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—Es hora de ir al mercado, ¿no es así?

—Ajam. Comprar las cosas para nuestro esperado picnic.

—Me gusta el picnic. —comentó Lauren, distraídamente.

—Si va a ser a la orilla del río Sena.

—Ah, estoy ansiosa por el picnic.

—Termina de comer tu desayuno, o morirás de hambre.

Lauren podría haber gruñido.

—Estoy ansiosa de conocer el río.

—Ah. Está bien. ¿Dónde hay un mercado por aquí? —Preguntó Camila, después de que cruzaron una calle.

—Hay el Carrefour, pasamos por él ayer. Es por allí. —dijo Lauren, girando a la izquierda.

—Me gusta caminar. —observó Camila.

—O prefieres llamar un taxi?

—No, acostumbro a caminar en la playa. Es sólo que...pensé que eras del tipo que pasaba el día en su cuarto o en la biblioteca, leyendo o creando una invención para cambiar el mundo.

—Cambiar el mundo. Me gusta eso.—comentó Lauren, sonriendo. —Llegamos. —dijo ella, cuando entraron en el estacionamiento del mercado.

—Podría haber descubierto eso sola.

Lauren se encogió de hombros, cogiendo un carro.

(...)

—¿Qué tomamos hasta ahora? —Preguntó Camila, mirando al carro.

—Rosquillas, pan, yogurt, jalea, jugo, pastel, galletas y más algunas cositas. Espero que no estés de dieta de verdad.

—Ahora, necesitamos un mantel de cuadros rojo. —constató Lauren.

—¿Para que? —Preguntó Camila.

—Porque los picnics que se aprecian tienen manteles de cuadros rojo.

—¿Quién lo dijo?

—Yo. —Replicó Lauren. —Creo que lo he encontrado. —dijo Lauren, caminando hasta un estante donde había varios manteles de mesa doblados y apilados.

Lauren pagó las compras en la caja.

—Vamos pronto. —le pidió Camila al pasar a lado de Lauren, de forma algo brusca.

—Hum.—hizo Lauren, pensativa, a seguirla desde la tienda.

(...)

Lauren había ido a mirar cualquier cosa en una librería, dejando a Camila ir en el frente luego de que Lauren la alcanzara.

Camila estaba absorta en pensamientos cuando oyó una voz masculina a su lado:

—¿Puedo ayudarla? —Era un joven de no más de veinticinco años, cabellos rubios ondulados y ojos inteligentes por encima de mujeres. Era un vendedor de la tienda de la que Camila miraba la vitrina en el momento.

—No, gracias.

—¿Estás mirando los zapatos? Son muy bonitos. Como usted.

—Dígame señorita. —le pidió Camila, tratando de no sonar ríspida.

—Como quiera. —y le dio una risita extraña, volviendo a mirarla.

—Creo que hay alguien que te llama allá. —dijo Camila, en un último intento de ser educada, la mirada insistente de él la incomodaba.

The Experiment [Traducción]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora