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1789

Un nuevo barco acababa de arribar en el puerto de la ciudad de Nueva York, todos los viajeros ya habían salido del barco, excepto uno.

Los mismo tripulantes, e inclusive personas externas que se habían percatado del hombre que miraba al horizonte desde el barco detuvieron un segundo su caminar para mirarle.

Finalmente un joven se acerco tímidamente al extraño.-Disculpe, señor, ¿le sucede algo?-

El hombre le sonrió de vuelta.

El muchacho no pudo evitar mostrar un atisbo de sorpresa al ver el notable atractivo de aquel hombre: Su cabello tan rizado que podían distinguirse claramente cada uno de sus rizos, de un café tan obscuro que muy bien podría confundirse con negro; poseía la potente mirada de un noble de la mejor de las familias, pero derramaba nobleza con el brillo alegre que estos tenían; su sonrisa desbordaba la amabilidad del más dulce campesino y su piel morena, la cual contrastaba perfectamente con el elegante traje magenta que llevaba le hacía ver como uno de los más refinados condes.

El muchacho tragó saliva de manera nada disimulada, ¿pero quién era él? Parecía que estuviera viendo un cuadro pintado por uno de los mejores artistas de la época.

-No es nada, solamente...¡No puedo creer que América sea libre! ¡Somos libres!- Había un tono en la voz del hombre que enterneció al chico, sonaba orgulloso.

-¿Eh?...¿No lo sabía, señor? Ya han pasado ocho años desde que ganamos la guerra-

-Oh, claro que sabía, muchacho- Soltó una risita -Yo escribí la Declaración de Independencia. Por cierto, dime Thomas, señor suena a que soy muy viejo-

El chico le miró con los ojos tan abiertos como platos, de repente todas las palabras se le habían atorado en la garganta; Thomas le dedicó una última sonrisa y con unas ligeras palmadas en uno de sus hombros a modo de despedida, bajó del barco.

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El sureño se encontraba en un carruaje en camino hacia la ciudad de Nueva York, apenas llegó a Monticello recibió una carta del Presidente Washington en la cual le pedía estar presente como el Secretario de Estado oficial de la Nación en la junta de Gabinete que habría ese mismo día.

Después de unos minutos en el que él miraba el bullicio de las calles por la pequeña ventana del carruaje, este se detuvo.

-Thomas-

Una voz profunda se escuchó en un punto frente a él.

-¡James!-

Cerró la puerta del carruaje detrás suyo y se acercó a su fiel amigo y compañero de trabajo: James Madison.

Este le miró con el ceño ligeramente fruncido y le tomó del brazo, arrastrándolo hacia el edificio del Congreso.

-Hey, ¿qué pasa?-

-Thomas, el alma de nuestra nación está en peligro- Habló James mientras continuaba su camino por los pasillos de las oficinas.

Thomas alzó una ceja -¿Disculpa?-

-Lo que oíste. Thomas, debes sacarnos de este lío-

-Pero, ¿cuál es exactamente el problema?-

-Hamilton, Secretario de Tesorería y líder del partido Federalista, está completamente loco. Su plan financiero se basa en puro poder gubernamental, quiere que el gobierno absorba las deudas del Estado. Además, su sistema político es de orden centralista, es como ceder a la ideología británica de ser un imperio. Lo peor de todo es que tiene el completo apoyo del Presidente, el único impedimento para que ese plan no se lleve acabo son las faltas de votos del Congreso, por nuestro bien, es mejor que así permanezca.-

Invaluable ||¤Jamilton¤||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora