Capítulo IX - Sincerarse.

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Salí del aula, y anduve hasta el gran portón del centro. Seguí la calle que llevaba a mi casa, y al girar, alguien que había apoyado en la esquina se unió a mí en silencio.

-¡Manu, por Dios! ¡Qué susto me has dado! -grité temblando.

Soltó una tímida sonrisa. "Lo siento", dijo, y continuamos.

-Ya creía que me habías abandonado al no verte. No me apetecía volver sola a casa -comencé a hablar.

-Cómo te iba a abandonar. Me acompañaste esta mañana, es mi obligación devolverte a tu madre tal y como te encontré -respondió en voz muy baja, casi susurrando. Le temblaba la voz como si se fuera a derrumbar en cualquier momento.

-En ese caso, gracias -dije sonriendo.

-Tengo que decirte algo y no se cómo.

-Si te resulta complicado, no te preocupes. Cuando quieras contármelo aquí estaré para ti -intenté inspirarle confianza.

-No, quiero hacerlo ya -dudó unos segundos-. Quiero darte las gracias y a la vez pedirte perdón. Por lo de esta mañana, ya sabes.

-No es nada, de verdad -quise quitarle importancia al asunto.

-Lo cierto es que me pasa muy a menudo desde hace unos meses, creo -continuó-. La verdad es que no sé si antes me pasaba... No me acuerdo. Cuando me ocurre, me contengo todo lo que puedo, hasta llegar a un sitio en el que esté solo... Pero contigo es diferente. Esta vez no tuve que resistirme. No sé lo que es, pero estuve muy cómodo a tu lado. Sentí que no te tengo por qué ocultar nada, que siendo realmente yo mismo, todo será mejor. Como si me comprendieras, no sé, cosas mías...

-¿En serio? -pregunté.

-Sí, y es muy raro. Solo te conozco de un día y ya es como si pudiese confiar en ti.

-Y puedes.

-Lo sé, pero ya entiendes a lo que me refiero.

-Sí... Es que resulta que a mí también me pasa a veces, sin motivo. Supongo que serán crisis adolescentes de estas... No te preocupes, te comprendo perfectamente.

Yo misma me sorprendí de lo bien que había mentido; de sobra sabía que eran secuelas de lo que vivimos juntos.

-Muchas gracias, al menos sé que no estoy solo -dijo sonriendo.

Llegamos a la puerta de mi casa, pero antes de entrar, me quitó el móvil del bolsillo. Escribió algo y me lo devolvió. Nos despedimos.

En cuanto subí a mi habitación, desbloqueé el teléfono para descubrir qué había hecho Manu. Mirarlo con él presente me habría hecho parecer una psicópata, con esa sonrisa de oreja a oreja y ojos bien abiertos.

Para mi sorpresa, no encontré nada. Ni una nota, ni un mensaje, ni un nuevo contacto, nada. Olvidé el tema y me dispuse a hacer los deberes. De vez en cuando miraba por la ventana, desde la que se veía la habitación de Manu. Solo se distinguían sombras.

Finalmente terminé de estudiar. Nunca se me habían dado mal los asuntos del colegio, y, aunque no me gustaba que la gente lo supiera, sacaba buenas notas. Si se hubiese tratado de una chica guapa y popular, sería genial. Pero era yo. La friki, la que siempre comía sola. Sacar buenas notas solo empeoraba mi situación: la empollona que no tiene más vida que estudiar. Pero eso no era cierto. De hecho, no le dedicaba mucho tiempo. Prefería leer, dar paseos, estar en internet, escuchar música, sacar fotos, editar vídeos... Cualquier cosa antes que Economía o Historia.

Al fin terminé, y bajé a la cocina, donde se encontraba mi madre.

-Ni se te ocurra merendar nada ya, que vamos a cenar.

-No pensaba hacerlo -mentí. Mi madre me conocía demasiado bien.

Cenamos mis padres y yo juntos. Éramos una familia unida, me encantaban nuestras charlas.

-¿Qué tal en clase hoy? -preguntó mi padre.

-Bien... Bueno, como siempre.

-¿Y con Manu? -se interesó mi madre.

-Pues por la mañana tuvo uno de esos bajones, igual que los que tenía yo... Pero no se puso tan mal -respondí.

-Tienes que ayudarle mucho en esto. Eres la más indicada, sabes qué se siente al estar así... -dijo mi padre.

-Lo sé...

-No te sientas presionada, cielo. Lo harás bien. Confiamos en ti, y no estás sola -mi madre siempre sabe qué decir, y cuándo hacerlo.

-Gracias.

Recogimos los platos, di un beso de buenas noches a cada uno y subí las escaleras. Me puse el pijama y me acosté en la cama.

Pip, pip, pip. Una notificación, era un whatsapp. Cogí el móvil y lo desbloqueé. ¿Un número desconocido? ¿Pero qué? El mensaje decía:

"Hey, buenas noches. Voy a recogerte mañana por la mañana, ¿a la misma hora? Que descanses."

-¡MANU! -lo entendí todo. Se envió un mensaje a sí mismo y luego lo borró de mi móvil, así podría empezar él la conversación. Respondí:

"Buenas noches Manu, ¿qué tal la tarde? Genial, te espero; y gracias, igualmente."

Tardó poco en contestar:

"Perfecto entonces. Por cierto, quería decirte... todo lo de esta tarde era cierto. Es una sensación muy rara. Espero que en un futuro podamos ser buenos amigos. Por ahora puedes contar conmigo para cualquier cosa. Hasta mañana."

Se desconectó antes de que se me ocurriera algo que decir. Aquel mensaje me dejó sin palabras. Solo tenía que esperar hasta el día siguente.

Quedé dormida con una sonrisa en la cara.

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⏰ Última actualización: Mar 08, 2015 ⏰

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