Robin: la chica terrible

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Ella es joven, hermosa y letal. Vive en un peligroso mundo que se rinde a sus pies cada vez que se le ve deambular por los clubes propiedad de su padre: Croco, importante y respetado hombre, uno de los peces gordos de la mafia Yakuza. Él, para disimular el origen de su fortuna, ostenta el cargo de alcalde en la prefectura de Kumamoto.

La chica tiene diecinueve años, entró a la universidad más lujosa y prestigiosa de la cuidad, su intelecto es enorme, no obstante la reputación e influencias de Croco también hicieron lo suyo. Él la adoptó tras hallar en ella una mente maestra.

Por la mañana ambos se reúnen en el comedor atendidos con esmero por la servidumbre. La enorme mesa finamente decorada, lucía como de costumbre, todo tipo de exquisiteces.

— ¿Cómo va todo, princesa?

— Buenos días, padre. Todo bien

— Hoy es tu primer día de universidad

— Sí, lo es

— En la tarde necesito que pases por mi oficina, uno de mis choferes irá por tí — el hombre alzó el mentón de la chica con gesto observador.

— Claro, no hay problema

Tomaron su desayuno rápido y salvo por ese corto diálogo casi en silencio. Al terminar, cada uno se retiró para comenzar su día lleno de obligaciones.

Ya en la universidad no fueron pocos los rumores por cada pasillo en el que circulara Robin. Su esbelta y voluptuosa figura atraía los halagos y miradas lujuriosas de sus compañeros. Su ropa y accesorios lujosos fomentaban los comentarios de las chicas, la mayoría la miraba con envidia, excepto por una chica pelirroja que se mantenía al margen de las conversaciones, parecía no encajar en el ambiente del campus.

Su vestimenta era sencilla, con una postura algo tímida, miraba en todas direcciones y en especial a la morena que al reparar en la pelirroja, conocía de sobra la expresión de alguien que la miraba con admiración. Se acercó a la chica que le sonrió con timidez.

— Hola, soy Nami

— Mucho gusto, Nami. Soy Robin

— ¿Estás en este electivo? — algo atolondrada señaló una lista en la pared en el que mostraba la ubicación de las salas y las respectivas materias.

— Sí, ¿y tú?

— Yo también, espero que seamos buenas amigas — le tendió la mano, gesto al que ella correspondió.

— Entonces acompáñame a la cafetería — la chica revolvió en sus bolsillos, Robin la analizó y agregó —. Yo invito

— ¡Oh! Gracias, la verdad es que en este receso me dio hambre — era la hora del almuerzo.

Las chicas charlaron animadamente, a medida que se iban conociendo se caían cada vez mejor. Ambas tenían muchas diferencias; Nami, de origen humilde, estaba becada gracias a su excelente desempeño académico, provenía de una familia de campesinos que vivían lejos de la cuidad, sin embrago compartían el hecho de ser hijas únicas así que Robin podía empatizar con ella. De pronto timbró el móvil de la morena.

— Diga

— Señorita. En la salida oeste del campus

— Entendido, me queda una hora

— Se lo comunicaré a su padre

— Gracias — cortó. La pelirroja la observaba atenta —. Vienen por mí a la salida

— ¡Qué bien! Yo debo caminar veinte cuadras

— ¡Vaya! Lo lamento — Robin sintió ganas de decirle que la dejaba en su casa, en segundos descartó la idea. No convenía involucrar a una perfecta desconocida en los asuntos de su familia. El llamado del fin del receso la devolvió a la realidad —. Nos vemos, Nami. Es un gusto conocerte

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