Las cosas son tan horribles, a veces tan solo deseas que lo malo termine que deje de doler, dejar de llorar por las noches pero entonces te preguntas, ¿en verdad lo merezco? Yo creo que no. Dejé de prestar atención a muchas cosas así como a muchas personas, creo que llegue al punto en el que no quiero más que dormir para siempre, y así sucedió.
-Estoy cansada de tu poca entrega a la escuela, ¿Por qué no eres perfecta? –Vociferó mi madre haciendo resaltar la vena carótida de su cuello, tan solo atiné a bajar la cabeza y tragar mis lágrimas.
-Lo siento, doy todo lo que puedo, no creo que un 8 sea una mala nota, pero tienes razón. No soy perfecta. –Mustié con voz entrecortada saliendo del cuarto de mis padres.
Hablé con mi mejor amiga, le dije cuanto la quería y le prometí algún día ir a verle, me despedí de ella aunque ella no sabía que lo haría por última vez, abracé a cada uno de mis perros, los besé, lloré como nunca pensé hacerlo, todo lo que dejaría era a ellos a quienes extrañaría más. Vi las pastillas y comencé a tomar una por una, ni siquiera conté cuantas fueron, tomé mi gillete, seguía siendo uno de los mejores métodos para suicidarse o hacerse daño, corté mis muñecas con tanta fuerza que ni siquiera me importó.
Me acosté en mi cama viendo el techo y como mi ventilador giraba, sentí como alguien subía, era uno de mis perros y comenzó a lamer la sangre que brotaba de mis muñecas, entonces subieron los demás e hicieron lo mismo, mientras que mi perra mayor lamía mis mejillas, entonces simplemente no lo hice.
Corrí al baño, me provoqué en vomito tantas veces con tal de sacar esas pastillas que mi garganta y estomago quedaron adoloridos y quemantes, me curé lo mejor que pude las heridas y llamé a mi mejor amiga, le conté lo que hice y le pedí guardar ese suceso.