Caminamos mientras sólo miramos el reflejo del amanecer en nuestras pupilas. Nuestras manos entrelazadas como bola de hilo de lana. Dos pasos después, me encontraba tras de ti con mis manos rodeando tu cintura. Lo único que lograba respirar, era el aroma a canela y miel impregnado en tu cuello. Trate de mantener control, pero mientras más recorría tu cuello, más deseaba morderlo. Recostadas en la arena tú peso sobre mi y nuestras caras a sólo un beso de distancia. Recorrí tu cuerpo buscando mi destino final. Baje hasta tu pecho mientras te acariciaba dulcemente el terciopelo de tu piel. ¡Te sentí! Sentí como cada uno de tus vellos comenzaron a dar presencia de lo que se avecinaba. Tú color rosa, se profundizó y tus gemidos se elevaron al igual que tú pecho cuando mis labios llegaron hasta el principio de tus muslos. Me apretaste las manos y me perdí en ti. Besé tus labios y no precísamente como la primera vez. Mi nombre se escuchaba ahogado. De un momento a otro la ruleta se volteó y fue tu nombre el que hizo presencia. Mi piel, como erizo y tú con la victoria en las manos. Aunque tenía la vista del hermoso océano a las orillas de mis pies, no pude ver más que tu cuerpo sobre el mío. Tu cabello largo tendido en mi pecho, bajando lentamente por mi ombligo hasta mis caderas. Y mi cuerpo te reclamó. Y de mi diafragma salió tu nombre. Temblé como nunca. Mis piernas se debilitaron, mi cuerpo entero se extremecio y en menos de lo que el sol salió, fuimos pioneras en crear un océano frente al otro. Te mire me sonreíste y entre suspiros te confirmé que no hay beso con sabor a playa, mejor que esté.
