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Fue solo un momento, una fracción de segundo en el que capto la mueca en sus labios y la ilegibilidad de sus ojos antes de que el atronador sonido de un disparo rebotara en las paredes de la iglesia derruida.

Sabia, con la experiencia de los años, que el único sonido a su lado sería el de las armas alistándose para un posible ataque y no se sorprendió cuando lo único que fue diferente fue el gemido ahogado del hombre inútil que antes predicaba con tanta vehemencia. Ni siquiera lo pensó cuando se movió para alcanzar a su compañero.

Era una situación inusual, esto de que Wainio no se hubiese quedado a su lado. Nadie iba solo a ningún lado estos días y su compañero jamás había demostrado ser tan estúpido, ni él había sido tan indiferente de Ely además de sus primeros días juntos.

Avanzando en silencio pudo apreciar, junto a las nuevas marcas sangrientas en el piso, unos mechones largos, enredados y sucios, sobresaliendo de la madera rota que, por lo demás, soporto el peso del cuerpo al otro lado. El mantel cayó al piso y supo, por cómo se sostenía su compañero, que sería un día difícil. Lo sospecho por las plumas en la entrada, los cuerpos destazados y la repentina exaltación del "Padre" Arce, pero no podía adivinar de qué forma seria difícil y eso siempre era molesto.

Wainio se veía terriblemente tenso, e incluso dolido, y de alguna forma pudo entender cuando alcanzo su lado y siguió su mirada.

La boca de la criatura estaba abierta, mostrando su suciedad general, la cabeza estrellada contra la madera y sorprendentemente intacta pese al disparo directo en su frente. La imagen lo perturbo: un ser alado y castaño acurrucado protectoramente, acunando contra su pecho desnudo un pequeño cuerpo marchito, rodeándolo firme pero tierno y doliente con lágrimas de sangre manchando sus mejillas, cayendo por su cuerpo.

No había pasado mucho tiempo cuando empezó a marchitarse, su cuerpo momificándose como si algo absorbiera desde el fondo de sus entrañas, las alas rodeándola con rígida rapidez y sus plumas, antes de un rico color cobrizo, se volvieron hojas de un café translucido una por una, dejando ver las sombras de sus huesos volviéndose simples ramitas frágiles.

Aun después de tanto tiempo, seguía siendo triste ver morir a un ángel.

Cuando el hombre a su lado se giró y se cruzó de brazos, se agacho para mirar mejor. Una cosa curiosa, este "ángel", llevando un pequeño bebe de los suyos en un gesto maternal que parecía imposible para ellos. Se miro como si hubiese llorado su perdida, como si la pequeña criatura hubiera sido más importante que comerse a los hombres que había destazado con tanta crueldad.

Al levantarse se giró hacia su compañero, ignorando las olas de "note me acerques" que irradiaba, colocando su mano en una suave presiónentre sus omóplatos como un gesto de consuelo, el único que se le permitíabrindarle en público, para hacerle sentir mejor. Tonto Elyan, que temía lo quedecían otros y lastimaba sus dientes para no temblar. Pero bueno, uno seacostumbraba.

— Vaya imagen, ¿eh? –e iba a alejarse, junto a los demás para buscar otros, cuando él le detuvo hablando.

— Ella hablo –casi escupió y agarro su arma como si eso fuera de alguna ayuda– me miro y hablo, ella dijo "Anna quiere morir" y yo solo... –se tallo la cara y suspiro, retrocediendo para recuperar su toque.

— Anna –rodó el nombre en su boca, la implicación era... incomoda– ¿Estás seguro, Ely?

— ¿Dudas de mí?

— No

Y no lo hacía, joder, ¿Que pensabas de eso?

Se rasco la cabeza y suspiro también, el ambiente ya algo pesado y por un momento deseo que fueran de esos amigos de palabras y entendimiento mutuo fácil, seria infinitamente mejor para ambos, pero era bastante basura en la empatía y Wainio era una pequeña (gran) cosita triste. Regreso la mirada al ángel marchito, dejando caer su mano y apartándose cuando escucho al resto regresar.

Que dolor de cabeza, seriamente.

El Día de la Santificación #2: MortalesWhere stories live. Discover now