1. El enigma del genio.

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    En efecto, él era un príncipe. Vivía rodeado de lujos y riqueza. Todo lo que su corazón anhelaba, lo podía conseguir. Bueno, en realidad no todo. Su vida era como la del chico que encontraba la lámpara del genio: Tres deseos. Pero no podía desear el amor. Quizás, este príncipe se parecía a más a dicho genio: En su interior contaba con un poder ilimitado. Pero ese poder no lo podía liberar de esa prisión de oro a la que los demás llamaban "lámpara de los deseos".

¿Te suena el príncipe que estoy describiendo, alteza?

Patrice, o mejor dicho, Sherezade -como él la conocía- siempre usaba esa clase de ironía para escribir las cartas destinadas a John. Cuando decidió enviarle la primera, tal vez pensó que podía lograr que él se enamorase de ella. Pero Patrice no tardó en darse cuenta de que, para John, Sherezade sería un mero entretenimiento, una curiosa experiencia que recordar, una persona bromista que tenía talento para escribir y que había decidido enviarle cartas anónimas como método para no aburrise o para contarle a la gente que había "conversado" con un famoso.

Pero Patrice no era nada de eso. Ella lo amaba. Lo conocía sin conocerlo. Pero ser escritora y haber dedicado su vida a dicho empleo quizás había provocado que ya no le gustase el mundo real, que se le hiciera pequeño. Tal vez por eso había comenzado a escribirle: Con la esperanza de que la vida real se transformase en un cuento de hadas o de ficción como los que ella escribía, con la certeza de que el "príncipe" respondería sus cartas.

Patrice tardó tiempo, de hecho, fue tarde cuando por fin asumió que él jamás se enamoraría de una persona anónima que le enviaba cartas. Por ello, decidió meterse una vez más en el pseudónimo de Sherezade para despedirse de John.

Con suerte, la tristeza la haría escribir sus mejores historias antes de encerrarse en sí misma, soñando como hasta ahora lo había hecho. Pero ahora, desearía sin tener deseo. Ahora, su corazón latiría sin estar vivo. Ahora, respiraría estando muerta porque, ahora, la lámpara donde estaba metida la asfixiaba...Realmente, se había equivocado con la metáfora: John no era el genio de la lámpara. El genio era ella. Podía usar su imaginación para entretener a otros como el genio usaba sus poderes para conceder deseos. Pero la misma imaginación que usaba Patrice para dar alas a los demás, estaba cortando sus alas, para que sus sueños y sus historias se convirtiesen en su debilidad, en vez de en su virtud.

  Patrice había comprendido una verdad que jamás asimilaría: Ella solo sería una escritora que lo veía a él como el protagonista de su vida.

¿Era ese el final del "cuento de hadas" de Patrice? No, era solo una parte de la novela de su vida. Pero, a mí, como narradora, no me gusta empezar una historia por el principio, sino por el problema de la trama porque, ¿cómo se puede resolver un problema sin saber de qué se trata? Ya tenemos el enunciado. Ahora, si sigues leyendo, podrás averiguar los datos de dicho problema, para poder llegar a la solución.

¿Qué te parece si te cuento la historia de John y Patrice desde el principio?

Cartas sin remitenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora