La solución para curar corazones rotos en cada persona suele ser de una manera totalmente diferente, en muchos el alcohol o en pocas palabras, una vida bohemia es suficiente para ocultar el dolor de la mente.
Había viajado a una ciudad nueva con la compañía de sus amigos a una fiesta que decían sería inolvidable. Las luces y la música que aceleraban el corazón del chico eran agradables a su modo, pero una dosis de aquella pastilla haría que todo se viera de mejores colores.
El cuerpo del chico estaba cansado, las drogas y el alcohol habían agotado su cuerpo, pero otra dosis de metanfetamina hacía que no se diera cuenta de ello.
Había perdido a sus amigos de vista y ya no recordaba a la chica que le había puesto el cuerno, a esa que decía tanto querer, en esa zona, en esas condiciones le hacían sentir que no importaba, pero en el fondo él quería llamarla. No había tiempo, la pelirroja que lo mantenía jugueteando con su cuerpo no le dejaba espacio para pensar demasiado, así que siguió, cuando se dio cuenta ya no estaba con ella, estaba con una morena en una habitación, lo estaba desviestiendo y besando y llenándolo de caricias, caricias que le recordaban a Vanessa.
— Para — dijo el chico, aún sentía el efecto de las drogas pasando. La chica no hizo caso alguno —, que pares.
Esta vez quitó a la chica de su regazo, dejándola en la cama, tuvo la conciencia para tomar su camisa y salir de la habitación. Caminó entre algunas luces, personas que no conocía, un lugar en donde nunca había estado. Deambuló por el lugar y ahí estaba su auto.
Sacó las llaves de su pantalón las introdujo a la cerradura de la puerta, se sentó en el asiento de cuero y después encendió el carro.— Maldita Vanessa, que te jodan — gritó, el llanto le ganó.
Se mantuvo firme, no podía, el llanto siguió sin importar que él no quería. Gritó el nombre de Vanessa, arrojó una y otra vez las manos contra el volante, el claxon resonaba por el lugar.
Se detuvo, ya no quería estar ahí, iría a casa, compraría alcohol barato y moriría solo de una congestión alcohólica, quizá podría decirle a Vanessa algo.
Encendió la radio, la canción en sus oídos era burda, como la estática, irreconocible.
Avanzó el auto por la carretera, iría de un estado a otro por aquella carretera desierta, veía como lo tranquilizaba el lugar, pero entonces los buenos recuerdos inundaban la visión del chico. Vanessa de nuevo, aún recordaba su sonrisa, su voz diciéndole que la amaba, sus besos.
Vio hacia enfrente, el auto avanzando por el pavimento con la luz alumbrando enfrente, la extrañaba, quería oír su voz nuevamente, ella lo había engañado con otro chico, y él se sentía culpable de ello.
La llamaría, ello era lo mejor, quería escucharla una vez más, pedirle que le mintiera.
Sostuvo el volante, sacó el celular y marcó rápidamente el número de Vanessa, con problemas en el camino que él no notó, sus sentidos aún no estaban del todo recuperado.
Dos timbres, otro timbre.— Son las cinco de la mañana, ¿qué necesitas? — su voz enojada lo hizo hundirse por dentro.
— ¡Coño, Vanessa! Te necesito a ti — gritó —, ya no puedo más.
— ¿Estás borracho?
— Te amo, aún lo hago.
— Tranquilo — pidió ella dulcemente.
La vista del chico se fijo enfrente, a lo lejos una mancha blanca en el camino lo hizo dudar.
— No, aún te amo, quiero que digas que me amas — el chico no retuvo nada en su boca.
— Yo no lo hago.
Un movimiento en el volante, el celular cayó al suelo, escondiéndose debajo del asiento. El volante se movió, descontrolado, y después un golpe estrepitoso.