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Emma tuvo 8 años cuando le dijeron a la familia, con el mayor tacto posible, que necesitaría ser hospitalizado para garantizar su salud durante el tratamiento. Tuvo que clavarse las uñas en la pierna cuando ella le miro, con una gran sonrisa temblorosa, confusión y temor en sus ojos, para decirle que seria “ una pijamada fuera de casa, como con Isa, ¿Cierto? ”, Por que como el infierno iba a dejarla verle llorar.

Odio cada segundo al respecto. Odiaba verla mirar por la ventana, aburrida de su mente, sola todo el día por que no estaba ahí. Odiaba como parecía empeorar cada día. Odiaba los turnos dobles en un trabajo de mierda. Odiaba las miradas de lastima. Odiaba que estaría en ese lugar. Odiaba a su padre que se había rendido, a su madre que solo lloraba. Odiaba no poder hacer nada por Emma, nada que pueda curarla y hacer que pueda ir a correr de nuevo por el parque con sus amigos, que no pueda regresar juntos a la casa.

Odiaba muchas cosas en esa época, de verdad.

Como que extraña un poco ese odio, por que aun había cosas que odiar "normales".

Por que aun había personas que amar.

El viaje de regreso a su último refugio fue lento y cuidadoso, todos sacudidos por la imagen en la iglesia y un encuentro casi mortal justo al salir de ella. El silencio opresivo que se había vuelto una regla general de la vida colgaba solido sobre sus cabezas, obligando a estar atentos a los quejidos, sollozos o chillidos que tenían su único aviso antes de ser atacados.

Llegar al hospital sin más daños que la nariz rota del Padre Arce fue anticlimático y un alivio. Santa Olga la Piadosa se irguió frente a ellos con orgullo silencioso, sombras moviéndose por las ventanas, ojos apareciendo entre las rendijas de las tablas y la puerta delantera abriéndose silenciosamente, gracias a una discreta cuerda cuyo origen desapareció bajo la puerta de lo que alguna vez fue la oficina tras recepción.

Delia, la bajita mujer que era la más rápida de todos, fue primero en una carrera hacia la entrada y de regreso 3 veces. El paso estaba libre. Pronto el resto del grupo, que apenas contaban con 7 personas, se apresuraron a entrar al lugar y cerrar la puerta tras ellos, todos se dispersaron por pasillos y escaleras para pasar por la inspección de rutina.

Con el paso del tiempo se había acostumbrado a tener que quitarse la ropa superior, a las manos pinchando de forma dolorosa entre sus omóplatos, al frío termómetro que meterían en su axila, el examen minucioso de sus uñas y ojos, la comprobación de su léxico y comprensión con una revista gastada de espectáculos. Parecería que era excesivo, pero nadie sabía como era que sucedía y tenía bastante seguridad de que todos estaban hartos de brotes instantáneos dentro de “casa”, lo único que lo hacia soportable es el grado clínico con el que todos eran inspeccionados.

Apenas recibió el visto bueno tomo una de las playeras sin espalda obligatorias, su mochila y ropa, para salir a paso rápido de la habitación en la que le habían metido. Afuera, las firmes manos de Wainio le arrastraron fuera del camino del silencioso flujo de peatones en el pasillo pasa dirigirlos a su habitación compartida y se lo agradeció en silencio, que tenga costumbre y sea técnicamente soportable, no significa que no lo aborrezca.

El lugar estaba inevitablemente inundado por un suave sonido de fondo formado por las respiraciones de la gente y pasos apenas silenciados ahora que habían regresado y con ello comprobado no habían traído nada con ellos, suaves murmullos podían escucharse de vez en cuando. Fue una sorpresa cuando descubrieron que los ángeles evitaban casi activamente los hospitales, pero habían capitalizado el descubrimiento todo lo que habían podido, incluso si entre ellos se encontraban lugares que antes, y a veces aun, eran francamente horribles.

No podían quejarse por lo relativamente bien que vivían ahora, pero había una razón por la que seguían regresando a Santa Olga y no era exactamente por su gente. No le mentiría a nadie, ni siquiera si Ely siempre se reía cuando se lo recordaba, y diría que prefería este hospital porque era técnicamente más nuevo y no lo aterrorizaba tanto como otros. Demándenle, le jodía tener que tratar con fantasmas, suficiente tenia con las bestias de afuera, no importa cuantas veces su compañero le dijera que no eran reales.

Después de unos minutos de caminar y subir escaleras pudieron llegar a su piso, mucho más silencioso y vacío, para entrar al que en ese momento era su hogar. Pese a su tamaño pequeño, era realmente un lujo que pocos tenían, las camillas enfrentadas y con espacio libre que dividían entre un armario y una pequeña cocina era la gloria contra lo que otros tenían y todo gracias a Elyan, el bastardo.

Hablando de, casi había tirado los trastos guardados bajo su camilla cuando se dejó caer sobre ella.

—  Oye, oye, harás que nos regañen de nuevo–regaño con diversión, burlándose de la mirada oscura que el más alto le dirigió.

— Cállate, Morgan–le fulmino con la mirada, pero todavía le sonrió después– tengo hambre.

— Pues busca algo, no soy tu chacha – la réplica no significa nada cuando tomo un paquete de sus reservas guardadas bajo su camilla y se manejo hacia su pequeña cocina.

Tal vez, pese a todo, todavía tienen un poquito de normalidad, lo que también lo soportable.

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⏰ Last updated: Oct 22, 2019 ⏰

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El Día de la Santificación #2: MortalesWhere stories live. Discover now