Azrael

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Lo tenía claro. No iba a matar a Lucifer. Azrael solo había fingido aceptar el trato para obtener información de Perséfone. Ahora ya sabía que no todos los dioses del Olimpo había muerto y además sabía que podría revertir su maldición con la espada Aureum Gladio. Si se presentaba con Yaveh con esa información y la espada seguro que le volvería a convertir en ángel.

Sabía que Pandora tenía la espada, o muy probablemente. Mataría a Perséfone para deshacerse de ella y luego buscaría a Pandora, y seguramente la mataría también. Lo mejor era no dejar rastro.

—Oye Perséfone, ¿queda mucho para llegar a la guarida de Pandora? —le preguntó Azrael mientras seguían caminando por un sendero estrecho desierto del Tártaro. Al parecer Pandora vivía en medio de una gruta no muy lejos de él.

—Solo hay que seguir recto por el sendero cien millas demoníacas más y llegaremos...

Perséfone no pudo acabar la frase. La mano de Azrael se convirtió en un cuchillo afilado y le rebanó la garganta a esta. La cara de incredulidad de la diosa ante el ataque del ángel caído la pilló desprevenida y esta se cayó de rodillas al suelo mientras sangraba a borbotones y seguía mirándolo fijamente hasta que terminó por desplomarse al suelo.

—Cambio de planes diosa menor estúpida. No pienso matar a mi amigo. Me haré con la espada y yo mismo volveré a ser un ángel.

Y dejando el cadáver atrás prosiguió el camino. Aún le quedaba mucho por recorrer, cien millas demoníacas eran como mil días de camino en tiempo mundano.

La diosa y el demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora