Su nombre sonaba con honor en todas las academias y gimnasios nacionales. Ilustres sabios de todo el planeta solían consultar con él cuestiones químicas y varios tratados aparecieron con su firma. Además era el conservador del museo mineralógico del señor Kang embajador de rusia, preciosa colección europea.
Este era el hombre que me reclamaba con tanta urgencia. Un hombre alto, delgado, de una salud de hierro y de un rubio juvenil que le quitaba diez años a sus cuarenta. Revoleaba sin cesar sus grandes ojos tras las gafas y lucía una nariz larga y fina que se asemejaba a una lámina. Muchos pretendían que esta estaba imantada y que atraía las limaduras de hierro. Eran calumnias. Su nariz no atraía mas que tabaco, y, si he de decir verdad, en abundantes proporciones.
Cuando añada que mi pareja suele dar grandes zancadas al andar, cena firmemente los puños y no esconde su temperamento impetuoso, comprenderán que me muestro muy deseoso de su compañía.
Vivimos en una casita en daegu, construida en madera y ladrillo en partes iguales, de frontispicio mellado, que daba a uno de esos canales que cruzan el centro de la ciudad.
La casa se inclinaba ya un poco por el peso de los años pero se sostenía bien gracias a un viejo olmo apoyado en la fachada que lanzaba en primavera sus florecidos retoños a través de los cristales de las ventanas.
Para ser profesor, no carecemos de medios económicos. La casa nos pertenece en su totalidad y también todo lo que se hallaba dentro. En el contenido nos encontrábamos nuestra ahijada Somi, una joven tailandesa de 17 años, Seokjin, el criado, y yo. Como su amante y esposo, a mi me corresponde darle todo el amor que merece a pesar de que nadie se da cuenta de todo lo que se esfuerza, aunque... también le ayudo con muchos de sus experimentos.
A mi me entusiasman también las ciencias teológicas. Tenía en mis vemas sangre mineralogísta y jamas me aburría la compañía de las piedras y sustancias químicas.
En resumen, vivo muy feliz a pesar de las impaciencias de mi chico, porque, aun cuando decía las cosas de una manera un tanto brutal, no por eso deja de quererme. Lo que ocurre es que ese hombre nunca aprendió a esperar. Recuerdo una vez que plantó sus flores preferidas en una maceta y tiraba regularmente de los brotes para apresurar el crecimiento de las hojas. Queda entonces aclarado por qué no se puede desobedecer a tan original ejemplar de la especie humana. Así fue como me lancé a sus brazos, por su peculiar actitud.
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Teología: Ciencia que trata de Dios y del conocimiento que el ser humano tiene sobre él.