Prólogo

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"Polvo somos, y en polvo nos convertiremos"

Han pasado dos años desde que me convertí en vampira y tuve mi hija Renesmee. Mi eternidad junto a mi esposo, Edward Cullen, estaba siendo plena y satisfactoria. Charlie seguía viviendo en Forks, le visitaba lo suficiente como para que no se preocupase, pero no demasiado como para que notase mi eterna juventud. Aunque los Volturi ya nos habían dejado en paz, no era muy aconsejable delatar lo que era a un humano. El crecimiento acelerado de mi hija le había dado el aspecto de una mujer bellísima, provocando que el cambia formas que se había imprimado de ella, Jacob, estuviese más enganchado de ella que nunca. Aún después de tanto tiempo la idea no me hacía mucha gracia, pero sabía que no podría estar con alguien mejor.

                 Me encontraba en el solar, tumbada junto a Edward. Ahora que teníamos toda una eternidad por delante, pasábamos las horas juntos, dábamos paseos por la playa, viajábamos a otros países a visitar aquelarres amigos... Nuestros ojos dorados no podían apartar la vista de aquellos jóvenes rostros. El vampiro esbozaba una sonrisa cada vez que me miraba, embelesándome como cuando era humana.

                 —¿Qué ocurre? —pregunté soltando una risilla.

                 Edward sacudió la cabeza y se inclinó hacia delante para besarme en los labios. A pesar de ser fríos, no podría imaginar otra experiencia mejor, al menos en aquel momento.

—Creo que deberíamos volver a casa —dijo mientras se incorporaba—. Hemos dejado a nuestra hija sola con un lobo imprimado.

                 Solté una carcajada al mismo tiempo que me ponía de pie. No sabía con exactitud que peligroso podría llegar a ser una medio vampiro con un hombre que se transformaba en lobo, pero si lo peligrosa que era una madre vampira enfadada. Salimos del bonito prado y pusimos rumbo a nuestra casa oculta en el bosque. Sin duda ese había sido el mejor regalo de cumpleaños. Alcanzamos la puerta de madera cuando la luna se alzó sobre los verdes árboles de Forks. Nos adentramos con cautela, inspeccionando si los muebles seguían intactos. Nos asomamos por encima del sofá, y encontramos a Renesmee dormida entre los brazos de Jacob, quien nos miraba con una pequeña sonrisa.

                 —Ha caído en cuanto terminamos la película —susurró mientras le acariciaba el pelo.

                  Edward y yo esbozamos una pequeña sonrisa ante la imagen de nuestra hija dormida. Nos despedimos del lobo y a los pocos segundos la pequeña medio vampiro despertó. Su condición de medio humana no le permitía ser tan inmune a los descansos como a su padre o a mi. Con un abrazo a cada uno, se despidió de nosotros y se encerró en su habitación. Mientras tanto, Edward y yo nos tumbamos en la cama. Aunque ya no necesitaba dormir, me gustaba cerrar los ojos sumirme en una profunda paz. Edward se quedó unos minutos, acariciándome el pelo hasta que salió de la habitación, dejándome sola.

                   Aunque ya no podía dormir, eso no me impedía soñar. Ya no era tan frecuente, y los pocos sueños que tenía solían ser sobre Edward y yo juntos, felices junto a Renesmee y Jacob. Pero aquella vez fue distinto. Mi mente me mostró a Edward y a mí solos, en el solar. El me miraba con su perfecta sonrisa, pero algo no andaba bien. En su rostro de mármol comenzaron a formarse arrugas, muestras de edad. Todo iba muy deprisa. Miré nuestras manos y estas parecían seguir el mismo camino. Pronto la piel blanca de Edward se cayó a tiras, dejando unos huesos a la luz, que pronto se convirtieron en polvo. Una brisa de viento se llevó a Edward fuera de mi vista, y vi como me ocurría lo mismo a mi.

                  Abrí los ojos sobresaltada, casi temblando. Era mi primera vez como vampira que había sentido la necesidad de hiperventilar. Deseaba que solo hubiese sido un sueño, una pesadilla que solo estaba en mi cabeza.

Luna de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora