazón de Michel Navratil se rompiera en mil pedazos.
¿Qué padre no sufriría lo mismo al sentir como su hijo sufre un trance de tal magnitud?
Humano como cualquier otro... hombre desesperado con sus hijos en brazos... sin saber que hacer ni que decir... indefenso... frágil y derrotado mientras el desasosiego de la tragedia más injusta e inhumana estaba a punto de producirse... se acordó de aquella que siempre tenía palabras de aliento, de ánimo, de cariño... de aquella que lo curaba todo con una sonrisa, con un beso, un abrazo o unas palabras dulces...si ella estuviera allí, él tendría fuerzas... tendría valor... lo tendría todo...
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Los Huérfanos del Titanic
Short StoryLa historia de dos pequeños supervivientes de la tragedia del Titanic