Annette toma la capa de invisibilidad colocándola sobre ambos Potter dejándolos pasar desapercibidos entre la multitud de brujas, magos y mortifagos que pelean entre sí. Emprenden juntos el camino hacía el bosque prohibido donde saben que esta el señor tenebroso esperándolos.
Harry se detiene en seco y habla sin mirar a Annette, el mantiene la mirada fija en el tronco de un árbol frente a ambos.
—Iré yo primero; cuando Voldemort me mate, todos sus mortifagos estarán muy concentrados en mí, entonces atacas a Voldemort y salvas a los Weasley ¿hecho? –está vez la mira para estar seguro.
—Eres mi hermano, Harry, no me pidas que deje que te maten –solloza ella por primera vez desde que vió morir a sus padres.
— Tengo que hacerlo Annie, es mi vida por la tuya –el sonríe de lado—. Te amo.
—Te amo hermano –habla Annie.
Harry quita de su cabeza la capa de invisibilidad haciéndose visible a cualquiera que pase cerca y se dispone a caminar, pero las piernas le fallan por instantes.
Annette escucha a Harry hablar con un hombre de voz siseante como la de una serpiente minutos después; ambos hablan sin rastro de miedo en sus voces, las risas de los mortifagos acallaron las voces durante unos segundos y después todo volvió a estar en calma. Nada ocurría, nadie decía nada, hasta que el hombre de voz siseante produjo el maleficio asesino y se escucha un cuerpo caer al suelo; Harry ha muerto.
Los mortifagos rompen en risas y vitóres, cada uno celebra una guerra terminada. La última Potter en pie retrocede un par de pasos y hecha a correr al rededor del claro para entrar por otro lado y tomar al señor tenebroso desprevenido.
Una fría y calculadora voz de mujer detiene a Annette helándole la sangre, ella gira lentamente sobre su propio eje para ver, parada a sus espaldas a la mortifaga más fiel del señor tenebroso: Bellatrix Lestrange.
—Pero si es la perdida niña Potter. Me das asco. Espero que mueras igual que tus mugrosos padres y tu ridículo hermano –habla con grandeza.
—Dime Lestrange, ¿Qué se siente estar enamorada de un hombre que no te ve más que como una "sirviente"? –escupe Annette, cruzándose de brazos
—Estúpida niña, debería matarte ya...
—Pero no tienes el valor porque, si me matas, tu "amo" te matará a ti –remata Annette
La estilizada mano asesina de Lestrange toma su varita y la levanta en dirección a Annette, quien saca la varita de su manga y la tiende hacía Bellatrix en la misma cantidad de tiempo.
Ambas varitas apuntan una a la otra, Lestrange mantiene una actitud amenazante mientras Potter se mantiene alerta y relativamente relajada.
Lestrange baja la varita aún amenazante y Annette hace lo mismo... Gran error. Con la destreza de un gato, Bellatrix levanta la varita gritando confundus. La última Potter queda totalmente perdida y delirante; con una mano, Lestrange toma el cabello que cubre la nuca de Annette y la conduce ante el señor tenebroso.
Cuando Annette recupera la cordura, se encuentra rodeada de gente enmascarada, y en un punto, siete cabezas pelirrojas llaman su atención; ahí están todos, Arthur, Molly, Bill, Charlie, Percy, George, Ronald, Ginevra... y entre todos ellos, de rodillas y con la cabeza agachada, Fred está siendo sometido por el inconfundible Lucius Malfoy.
El corazón de Annette da un vuelco inesperado cuando Fred levanta la mirada, sus ojos inyectados en sangre demuestran que lo han torturado con la maldición cruciatus. Annette vio el cuerpo de Harry de cara al suelo a un lado de los Weasley y en un impulso toma la varita de vuelta en su mano y gritando expeliarmus manda a Bellatrix Lestrange unos cuantos metros más lejos de ella dejándola correr hacia ellos.
Una vez arrodillada a un lado del cuerpo inerte de Harry, le da la vuelta para que Harry quede mirando al cielo; con un leve movimiento, su cabeza queda en el regazo de Annette, la suave mano de la última Potter recorre el desaliñado cabello de Harry, tan parecido al de James, tan característico de los Potter. Annette, en un intento desesperado por traer de vuelta a su hermano menor, sacude levemente la túnica de Harry susurrando su nombre.
La punta de una varita se coloca en la sien de la chica, quien levanta la mirada, no a su atacante, si no a Fred, que se encuentra de rodillas a unos metros de ella.
—De pie –susurro una fría voz siseante—, quiero ver tus ojos cuando mueras.