𝒞𝒽𝒾𝒷𝒾

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Bien era sabido que la relación de el doble negro no era la más estable, pese a que su amor -que tan bien camuflaban con odio fingido- era tan grande como todo el crimen del mundo, aún así las peleas siempre estaban presentes, ya sea por cosas abs...

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Bien era sabido que la relación de el doble negro no era la más estable, pese a que su amor -que tan bien camuflaban con odio fingido- era tan grande como todo el crimen del mundo, aún así las peleas siempre estaban presentes, ya sea por cosas absurdas como Osamu subiendo las cosas en sitios altos para que Chuuya no las alcanzase, o algo más grave como esa odiosa costumbre del castaño de coquetearles a las mujeres para luego ofrecerles suicidio doble, aunque Nakahara sabía que mayoritariamente lo hacía para molestarle, no podía evitar que una amarga sensación se instalara en su pecho, una que no sabía reconocer como celos, dolor, o rabia. Y es que Dazai siempre lograba controlar sus emociones, y él no podía sentirse más impotente por no poder hacer nada al respecto.

El ser humano es tan culpable de seguir sus impulsos, como el Nilo lo es de las inundaciones, o el mar de las olas.

Chuuya no era de los que hacían escenas de celos, tenía un carácter fuerte, y aunque fuera lo esperado no le gritaba, no maldecía, no lo golpeaba. Para el ojiazul significaba demostrarle a Dazai que le dolía, y él no era de mostrar debilidad, aún sabiendo que su pareja podía leerlo tan bien como un libro abierto.

En su lugar siempre se iba al balcón, se sentaba en la baranda con una copa de vino entre sus dedos enguantados, visualizando entre el camino de sus apesumbrados pensamientos, la ciudad de Yokahoma en su auge, pasando minutos o quizás horas evitando pensar en la tortuosa realidad. A Chuuya lo que le hería no era tanto que "el desperdicio de vendajes" coqueteara con otras frente suyo, lo que le molestaba en realidad, era que luego de tantos años, siguiera intentando acabar con su vida. Creyóse Chuuya que era insuficiente para no rellenar ese hueco que el prodigio parecía tener en su alma, y eso, le dolía más que una úlcera.

—Maldito imbécil—. Chasqueó la lengua enojado consigo mismo por encontrarse divagando otra vez en el mismo lugar, por los mismos motivos, por la misma persona. Dejó caer la copa ya vacía desde la altura, no poniéndole real importancia a la posibilidad de herir a alguien. Pronto escuchó pasos, el olor a chocolate que tan bien conocía pudo percibirse cuando a quien le pertenecía estuvo cerca, y suspiró sin apartar la vista del paisaje esperando a que Dazai hablara.

Silencio.

Ninguno de los dos habló, tan solo podía percibirse tensión, y es que ambos eran tan tercos para admitir que se necesitaban tanto como un humano necesita respirar. Ambos eran tan testarudos que se negaban a disculparse, Dazai por no poder dejar de lado a ese demonio interno que proclamaba acabar con todo, y Chuuya por no hacer nada al respecto. Eran necios, sin embargo, el amor que una vez floreció en el desierto prevalecería incluso sin agua. Así se amaban, y así se amarían.

Entonces Nakahara sintió un peso en su diestra que usaba para sostenerse de la baranda, no tuvo que voltear a ver para saber que el otro había tomado su mano, porque bien conocía su calor, y bien entendía esos mensajes que no se expresaban verbalmente, conocía a Dazai, así a como Dazai lo conocía a él.

—Eres un hijo de puta—. Profirió el mayor.

—Lo sé—. Respondió Dazai.

Más silencio, la tensión se había ido, la amargura en el pecho del mafioso fue reemplazada por tranquilidad. Dazai en cambio, deseaba decirle lo mucho que lo sentía, quería explicarle que hace mucho se sentía completo a causa suya, pero las palabras no le salían, y también sería como admitir una derrota. Dazai nunca perdía.

Porque eran amantes, rivales, compañeros, y enemigos.

—No voy a disculparme.

—Lo sé, nunca lo has hecho.

Y por muy molesta que a otros pudiera parecerles la situación, ambos sabían que todo estaba bien de nuevo, porque así a como eran tercos para admitir sus errores, también lo eran para no dejarse ir.

Chuuya bajó de la baranda y con calma quedó frente a Dazai, mirando fijamente la profundidad de ese mar chocolate que tenía por ojos, leyendo las líneas de fino arrepentimiento en ellos, sacándole una ligera sonrisa. No una de autosuficiencia y orgullo como las que sabía dar, una sincera, que significaba un claro "todo está bien ahora."

El amor de los jóvenes no está en el corazón, sino en los ojos.

Y se fundieron en un abrazo, Dazai quitó el odioso sombrero de Nakahara para poder acariciar los suaves hilos de fuego que llovían de su cabeza, embriagandose con su aroma, recordando que por mucho que dijera lo contrario, desde que encontró a Chuuya, nunca más quiso con real certeza morir.

Había algo más fuerte que las ansias que antes tenía por descansar en el grácil seno de la muerte, y eso era la vehemencia con la que amaba a su petit mafia.

—Volvamos adentro, chibi.

Esa vez, Chuuya no se molestó al ser llamado así, porque de nuevo todo estaba bien.

Esa vez, Chuuya no se molestó al ser llamado así, porque de nuevo todo estaba bien

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𝙻𝚒𝚟𝚎𝚜, 𝚜𝚘𝚞𝚔𝚘𝚔𝚞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora