Lección tres: aprobada

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Cómo si nada hubiera pasado, ella volvió a la cama, abrazó al chico que despertó con el calor de los brazos que lo rodeaban.

— ¿Estás bien? — repitió la pregunta al ver una mirada sombría en la morena.

— Claro, estoy bien — lo miró con atención, en su interior se preguntaba por donde comenzaría con el castigo —. Franky, creo que es mejor que te vayas. Mañana es un día importante — el chico consultó su reloj.

— ¡Vaya! Son casi las ocho. ¿No te molesta que me vaya?

— No. Debes hacerlo

— Bien. ¿Puedo? — señaló el baño de la habitación, ella asintió y él entró a tomar una ducha rápida.

"Esto se queda conmigo" guardó la libreta y se vistió rápido. Despachó también a Franky que estuvo listo en menos de diez minutos. Lo despidió en la puerta con un beso algo hipócrita.

Al día siguiente tendría la oportunidad de hacerlo pagar por su osadía.

— Buenos días, princesa — su padre la saludaba a primera hora de la mañana en el desayuno.

— Hola, padre. ¿Qué tal tu viaje?

— Todo bien, nuestro reino está asegurado

— Lo sé — tomó un sorbo de su café con una mirada misteriosa — Hoy tenemos el evento

— Sí. ¿Te presentaron a tu escolta durante mi ausencia? — ella se atragantó con un pedazo de tostada — ¿Pasa algo, princesa?

— No, padre. Todo bien

— ¿No mientes? Sabes que no me gusta que nada te altere, mi preciosa niña

— En serio. Está todo bien

— Tenemos que estar en el ayuntamiento a las once de la mañana. Ve a cambiarte, cariño

— Si, padre

Robin se fue a su habitación. A la media hora le anunciaron que todo estaba listo y que su escolta especial había llegado.

"Llegó tu hora, estúpido. No te reirás de mí. ¿Lástima? Veamos quién dará lástima ahora..."

Ya casi todo estaba dispuesto para la salida de la comitiva. Obviamente también estaban presentes los guardias privados que la mafia disponía para el líder Crocodile y su hija.

Franky llegó puntual a su misión. Vestía terno oscuro, camisa blanca y corbata negra. Debía pasar desapercibido como oficial de policía, esa era la orden.

Vió a Robin descender las escaleras con elegancia. Mantuvo la compostura para no abrir la mandíbula con la aparición de su diosa. Ella lo saludó algo fría y distante. Pero le indicó con una seña que la siguiera a su habitación.

Guardando las apariencias, él obedeció intrigado. Se supone que faltaban dos horas para la ceremonia, no se le ocurría nada por la extraña petición de la morena pero igualmente la acompañó por el pasillo.

Entraron a la habitación en donde el día anterior la había hecho suya. Todo para variar estaba impecable.

— ¿Qué hacemos aquí, Robin?

— Ya verás

— Por casualidad ¿No se me habrá quedado mi libreta? Creo que la perdí aquí

— No, lo siento, no la he visto

— ¡Vaya! — de forma inocente, Franky se rascaba la cabeza tratando de hacer memoria.

— Franky, toma ésto — le extendió unas tijeras, él las tomó.

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