Azrael

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El cielo ardió en llamas. Como cometas asesinos, miles de fuegos cayeron y cubrieron de ceniza toda la ciudad. Se oían gritos desgarradores pero todo cesó cuando la lluvia de fuego se apagó y con ello el silencio y la muerte cubrieron todo el espacio. Un olor muy familiar le llegó, era un olor semejante al quemar un neumático, similar al plástico ardiendo. Era el olor a carne demoníaca.

Sin darse cuenta Azrael despertó de forma abrupta del sueño. Más que un sueño era un recuerdo. Un recuerdo de cómo habían conquistado los prados Asfódelos junto con su compañero Lucifer. Un recuerdo de cómo habían hecho historia, de cómo el gobierno del Inframundo había hecho un cambio de trescientos sesenta grados. Aquel día habían eliminado de la faz del mundo, tanto terrenal como espiritual, al que hasta aquel momento había sido por millones de millones de años el gobernante del infierno: habían eliminado a Hades.

Y con ello se había acabado su reinado, el reinado del último dios griego superviviente de la masacre de Yahveh y se había instaurado un nuevo orden. Aquellos tiempos habían quedado ya muy atrás: primero la conquista, luego la rebelión. Ya hacía mucho tiempo de ello, de cómo él y Lucifer combatieron mano a mano. Aún así aún seguía teniendo sueños recurrentes con aquel día. Nunca olvidaría entrando por la puerta grande de lo que hasta el momento habían sido prados verdes y lagos cristalinos y ahora se habían convertido en desierto y llamas. Miles de cuerpos agolpados en el suelo calizo, insertes y sin vida. Quemados, mutilados y sangrientos.

Aún recordaba como imponente con su capa de hilos angelicales y su lanza celestial pisó primero el campo y se abrió camino acabando de eliminar a cualquier superviviente. Cómo atravesó por la mitad a un demonio sin que este pudiera llegar a suplicar por su vida o cómo hizo arder en fuego celestial las últimas casas que seguían en pie. Pero lo que más recordaba era el olor. Nunca olvidaría ese putrefacto olor demoníaco. El olor a victoria.

Después de aquello, de todo lo que hicieron por Yahveh, este no les recompensó como tocaba y junto con su compañero angelical de armas, Lucifer, empezaron la rebelión contra el único y más fuerte de los dioses que acabó con el destierro de todos ellos, los ángeles caídos, al mismo lugar que había conquistado con su propio sudor.

Pero la cosa no había acabado allí y mano a mano recuperaron el lugar y consiguieron crear un imperio nuevo, oscuro, mortal y demoníaco. El Inframundo volvió a su esplendor de nuevo pero con nuevos líderes. Pero el tiempo fue pasando y todo el mundo empezó a olvidarse de él. Solo quedó en la historia grabado el nombre de Lucifer y el suyo, Azrael, fue quedando aislado, repudiado como él mismo a los confines del Tártaro. Ahora el ya no era nadie y solo le quedaban aquellos sueños de viejas glorias.

Se sentía debilitado y su vida se basaba en un continuo mundo omnírico donde solo había cabida para sus viejos sueños y para comer. Carne y siesta. No había más. Ya apenas se sentía recluido en aquellas cárcel en forma de palacio donde no salía de aquella enorme sala con una cama en medio bañada por un suelo de sangre.

Aún se sentía lleno tras comerse aquel último cordero sacrificado por lo que decidió volver a cerrar los ojos para sumergirse de nuevo en sus sueños pero junto en ese momento las puertas de sus aposentos se abrieron violentamente. Era imposible que nadie abriera aquellas puertas con fuerza, eran tan pesadas como cien toneladas de huesos duros. Sin embargo, como si de magia se tratara, alguien había conseguido entrar allí y se hallaba caminando hacía él en aquel momento.

Se trataba de una criatura de forma humana, mujer, de pelo oscuro y largo, tanto que le llegaba a los pies. Su belleza mundana no parecía tener límites pero estaba claro que se trababa de un ser humano. Llevaba puesto un traje de seda translúcido de color dorado y parecía portar algo en su mano y antes de que Azrael pudiera hablar, presa de la sorpresa, ella empezó la conversación:

― Quien te ha visto y quien te ve. ―le dijo entre un risa irónica ―. Estás hecho un asco.

Azrael se levantó de un brinco y se puso a su altura. Hizo un designio de levantar su brazo, que se acababa de convertir en una afilada espada pero ella continuó.

― No sabes quién soy, ¿verdad? ―y rió―. Será mejor que te sientes y me escuches porque creo que lo que te voy a contar te puede interesar. Soy Perséfone, la esposa de Hades y verdadera diosa del Inframundo y vengo a proponerte un trato. Quiero que me ayudes a matar a Lucifer.

La diosa y el demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora