VII

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Quien se arrodilla ante el hecho consumado es incapaz de enfrentar el porvenir. -Trotsky.


Menma Namikaze no era el tipo de los que perdían el tiempo complaciendo los gustos de los demás, o por lo menos lo era antes de contraer matrimonio. Tampoco era un personaje que escatimara en gastos cuando de lujos de tratara. A Hinata le había quedado bien claro.

La casa de campo, que más bien parecía una cabaña grande con fachada rural, era todo lo que siempre soñó y le parecía imposible de alcanzar. La mampostería hecha de vigas de sabina, las paredes de piedra laja pulida color marrón con tonos grises, le daban un estilo mallorquín. Contaba con sala, cocina, dos habitaciones y un baño más grande que su antiguo cuarto en la granja. Pero lo favorito de Hinata era una hermosa chimenea de ladrillo rojo con repisa de madera, un porche con tejado de palma y poltronas María Antonieta, y un jardín repleto de sus flores favoritas que el séptimo se molestó en averiguar. La vista principal era el castillo y desde atrás un pequeño lago lleno de verde y árboles con musgo.

Era increíble, todo lo era.

Incluso, Menma mandó a traer a la yegua de Hinata, hasta un enorme establo construyó al lado de la casa para que el animal se sintiera a gusto. Sakura la visitaba con frecuencia, ella decía que porque la extrañaba y Hinata decía que porque extrañaba discutir con el guardia del séptimo. Hiashi, su padre, también la visitaba a menudo, solo cuando el trabajo en la crecida granja se lo permitía. Menma, todos los días, desayunaba con ella, y por petición de Hinata lo hacían en el pórtico que tanto le gustaba. Después de la merienda acostumbraban beber el café que tanto les gustaba y conversaban sobre lo que cada uno haría en el día. Si le hubiesen contado hace unos meses que todo esto sucedería, ella se hubiese carcajeado por tal desfachatez.

Menma Namikaze era un caballero en toda la extensión de la palabra. Con Hinata siempre iba de la mano, a todas partes, así solo fueran a pasear por los jardines ornamentales. Él con ella era cortés, amable, atento, sin la necesidad de estar frente a alguien para demostrarlo, la atendía como toda una reina. Hinata disfrutaba del espectáculo que daba Menma cuando alguna mujer interesaba se le acercaba con evidentes intenciones y éste la rechazaba. Ellos decían que todo eso era para dar buena imagen al pueblo de un matrimonio modelo, pero acá entre nos esa no era más que una excusa.

Para Sakura y Temari, inclusive para Sasuke, era bastante obvio el afecto que se tenían el uno al otro, porque de otra manera el líder supremo de una poderosa nación no se tomaría tiempo de su atareado día para dedicárselo plenamente a ella, no se hubiese molestado en hacer tantas cosas que jamás otro líder ha hecho. Porque Sakura a veces era testigo de cuando Menma dejaba los pendientes para acompañar a Hinata ya sea para comer o para pasear a caballo.

Algo que le sorprendía aún más a Sakura era que Hinata tenía semanas de no mencionar a su príncipe de ensueño, Naruto. ¿Se olvidaría de él? Como sea, Hinata parecía feliz y contenta en el lugar donde estaba. Se estaba encariñando, y lo mostraba abiertamente que hasta un día Sakura se atrevió a preguntarle.

«¿No crees que te estás enamorando del séptimo?»

«¡¿Yo, enamorada de Menma?!»

«¡¿Menma?! ¿Ya hasta le dices por su nombre? Reitero lo dicho, ya estás enamorada. Creo que hasta aquí llegó el pobre de tu príncipe.»

Con todo lo que ha pasado en este mes no había tenido tiempo de pensar en temas tan triviales como lo es el sentimiento que abriga hacia su esposo, en supuesto no está mal que lo quiera, después de todo son oficialmente una pareja frente a todo el mundo, aunque ni una sola vez se hayan besado, ese privilegio lo seguía conservando únicamente Naruto.

El Séptimo DictadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora