Capítulo 1. Edward

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"Y ya te he dicho que no hace la diferencia cuanto te quieras quejar con las dueñas de la ciudad." Ya harto de lo que llevaba semanas planteando.
"¿Seguro que no te parece injusto que mientras ellas viven en sus lujos y comodidades, nosotros nos tengamos que encargar de salir a buscar entre la chatarra posibles partes de metal útiles, arriesgando nuestras vidas en el proceso?" Preguntó Seraphim molesto.
"Sin duda que es molesto, pero no es posible hacer nada para cambiarlo. Además, no es como que los parias o las bestias salvajes pudieran hacernos algo, llevamos años haciendo esto, somos unos maestros en el arte de la recolección." Respondí con ciertos aires de grandeza.
"Habla por vos, querido." Respondió mientras se golpeaba la prótesis de pierna mecánica. No era de alta gama ni mucho menos, consistía en un tubo que salía desde su pierna con unos pocos engranajes que la unían a un bloque el cual era difícil llamar pie y permitían una leve rotación del mismo.
"Miren lo que encontré chicos, es el santo de nuestra salvación." Decía Eltein mientras levantaba un pedazo de jabón.
"Desde que empecé a salir con ustedes a recolectar que no veía uno. De hecho, cuando vi por primera vez que ustedes traían uno de sus viajes a las afueras, decidí que algún día, cuando fuese más grande, los acompañaría y traería jabones para todos. Y pensar que con cada viaje estoy un paso más cerca de ver mi sueño hacerse realidad." Agregó.
"Guárdalo cuanto antes, no querés que otros recolectores nos encuentren con un premio gordo en la mano." Ordenó  Seraphim, mientras tomaba su espada, un arma constituida por un filo de hierro afilado aunque oxidado en algunos puntos y un mango de hierro con guarda de titanio, lo suficientemente resistente para bloquear virtualmente cualquier ataque.
"Tampoco es para tanto Seraphim, estamos solos en estos lugares, con suerte nos cruzamos alguna bestia salvaje, pero nada más." Respondió Eltein.
Se escuchó un disparo y Eltein se encontraba lastimado, la bala se alojó entre el hombro izquierdo y el corazón. La sangre se escapaba de su pecho.
"Yo me encargo de asistirlo, busca de donde vino el disparo y mata a ese hijo de puta." Ordenó Seraphim.
Mire para todos los lados en vano, el tirador sabía muy bien como mimetizarse con el ambiente, a mis alrededores solo podía ver desierto y chatarra, pero en ningún lado veía alguna persona.
"Por favor, no nos dejes." Se escuchaba a Seraphim rogarle. "¿Qué carajos haces parado mirando para todos lados? Encontrá a ese hijo de puta de una vez, ¿ o tengo que hacer todo acá?" Apenas me gritó eso, se recompuso y empezó a olfatear el aire, supuestamente los alterados pueden sentir cosas que los simples humanos no, Seraphim, ademas de tener ciertos rasgos de sabueso, podía oler el deseo de sangre, o eso explicaba él.
Al poco tiempo Seraphim se encontraba cargando hacia cierto lado del desierto. Otro disparo se escuchó, provenía de la zona a la cual corrió Seraphim.
Al llegar a él, lo encontré, con un agujero de bala en el abdomen, su espada cubierta en sangre y una cabeza de un alterado a sus pies, compartía ciertos rasgos con un camaleón.
"No Seraphim, no, no ahora, acabamos de perder a Eltein, no puedo perderte a vos también, necesitas aguantar, necesitas mantenerte con vida." Comenté entre lágrimas.
No recibí respuestas de Seraphim por lo que decidí subirlo a mi carro, junto con el cadáver de Eltein y la cabeza del otro alterado y marché rumbo a casa.
Una vez en la puerta, frente la muralla de chatarra que protege las casas de los recolectores y aquellos que les brindan servicios, corrí hacia Carlen,  un humano común y corriente con una prótesis metálica en el brazo derecho y un parche. Le expliqué lo sucedido y llevó a Seraphim a atenderse, pues parece que aun seguía vivo.  Mientras Loui atendía a Seraphim, llevé el resto de mi carro frente a Sir Lefram, el único iluminado que nos permitía a los recolectores entrar y salir al Eliseo, hogar de las damas de la ciudad y los zánganos que las fecundan. Digamos que estos zánganos son las versiones mejoradas de nosotros, los humanos y los alterados. Aquellos que no cumplimos lo necesario para ser un zángano, nos envían a vivir y crecer en las afueras, para ser un recolector o si tienes suerte un mercader.
Lefram sin una palabra me guió hasta la puerta de Rubika, la dama de la ciudad a la cual sirvo con mayor regularidad.
"¿Y qué me traes por aquí esta vez Edward?" Preguntó sentada en su trono viendo desde lejos y con repugnancia mi carro.
"La cabeza de un paria, señorita. Además del cuerpo muerto de uno de mis compañeros, para solicitar un entierro digno de un recolector." Respondí sin dignarme a levantar la mirada.
"Ya veo, pues, un paria menos siempre significa menos problemas, hiciste lo correcto. Ferdinand se encargará del entierro de tu amigo, déjale el carro por favor." Respondió Rubika mientras hacía un ademán para que me retire.
Al salir, Ferdinand un zángano de bajo grado, que había quedado relegado como sirviente, tomó mi carro y se lo llevó hacia el cementerio de recolectores. Al salir me dirigí al bar, necesitaba algo de beber para olvidar este último viaje.
Me senté en la barra, le pedí varios vasos de Whisky y a medida que me fui tragando la bebida todo se movía más lento, como trancado.
"¿Qué ha pasado? Hacía tiempo que no te veía tomar así..." Comentó Arafros, el cantinero, un alterado que nunca podía separarse de su compañero Barashara, una serpiente de coral que crecía de su nuca.
"Sssí, no lo vemosss asssí desssde que la preciosa Evar -" y antes de que Barashara pudiese terminar la frase, Arafros le agarró la lengua prohibiéndole pronunciar una sola palabra más.
"Disculpala, habla de más." Interrumpió Nier, el joven bajo el cargo de Arafros.
"Trshanquilou, no piensho quejarshme." Y me desplomé en la mesa.

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⏰ Última actualización: Apr 28, 2019 ⏰

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