Despedía un fuerte olor a formol y a químicos de limpieza aquella casa. La odiaba. Tenía una apariencia tan pura y perfecta que parecía desentonar por completo con ella. Marina tenía ese particular aspecto fachoso que la hacía desentonar con todo ese barrio familiar y elitista, normalmente habría creído que se trataría de su paranoia habitual, sin embargo, las miradas de los vecinos con una sonrisa especialmente amplia al verla sólo confirmaban su teoría de que ella no pertenecía a aquel sitio. Quería largarse. Recordaba con amargura aquel día en que su madre le había dicho que se mudarían a un sitio más grande para poder vivir con su novio. Lo que era la búsqueda de un departamento trajo consigo a un atraso de dos años por la llegada de su hermanastro, lo que era una simple mudanza implicó un cambio de ciudad y con ello, un cambió de escuela. Todo en esa situación era terrible.
La voz de su madre la hizo despertar de sus divagaciones. A pesar de que hacía unos días la agencia de mudanzas se había encargado de desempacar los muebles y dejar listas las cosas, simplemente ese no era su hogar, y ante la insistencia de su madre sobre que le parecía la casa sólo pudo responder con una vaga sonrisa y un levantamiento de hombros. Su habitación no era nada similar a la que tenía antes. Los de la mudanza habían puesto las cosas revueltas, sus fotos estaban sin pegar en la pared y sus libros no tenían el orden meticuloso de tamaño-editorial-letra con el que los había ordenado hace años. Además, existía ese horrible olor por toda la casa a limpieza. El novio de su madre era un TOC, o al menos eso creía, pues su obsesión por la limpieza era todo menos normal, debido a él, habían tenido que dejar a su gata Merluza en la casa de una señora de su antiguo barrio, por lo menos había podido salvar la caja de flores secas que mantenía escondida debajo de su cama, si él la viera, seguro fumigaría la casa entera por la posibilidad de insectos, la había encontrado en su antigua casa cuando se mudaron y decidió conservarla como un recuerdo... Saber que todo lo perfecto se marchita.
Sólo veía luces. El mareo no la dejaba estar de pie tranquila. Se sentía tan ahogada, tan aprisionada que sólo quería huir, mas todas las personas se veían iguales, no veía a nadie distinguible entre el cumulo de sombras en el que se había convertido aquella fiesta. Sabía que pasaría, que nuevamente se drogaría y, sin embargo, había asistido a aquel sitio dando pie a lo que sucedería. Unas manos la tomaron sin aviso y la sentaron en unas piernas. Un aliento alcohólico la golpeó y le produjo arcadas, le estaban intentando decir algo. Era un murmullo tan apagado, tan ebrio, tan rápido y mezclado con la música que no lograba entender que su mejor amigo se le estaba confesando.
Marco, quien siempre había estado observando y cuidándola se le estaba confesando, mientras le decía todo lo que ella quería que le dijeran para arreglar su vida, que a él si le importaba, que ya no podía más al ver como se destruía aquella persona que él admiraba tanto, que él estaba loco por ella y que, a pesar de todo, se odiaba por haber estado callado tanto tiempo sin hacer nada, que sentía asco al ver que era sólo otro más de los que veían y no decían. Pero Marina no oía, no entendía nada, sólo veía una boca que la hacía querer escapar y sentir asco, sentía que aquellas manos la tocarían y aquella boca le haría lo que tantas otras. Se había prometido no drogarse, no dejarse tocar más en aquellas fiestas, donde extraños la usaban y luego la dejaban sin saber dónde ni con quién.
Si Marina no hubiera ido a aquella fiesta o si Marco hubiera decidido no seguirla y no hubiera visto como un chico de dos clases más arriba metía la mano su tanga, si quizá, Marina hubiera tenido la oportunidad de hablar con su madre y tener ayuda antes o, quizá, Marco no se hubiera embriagado lo suficiente como para, al ver que Marina se alejaba de él diciéndole que no la tocara, no se hubiera resbalado en el borde de la piscina, quizá, si alguien hubiera estado más sobrio, sin drogas, o si se hubieran quejado los vecinos con la policía 20 minutos antes, quizá... alguien hubiera evitado todo lo que sucedió.
