04:08 a.m

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Harry despertó, por octava vez en la noche, sintiendo la cama vacía. Picó con una de sus manos sus ojos y buscó a por el reloj, que marcaba las 04:08 de la madrugada de un miércoles. A su lado la ausencia del cuerpo de Louis fue obvia, pero sin embargo, no se levantó a buscarlo. Sabe que necesita su tiempo. Tiempo para él, para llorar en solitario, liberarse. Por ello, a pesar de saber que se encuentra en el baño y no traba la puerta porque se han prometido que no lo harán, no va a buscarlo. Se queda en la cama, respirando de una forma pesada, sintiendo como el cansancio se hace presente en su cuerpo. Sus hombros pesan, y su cuerpo ruega por al menos 4 horas de sueño sin ser interrumpidas. Pero vamos, no puede dormir tranquilo abrazando el cuerpo de su chico, que acaba de perder a su madre y no duerme más de tres horas diarias, divididas en tan sólo pequeños descansos en sus brazos. Que apenas come, y tiene rechazo absoluto por cualquier alimento. Que no ha tomado el lápiz por más de 10 días, cuando cada vez que se hablaban se le era comunicado el inicio de un tema que quizás nunca se terminase. No podía dormir pensando en que el amor de su vida se sentía mal. Se permite cerrar los ojos, suspirando. Simplemente dándole un poco más de tiempo al otro, porque sabe que lo necesita. Anne le ha comentado que las personas, después de fuertes pérdidas, requieren momentos a solas también. Para poder asimilar lo ocurrido, y dejar que la mente se ‘acostumbre’, a pesar de que suene como algo imposible para ellos en ese momento.
Vuelve a abrir sus ojos cuando logra escuchar que el agua en el baño fluye, siendo proveniente del lavabo. Sus pupilas viajan hacia la puerta, de la cual se nota claramente la luz a través de los pequeños espacios que la separan del marco. Segundos más tarde, el sonido se disuelve por completo, y puede sentir como el castaño desde adentro abre la puerta, iluminando aún más la habitación. Y allí, escucha como en un bajo susurro, su nombre es pronunciado por la quebrada voz del ojiazul, llamándolo. Y es más que suficiente. No necesita nada más que eso para deslizarse fuera de la cama y caminar hacia el otro, observando su pequeña silueta a la cual se le añaden detalles a medida que avanza hacia el mismo. Sus brazos rodean la cintura del chico escondiéndolo en su pecho, sintiendo como este rodea su cuello con sus brazos y tironea sin fuerza del mismo. No le cuesta entender las acciones del otro. Han pasado ya tantas noches, que no necesitan palabras para comunicarse y entenderse. Sus manos bajan hacia las piernas del otro y tironea levemente de las mismas, levantándolo del suelo. Le permite rodear con sus extremidades su cuerpo, y se encarga de acariciar su espalda mientras lo siente acurrucarse en su cuello, rompiendo en un llanto silencioso nuevamente. Por su parte, no dice nada. Sigue con sus caricias, caminando suave hasta el borde de la cama para sentarse en la misma, dejando pequeños besos en el hombro del otro sin molestarle. No le interesa en nada que su camiseta de humedezca por sus lagrimas. Ni siquiera le molestaría que se suene la nariz con la misma. Porque lo único que le importa es él. Él, su bienestar. Que siga luchando, que vuelva a transmitir esa felicidad tan característica. No se detiene en ningún momento, sino que cierra sus ojos y lo mima como siempre. Su atención crece cuando siente que toma una bocanada de aire, hablando después. Son sólo unas pocas palabras, un pedido que por supuesto obedece. Fue solo un ‘necesito un baño’, entrecortado y con el dolor reflejado en su voz. Un ‘De acuerdo, amor’ de su parte vuelve a romper el silencio, para después levantarlo nuevamente y transportarlo hasta el baño. Lo baja suave al llegar al piso del mismo, dejando un largo beso en su frente antes de alejarse para poder llenar la bañera. Coloca el agua caliente y después el tapón, dejando que la tina comience a llenarse. Se encarga después de girar al otro, esbozando una pequeña mueca en forma de sonrisa, despreocupándolo, porque no tenía problema en hacer aquello. Sus manos se dirigen hacia los bordes de la camiseta blanca que carga, similar a la suya, quitándola de su cuerpo. La apoya sobre la tapa del váter e intenta que su mirada no refleje absolutamente nada al ver el cuerpo del otro. Porque mierda, si duele. Su barriga no está allí, y ha sido cambiada por un vientre plano, donde se marcan bastante los huesos de sus caderas. Lo mismo ocurre con sus clavículas y hombros, que se marcan de forma excesiva.
