Pensamiento Idiota

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Él quedó paralizado tras oír, en una sesión de música cortesía de un teléfono que le costó horas extras en el trabajo barriendo los pisos de un puesto de pollo frito de segunda categoría, una canción que sobresalía: no era una que se ajustaba a sus gustos usuales, no era una obra que hubiera escogido por si mismo.

Llegó a su reproductor por ella.

—¡Que boba canción! —exclamó en primera instancia.

Era el single de una cantante juvenil que no recordaba de todo su nombre: tratar de hacerlo era una perdida valiosa de tiempo y neuronas de su parte, y tras el rompimiento, no es como si le quisiera dedicar demasiado de él de todas formas.

Pero en lugar de pasar a la siguiente canción, siguió oyéndola: no era de su gusto, le parecía cursi, le parecía algo estúpida, irritante incluso, pero aunque no podía recordar el nombre de la interprete, o inclusive el titulo, si podía recordar el porqué la tenía ahí en primer lugar.

Su ex-novia era fan, y muy grande, y le había hecho prometer de que al menos le daría la oportunidad.

—¡Tiene buenas canciones! —recordó haber oído de ella al salir del colegio—. ¡Vamos! ¡Te envió una de ellas de las mejorcitas!

—No es algo de mi estilo, y lo sabes —él le replicó.

—No te pido que te enamores de ella y de su discografía, sólo que le des una oportunidad.

Él lo hizo, la escuchó, y no le gustó. En ése momento, parecía lo sensato: él siempre disfrutó de otro tipo de artistas, de otro tipo de música, y considerar a alguien como esa cantante siquiera en la misma categoría de aquellos a quienes de verdad admiraba y respetaba no parecía algo correcto.

La escuchó de mala gana, y al día siguiente le dijo su opinión: seguía sin gustarle.

Pero en esa ocasión, tras haber limpiado un poco su habitación, algo cambió: la canción era la misma, todos los elementos que le habían molestado en el pasado seguían ahí, pero no era lo mismo a sus oídos. Seguía sin ser Rachmaninoff, pero sentía algo que lo ataba a la melodía, a la letra, al ritmo, a cada pequeño detalle: armonías, producción, interpretación. Era como si fuese la primera vez que de verdad hubiera oído la canción.

Él no pudo concluirla: quizá a tres cuartos de que llegará a su fin, paró la reproducción, se quitó los audífonos, y se dejó caer en su cama.

Y algo sucedió: fue un poco tonto, todo lo que se había dicho y lo que se pudo haber dicho ya había sido pronunciado, para bien y para mal.

Las palabras de amor eterno como sólo los quinceañeros pueden decirse.

Los insultos de rencor cuándo lo que parecía perfilarse a durar para siempre se empieza a deteriorar.

La dura realidad de afrontar los hechos: que las promesas, promesas fueron, y los hechos, no podrían ser.

¿Había sido demasiado grosero? ¿Demasiado pretencioso? Sí, no era algo que gustaba usualmente, pero le había prometido a ella al menos escucharla, al menos tomarla en cuenta, y no lo hizo. Escuchar una tonta melodía comercial no era el fin del mundo. ¿No respetaba la opinión de ella? ¿No pudo tragarse su orgullo por tres minutos y medio y hablar con la verdad de su lado, en lugar de un prejuicio intelectualoide?

Y un pensamiento idiota surgió.

—Tal vez si me hubiera tomado el tiempo...—él alcanzó a murmurar.

Pero en un segundo razonamiento, le pareció un tanto banal: gustar de una canción no hubiera hecho cambio alguno. No tiene relación con el modo en que las cosas acabaron.

Y para poder darle tranquilidad a su mente, era mejor aferrarse a ése pensamiento.

Mientras esa joven hermosa de cabellera dorada limpiaba su bolso de mano, encontró algo que ningún arqueólogo describiría de antigüedad, pero para ella, casi parecía ser parte de otro mundo, de una época tan lejana que en ocasiones se cuestionaba si es que en realidad había ocurrido.

Un boleto para el cine, para ver una película de superheroes que a él tanto le fascinaban, y que tanto había esperado desde el momento en que fue anunciada.

Ella no tenía demasiado en contra de ése género, lo disfrutaba, pero para ella, su ex-novio siempre parecía un obsesionado en comparación: tenía una colección de ellas en ediciones de países que la mayoría es ignorante siquiera de su existencia, y citaba diálogos de ellas aquí y allá.

El entusiasmo de él, lamentablemente, de vez en vez le hacía perder la paciencia.

—¡¿Puedes dejar de hablar de esa película cinco minutos?! —recordó haberle gritado, en una sesión de estudios en la biblioteca, frustrada además por un tema de la clase de ciencias particularmente difícil para casi todo alumno que había tomado el curso.

Todos en el recinto vieron la escena, callados y sorprendidos, y nadie más qué la propia pareja.

—L-lo siento —el muchacho murmuró.

Hicieron un trato entonces: él tenía amigos con quién discutir, así que dejaría de conversar de tal tópico con ella.

Pero ella se sintió culpable al poco tiempo: no demasiado, apenas lo suficiente. Seguía sin comprender cómo le podían gustar a grados tan altos filmes así, pero supongo que hay de todo en éste mundo.

Y se llegó a cuestionar si es que tal vez debía darle una oportunidad.

Un día, se compró un boleto de cine para una función de tal película: no se lo diría a él, sería un poco incomodo si es que llegara a saberlo, pero quería al menos poner un poco de su parte, y darle un vistazo a esa parte de su mundo.

Eso no sucedió.

Conforme se estaba acercando el día, los ánimos iniciales se fueron disipando, y mentalmente se empezó a poner excusas sola: no tenía las ganas, le quedaba lejos, tenía que estudiar para un examen, cualquier cosa servía. Al final, no tuvo que hacer uso de ninguna, simplemente se le olvidó.

Que curioso es, pensó ella, cómo aquello que se te olvida puede volverse algo que estás segura que nunca vas a poder olvidar.

Aquella noche quisó ver si de casualidad el filme se encontraba en linea: lo estaba.

No hizo planes, simplemente puso desde su ordenador la película, se compró unas palomitas de microondas, y la comenzó a ver.

Era algo un tanto...tonto: una obra que no podía tomar demasiado en serio, pero en honor a la verdad, lo encontró divertido. Entretenido, un buen modo de matar un par de horas, y los diálogos podían ser cursis, pero eran pegajosos, y tenían cierto ingenio.

Y un pensamiento idiota surgió.

—Tal vez si me hubiera tomado el tiempo...—ella se alcanzó a murmurar.

Pero en un segundo razonamiento, le pareció un tanto banal: gustar de una película no hubiera hecho cambio alguno. No tiene relación con el modo en que las cosas acabaron.

Y para poder darle tranquilidad a su mente, era mejor aferrarse a ése pensamiento.

Ruta CortaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora