Estaba sentada es una de las mesas del establecimiento de comida rápida, pensando en quienes morirían aplastados si al ventilador de techo se le ocurriera caerse, cuando mi número de orden fue llamado. Me paré y dirigí al mostrador con la notita que tenía mi turno. Al llegar entregué el papelito y el hombre tras la barra lo recibió, checó, y a continuación me entregó dos bolsas enormes de plástico llenas con cuatro cajas de unicel cada una.
—Gracias—dije y me di la vuelta, dispuesta a salir. Mientras caminaba escuché al hombre decir algo como “gracias a ti”, o “buen provecho”, o “regrese pronto”, o quizá todo junto.
—Woah—dijo una voz masculina cuando pasé al lado de una mesa. Me detuve y giré la cabeza, había dos chicos sentados el uno frente al otro: uno con una mirada perezosa y sonrisa arrogante, y otro chico que lucía más serio. Ambos parecían ser un poco mayores que yo—¿Vas a comerte todo eso tú sola o vas a compartirme un poco?—prosiguió el primer chico.
Odié todo de él. Desde su mirada falsamente desinteresada, su pose supuestamente confiada, y su estúpida sonrisa del tipo “puedo tenerte cuando quiera”. Ya lo veremos, zoquete.
Lo miré directo a los ojos con una mirada fría. Su expresión petulante no se inmutó, pero pude ver como su mandíbula se tensaba. Eso pensé.
—Prefiero comerlo todo yo sola, gracias—y me alejé.
…
Varios minutos después llegué a casa. Entré, cerré la puerta tras de mí, y puse las llaves en el mueble de la entrada, junto los otros tres juegos de llaves iguales.
—¡Llegué!—grité por encima del ruido que reinaba en casa.
Cuando disponía de dirigirme a la cocina Max y Matt pasaron corriendo de la puerta que daba al patio hacia el piso de arriba, pasando por las escaleras.—¡Eh, chicos! ¡Más despacio!—aminoraron el paso, sólo un poquito. Algo es algo.
—¿Sabes dónde están Max y Matt?—preguntó Mark entrando a casa desde el patio.
—Acaban de subir—le dije y él subió las escaleras de dos en dos, gritando los nombres de nuestros hermanos.
Oscar se asomó desde la cocina y me fulminó con la mirada.
—¿Pero qué estás esperando? ¡Pasa de una vez!
Crucé el pequeño tramo a la cocina y encontré a Patrick hurgando en la encimera y a Oscar sentado en la mesa con mirada impaciente.
—¿Es que acaso fuiste a crear la receta o qué? ¿Por qué has tardado tanto?—dijo este y me siguió con la mirada cuando dejé las bolsas en la mesa del comedor.
—Creo que a veces olvidas que tengo que pedir comida para ocho.
—Tiene razón—apoyó Patrick con la cabeza metida en la alacena.
Oscar hizo un puchero y se cruzó de brazos.
—Sigue siendo demasiado tiempo.
Rodé los ojos, él nunca puede perder.
—Ve a por los chicos, yo pongo la mesa—dije mientras iba hacia Patrick en busca de platos. Oscar me tomó del brazo y me giré a él.
Sus ojos color ámbar me miraron suspicaces, y su boca pequeña se curvaba en una sonrisa que decía “te atrapé”.
—No, Artie, yo pongo la mesa, tú ve por los niños.
—Pero…—comencé y Patrick me interrumpió.
—Es tu turno Artie, ayer fue él—tenía razón.
Refunfuñé y salí de la cocina, dirigiéndome al cuarto de los trillizos. Escuché el escandalo a través de la puerta. Entré y Max, el mayor de ellos, me miró con sus ojos de color ámbar destellando y una sonrisa diabólica.
—¿Qué están haciendo ahora?—dije alzando las cejas.
—Nada—dijo Matt, de inmediato, sus ojos abiertos como platos y una expresión asustada.
—¡Fue idea de Max!—gritó Mark, el del medio, con el ceño fruncido, como si su hermano lo hubiera obligado a formar parte de lo que sea que estuvieran haciendo. Max resopló.
—Por eso nunca te invitamos a hacer nada, Afrodita—dijo haciendo énfasis en el último nombre.
—¡No me sigas así!—Mark se puso rojo. Max estaba a punto de contestar pero interrumpí.
—Basta, ya—los reprendí—Ya es la hora de la cena, bajen.
No tuve que decir más, ellos bajaron corriendo.
—¡Cuidado!—les grité, pero ellos ya estaban en la cocina. Suspiré y entré más al cuarto, buscando a mí hermano pequeño—¿Lowell?—llamé, pero no respondió.
¿Dónde podrás estar ahora? Pensé que a lo mejor se encontraba en el baño, o en el patio, pero otra idea opacó las demás y no dudé de ella. Caminé a mi cuarto, y al entrar vi a Felix recostado en su cama, leyendo. Al notar mi presencia alzó la vista y sus grandes ojos color ámbar que compartíamos me vieron, y me sonrió con su pequeña boca (que también compartíamos). Le sonreí de regreso.
—Lowell, ¿estás aquí?—llamé, y un instante después el pequeño de grandes ojos grises y cabello lacio color caramelo salió de debajo de la cama de Felix. La cara de este último parecía un poema.
—No noté cuando se metió allí—dijo con los ojos bien abiertos.
—Lowell, ya llegó la cena, ve abajo, ¿sí?—le dije.
Asintió e hizo ademán de salir, pero se detuvo y me miró un instanto.
—¿Me ayudas con la tarea después de que cenemos?—preguntó en su normal todo bajo de voz. Sonreí.
—Claro que sí, pequeño lobo, anda abajo—salió de la habitación con paso lento.
Felix, por su parte, ya había cerrado el libro y estaba de pie al lado de su cama.
—Ese niño es como una sombra—dijo sonriedo.
Asentí, sonriendo también.—Es un mini Hades—añadí, su sonrisa se ensanchó.
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Me disculpo si éste capítulo termina algo si chiste, pero creí mejor dividirlo en dos partes. A lo mejor al principio la historia no llega a tener mucho sazón, pero ya más adelante empieza lo sabrozón(? ¡Gracias por leer, de verdad! Dime que te pareció y qué piensas acerca de la... pequeña familia de la protagonista.
¡Hasta el siguiente capítulo!
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RomanceMeredith Cleggs se suele ocultar tras una carcasa de seriedad ante sus compañeros de clase para esconder a Roger, Oscar, Patrick, Felix, Max, Matt, Mark, Lowell y a ella misma de los ojos curiosos y las bocas groseras. Sin embargo, dos chicos entran...