- Harry, la tina...
- Lo siento. Lo siento, lo siento. Ya sabes… eres muy guapo y me distraes.
Obviamente no era por ello su distracción, y sabe que el otro es consciente de ello. Pero la pequeña mueca que hizo con sus labios debido a su escupido comentario, es lo máximo que esta obteniendo de sus sonrisas y risas, por lo que obtenerlas le resultan todo un logro. Se gira a cerrar la canilla antes de que el agua sea un exceso, tomando sus caderas después. No quitaría su ropa interior por el momento, a pesar de que conoce su cuerpo por completo. Su distracción se había debido al gran cambio en el cuerpo de su chico, pero con su aclaración no mentía. Seguía siendo precioso, porque su Louis seguía allí.
Su sol seguía ahí, solo que quizás cubierto con algunas nubes. El clima es algo tormentoso, pero eso no quiere decir que el sol no volverá a salir.
Confía en que si lo hará.
La siguiente hora de basa en él tallando el cuerpo de su esposo. Con la esponja, trazando con extrema suavidad su cuerpo y cada uno de sus tatuajes. Sus piernas y pies, manos y espalda. Se encarga también de su entrepierna y trasero al quitar su ropa interior, besando sus mejillas por momentos, y también su cabello. Lava su cabello dos veces con el shampoo, tallándolo suave y jugando levemente con el mismo, sabiendo que está más áspero de lo normal, y ha perdido algo de brillo. Sabe que eso, a pesar de ser un problema mucho menor a todos los que tiene, al lado delicado del castaño le molesta demasiado. Sus manos dejan caricias por toda su piel, como si sus dedos buscar ser suaves besos por todo su cuerpo. Y cuando el otro apoya una de sus manos en su brazo y le pide que le cante, no duda en hacerlo. Entona suave, con su voz ronca y cansada. Pesada, y no completamente afinada, la letra de una canción que aún no ha sido publicada pero tiene escrita desde hsce unos meses atrás, que lleva por nombre uno de los tantos apodos que su chico carga. Sweet Creature, en acapella, ronca y con algunas variaciones debido a no querer alzar su voz demasiado para no romper esa falsa paz, resuena en el baño de su casa en común, acompañada por el sonido del agua chocar contra el cuerpo del ojiazul, o el deslizar de la esponja en su cuerpo. Sacó y agregó agua tres veces, y repasó el cuerpo del castaño en exceso, y cantó más de tres veces las mismas dos canciones. Porque Louis lucía tranquilo, y las primeras lágrimas que habían caído cuando recién su baño comenzaba, estaban ya en el recuerdo.
Deja besos en su cabeza y sien mientras el agua deja de rodear el cuerpo de su chico después de quitar el tapón, para más tarde ayudarle a pararse, envolviéndolo en una toalla. Lo carga hasta la cama y se encarga de colocarle una nueva prenda interior y una de sus propias camisetas arriba. Trae el secador y se encarga de su cabello al conectarlo en el toma-corriente detrás de la mesita de luz. Lo deja completamente seco, dejando pequeños besos en sus labios, que son simples roces, cuando sus miradas se cruzan. Finalmente desenchufa el aparato y va hasta el baño a entrecerrar al puerta, pero no apagar la luz. El otro había pedido no apagarla nunca durante las noches, y no iba a negarle nada. Lo recuesta en la cama, cubriéndolo con las sábanas y más tarde rodeándolo con su cuerpo.
- Te amo.
- Te amo. - Responde.
Ahora es el castaño quien busca sus labios, dejando un pequeño beso en los mismos, suspirando contra su pecho. Lo imita, acariciando su espalda después, mientras cierra sus ojos. Porque a pesar de estar cansado, no se dormirá hasta creer que el otro lo haya echo.
Habia prometido estar a su lado en las buenas y en las malas.
No dejarlo sólo.
Amarlo por, y para siempre.
Y, al menos a él, le han enseñado que las promesas, no se rompen.
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Me odio a mi misma por escribir eso, equisde.

Larry Donde viven las historias. Descúbrelo ahora