Roaring Springs, Texas, Estados Unidos.
Viernes 20 de agosto de 2009.
El viento soplaba acariciando suavemente el creciente pasto y las copas de los árboles que fielmente se mecían a su merced. Los rayos del sol descendían en el horizonte, iluminado de manera cálida la tierra y sus alrededores.
Debajo de un manzano, se encontraban dos jóvenes disfrutando de la vista en completo silencio, a sabiendas que para uno de ellos esa sería la última vez que podría admirar semejante paisaje pintado frente a sus ojos en un largo tiempo.
—Voy a extrañar esto —dijo por fin la chica, rompiendo el mutismo en el que estaban pacíficamente sumergidos.
El joven de cabellera castaña cubierta por su inseparable sombrero posó sus ojos en la silueta de la bella muchacha sentada a su lado.
—Espero que lo suficiente para querer regresar —confesó él, lleno de vorágines sentimientos acumulados en su pecho, de palabras que no escapaban de su boca.
Ella conectó sus miradas. Azul con una mezcla de café y verde.
—No me iré para siempre, West. —Ella le sonrió, buscando entregarle cierta tranquilidad.
El par de adolescentes se conocían desde que nacieron. Sus padres eran grandes amigos y, por ende, la amistad de los descendientes ya estaba escrita. Pero la amistad se trasformó en algo más a través de los años. O, por lo menos, para uno de ellos fue así.
—Eso quiero creer —murmuró él, sonriendo también porque simplemente le era inevitable no sonreír cuando ella lo hacía.
West había entendido que sus sentimientos por Roxanne se habían transformado hacía alrededor de tres años, quizás más. Para él fue imposible no notar los cambios físicos de la chica, verla florecer ante sus ojos fue suficiente para que algo en su corazón se encendiera, un fuego que a través de los años fue creciendo, resultándole inevitable no caer en las garras del amor. No obstante, siempre se ocupó de reprimir aquel fuego que le provocaba la pequeña de los Strait, porque temía perder la amistad de esta.
A veces es mejor callar, porque decir la verdad podría cambiar muchas cosas. ¿Por qué cambiar algo que está bien?
Aunque los cambios vendrían de todos modos.
—No estés triste, vaquero. —Roxanne tomó su mano y aquel simple gesto provocó un huracán de emociones en el estómago del muchacho—. Volveré, lo prometo. —Le sonrió otra vez.
West quería creer en sus palabras con todas sus fuerzas, pero algo dentro de él le decía que las cosas serían diferentes cuando ella regresara.
¿Cómo no cambiar cuando estarás cinco años lejos de lo que conoces?
Una ciudad, nuevas costumbres, nuevos amigos... A él no le gustaba pensar en eso, pero a veces no podía evitarlo. Lo único que le hacía feliz era ver el brillo de alegría que centelleaba en los ojos de su hermosa Roxie cada vez que hablaba de ir a la universidad en Houston.
Houston, alrededor de ocho horas en coche del pequeño y colorido pueblo de nombre Roaring Springs.
—Más te vale, sino iré a Houston y te traeré a la fuerza para después darte unos buenos azotes, jovencita —aseguró él en un tono mortalmente serio.
La melodiosa risa de la rubia no se hizo esperar, deleitando los oídos del chico. No había cosa que más amara que escucharla reír o verla sonreír; ser feliz.
—¡Ay, West! Realmente te voy a echar de menos —carcajeó.
Sin pensarlo demasiado, él pasó un brazo por los hombros de la chica, atrayéndola contra su pecho y ella se dejó hacer, correspondiendo el abrazo, posando su cabeza en el fuerte pecho del castaño. Gracias a la posición, West pudo embriagarse con el característico olor a flores que desprendía la muchacha, mientras que ella pudo oír a la perfección los latidos del corazón latiente de su mejor amigo, haciéndole sonreír por la familiaridad de su cercanía.
Roxanne extrañaría estar en aquel pueblo que la vio nacer, pero estaba segura de que ir a aquella universidad era lo que quería hacer. Era su sueño.
La pequeña Strait siempre fue conocida por ser un alma aventurera e independiente, esto último no le agradaba demasiado a George, padre de la chica, pues para él Roxanne siempre sería su princesita. Saber que se iría le dolía, pero nadie impediría que sacara sus alas a volar. Ellos la amaban lo suficiente para preferir su felicidad y dejarla ir antes que atarla.
—Y yo a ti, Roxie. No tienes ni idea —musitó West, aún sosteniéndola entre sus brazos.
El atardecer se desdibujaba frente al par de jóvenes, que grababan en lo más profundo de sus memorias el agridulce momento.
Esa aún no era la despedida final, pues él le había prometido estar en su casa la mañana siguiente, antes de que se fuera con sus padres, quienes la llevarían en coche hasta la ciudad. No obstante, sabía que la pesadumbre que sentía sería la misma cuando tuvieran que despedirse en verdad.
West se obligaba recordar que solamente serían cinco años, y que podría verla cuando viniera en vacaciones de verano y en Navidad. No le era suficiente, pero se tendría que conformar. Todo fuera por verla feliz.
Él jamás le pediría que se quedara, por más que quisiera que fuera así, no lo haría. Roxanne lo sabía, podía ver la tristeza reflejada en los ojos avellana de su amigo; la misma tristeza que había visto las últimas semanas en los rostros de sus padres y de su querido abuelo. Agradecía de corazón tener una familia que quería su felicidad por encima de todo, aun si esa felicidad se encontraba a ocho horas de distancia en una ciudad desconocida para la joven.
Sus nervios eran igual de fuertes que su alegría, emociones provocadas por la idea de poder cumplir uno de sus sueños en la vida. Porque eso haría. Todos lo tenían por seguro. Ambos chicos también sabían que aquello era lo correcto, que era lo que debía pasar.
Lo que nadie podía saber era lo que les depararía el futuro.
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El Lugar Donde Pertenezco: Parte 1 [Disponible en Amazon]
Romance[Primeros tres capítulos disponibles. Libro a la venta en Amazon en formato digital y físico] Roxanne debe volver a su pueblo natal tras recibir la noticia de que su abuelo está en estado grave en el hospital. Puesto que ha terminado las clases en l...