El recuerdo de Marina al ver sacar a su mejor amigo de la piscina fue más fuerte que cualquier droga, sus labios morados quedaron marcados en su memoria y su mirada muerta quedó grabada a fuego. No había palabras para explicar lo que sentía. Una mezcla de vomito y llanto la sacudía tan violentamente que tuvo que ser llevada en ambulancia ante el miedo de que hiciera una locura. No había un deseo más grande de gritar en esos momentos, un deseo de tirarse de la ambulancia en movimiento sino hubiera estado aquel enfermero cuidándola.
Marina no habló durante 3 días. No sirvieron ni las palabras de los policías, ni las de su madre, ni siquiera los ruegos o los insultos de los padres de Marco sobre la perdida de su hijo. Ella estaba invitada al funeral, pero sabía que no era bienvenida. Ella había llevado a Marco a esas fiestas, ella era la mala influencia, ya no importaba quienes hubieran maltratado a Marina antes ni cuanta presión social influyó en ella como para que se hubiera vuelto uno de ellos. Importaba que ella había cedido, se había convertido en uno más y ahora Marco había muerto. El único amigo que si la apreció como era, a la Marina real, la débil que se cortaba en los baños de la escuela, el que siempre estuvo ahí había muerto.
Le habían dicho que la noche de la fiesta ella habló con Marco, le habían comentado sus amigos que él planeaba confesarse, le habían dicho... que él la vio siendo besada y a punto de acostarse con alguien. Y, a pesar de que lo intentaba, no recordaba aquellas palabras de Marco. Marina no recordaba que Marco le había jurado respetarla, que la iba a ayudar y que quería estar con ella. Ella no recordaba que la amaba. Y quizá era algo que Marina ya presentía, pero ahora necesitaba con tanta urgencia recordarlo que se sentía morir al ver aquella tumba sin tener una respuesta.
Marina lo quería, ella no lo amaba. Marina no podía amar a nadie sin quererse a ella misma primero. Sin embargo, si todo hubiera sido distinto, sabía que ella hubiera podido amarlo. Si ella hubiera sido más fuerte quizá no la perseguirían aquellos labios muertos que esperaban una respuesta. Todos se habían ido ya y sólo quedaba ella arrodillada frente a la tierra recién removida. Después de tres días abrió la boca y lloró. Mientras el paisaje se desvanecía a su alrededor, ella pedía entender que era aquello que debía responder, que era aquella respuesta atrapada en su garganta y que no la dejaba respirar. El olor a la tierra se perdía y sólo podía apretar más los puños hasta que, sin aviso, se despertó bruscamente en su cama, con el calendario marcado en el día que había empezado las clases en la nueva escuela.
Marina sostenía fuertemente la flor blanca que había llevado para Marco el día de su entierro, recordó la caja extraña debajo de su cama y por fin comprendió que significaba. La caja contenía alrededor de veinte flores de distintos tipos secas y viejas. Se preguntó cuántas veces ya había fallado, pero al depositar la flor olvidó completamente que hacía.
Marina había caído de su cama, había despertado en el suelo. Hasta eso era distinto en esta casa, en la antigua jamás se había caído o dormido mal. Al afinar la vista, Marina logró ver una pequeña caja rosada bajo su cama. Al abrirla, Marina logró ver una serie de flores secas que parecía que llevaban bastante tiempo, sin embargo, el sonido de su alarma la sacó de sus divagaciones. Y mientras se preparaba para su primer día en su nueva escuela, ella olvidó la existencia de la caja.
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Censored
Short StoryTe había jurado no hablar. Lo prometo, lo iba a cumplir. Pero antes de darme cuenta, ya lo había escrito todo. No es que quisiera contarle al mundo, te lo aseguro, es sólo que no podía conseguir que los personajes se quedaran callados. Estaban ahí s...