Dos

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Besar a Draco Malfoy es seguramente la peor idea que se le pudo haber ocurrido a Ginny en todos sus años de vida, y había tenido ideas malas, terribles, horrorosas.

Como hacer un poema para Harry Potter.

O aún peor, enviárselo.

Pero besar a un Malfoy, definitivamente coronaba la lista. Sobretodo porque ella estaba saliendo con el enemigo mortal del rubio.

Habían pasado dos semanas desde que se encontraron en la torre de Astronomía y desde entonces cada vez que Ginny miraba a un lado, allí estaba Malfoy, sonriendo socarrón en su dirección, como si supiera lo mucho que ella se arrepentía de sus actos. Luego estaba Harry, que no se daba cuenta de lo que sucedía, incluso cuando sus ojos no parecían poder despegarse de Malfoy.

Era irónico que su novio no pudiera notar como ella se tensaba en sus brazos cada vez que sacaba a colación a Malfoy y como éste era un mortífago. Para ser el elegido, a veces se perdía de los detalles. Tampoco le molestaba que no se diese cuenta, lo que menos quería era que todo el colegio se enterara de sus actos. De solo imaginar el rostro de su familia, sus amigos, Harry.

No importaba lo bien que se había sentido ser presionada por el cuerpo de Malfoy, eso había sido cosa de una vez y no estaba en sus planes repetirlo. Después de todo, amaba a Harry, sin importar lo mucho que él la descuidara. Finalmente el elegido había girado su mirada hacia ella, la apreciaba, la amaba. Si bien no era el mejor novio de todos, ella no podía reprochárselo, mucho menos cuando cada día estaba buscando una manera de sobrevivir y derrotar al mago tenebroso más grande de sus tiempos.
Así que bien, la cosa con el Slytherin había terminado y no se repetiría de nuevo, basta de miradas a través del comedor, basta de pensar él. Basta de hacerse una víctima a causa de que Harry no le prestase suficiente atención.

Por supuesto, a Ginny nada le salía como ella lo planeaba.

Lo escuchó antes de verlo: sollozos suaves, llenos de pena que calaron su corazón de inmediato. Provenían del baño de chicas, al que ninguna iba por culpa de Myrtle La Llorona. El pasillo estaba vacío, todos demasiado ocupados en clases. Ginny observó la entrada del baño con intriga.Ella personalmente tenía malos recuerdos de ese baño, de Tom Ryddle tomando posesión de su consciencia, destruyendo su cordura. No había estado allí desde su primer año. Se estremeció en el umbral, indecisa sobre entrar o no.

Otro sollozo la convenció. Entró en silencio, deslizándose con cuidado y deteniéndose de golpe cuando descubrió de quién provenían los sollozos.

Draco Malfoy estaba sentado contra uno de los cubículos, con las piernas contra su pecho, cabello desordenado y uniforme desecho. Su rostro estaba oculto entre sus dedos mientras su cuerpo temblaba con los espamos que producía el llanto. Myrtle se inclinaba sobre él y susurraba palabras de apoyo. Ginny supuso que él debió de haber dicho algo porque Myrtle hizo una mueca y desapareció en uno de los lavabos.

Todas las cosas que Ginny se había estado diciendo desaparecieron de pronto, conmovida por el dolor que reflejaba el rubio. Era tan impresionante ver a Malfoy llorar, mostrar vulnerabilidad. Estaba tan acostumbrada a la pose altiva del rubio, a su arrogancia y su cruel actitud, incluso cuando él había tenido miedo se había comportado como si todos tuvieran que morir para salvarlo, como si fuese un príncipe. Ahora solo veía a un muchacho. Con el corazón doliendo, se acercó hacia él, agachándose a su lado.

— Malfoy... — Susurró suavemente, posando una mano en su hombro.

El impacto contra el piso la tomó desprevenida, así como la mirada salvaje del Slytherin. La había lanzado contra el suelo con tanta dureza que sintió su cráneo temblar, sus ojos cerrándose ante el dolor. La mano del muchacho estaba en su cuello, apretando con fuerza mientras la observaba con desprecio, su cuerpo encima del suyo. Toda vulnerabilidad desaparecida para dar paso a una ira feroz.

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