Capítulo 20: Electric feel

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7 de enero de 1996

Pablo había contado los días. A veces se preguntaba cómo había aguantado dos años enteros sin ver a Albert. No era solo que le echase de menos, es que formaba parte de su vida de una manera tan intrínseca que cuando no estaba los vacíos se adueñaban de todo.

Eran más de las siete de la tarde y no había recibido noticias de Albert. Como todos los domingos de la historia de los domingos, aquel estaba siendo uno terriblemente aburrido y deprimente. Hacía ya rato que había anochecido y Pablo no tenía nada que hacer más que esperar la llamada de Albert.

- ¿Quieres ver una peli? - le preguntó Iñigo desde el umbral de la puerta.

Pablo, que estaba tumbado en la cama con la mirada en el techo, giró la cabeza para mirarlo.

- Pff, no me apetece mucho.

Desde el salón se escuchó el teléfono sonar. Pablo se levantó de un salto y se apresuró hasta él.

- ¿Sí?

- ¿Pablo? - se escuchó una voz al otro lado del teléfono, pero no era la que él esperaba - ¿Está tu tía? Pásamela.

Pablo resopló y, sin decir nada, extendió el brazo para dárselo a su tía. Cuando volvió a su habitación, Iñigo le esperaba con una sonrisa de suficiencia.

- Ni una palabra - amenazó Pablo.

Iñigo hizo el gesto de coserse los labios y se sentó en la cama; en sus manos habían aparecido dos VHS.

- Entonces, ¿cuál vemos?

Pablo le mantuvo la mirada durante unos segundos, pero finalmente cedió y señaló con la cabeza la película que Íñigo sostenía en la mano izquierda.

8 de enero de 1996

A Albert se le habían pegado las sábanas aquella mañana. O eso pensó Pablo cuando lo vio aparecer por la puerta de clase, con la respiración agitada y las mejillas enrojecidas. La profesora apenas acababa de entrar y ni siquiera había sacado los libros, pero Albert no llegaba tarde. Nunca. Bajo ningún concepto.

Pablo le miró desde su pupitre y el otro le devolvió la mirada fugazmente antes de tomar asiento a su lado. Tania y Alberto se giraron para mirarlo, los demás permanecieron ignorantes a su llegada.

- Ya pensaba que te habías quedado en Barcelona, Rivera.

- ¿Mhm? - dijo distraído mientras sacaba el material y lo colocaba con pulcritud sobre la mesa.

- Madre mía, qué empane llevas.

Entonces Albert levantó la cabeza y le miró; un atisbo de sonrisa en sus labios.

- Son las 8 de la mañana y he dormido poco. Ten un poco de compasión.

- ¿Has dormido poco? - y alzó una ceja.

Albert puso los ojos en blanco, volviendo a su libro.

- No pienso continuar con esta conversación.

Pablo se disponía a ignorarlo cuando la profesora centró la atención en ellos.

- Iglesias y Rivera, ¿creen ustedes que pueden permanecer en silencio durante más de 3 minutos?

Aunque las palabras no sonaban amenazantes, el tono desde luego que lo hacía. Albert asintió rápidamente y toda la sangre le subió hasta las mejillas. Pablo se tuvo que morder el labio para no sonreír.

El catalán no volvió a levantar la cabeza en toda la clase, y tampoco lo hizo en el resto de clases hasta el recreo. Fue entonces cuando todos tuvieron tiempo de saludarse y contarse las Navidades, los regalos y los cotilleos familiares. En casa de Inés había habido discusiones sobre política, nada nuevo bajo el sol; pero Ada contó que su tía había aprovechado la cena de Nochebuena para salir del armario delante de toda la familia.

Love might be the wrong wordDonde viven las historias. Descúbrelo ahora