La Sombra

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Pauline conoce demasiado bien su sombra, pero no aquella de la qué todos sabemos: no es esa sombra negra que ocurre todos los días, y a cada momento frente a una luz.

No.

La sombre de Pauline era invisible.

No la podía ver con los ojos, y para el caso, no la podía oír con los oídos. No era algo que pudiera tener en sus manos y discernir si se trataba de algo duro o frágil, de algo sedoso o más bien áspero.

No era algo con peso, volumen o talla, ni algo que pudiera dejar huella por sobre la arena o marca alguna sobre el fango.

Pero a pesar de todo, Pauline sabía que la sombra estaba en todas partes.

Ahí estaba, desde el primer momento del día en que ella se despertaba: con ella, en la cama.

Ahí estaba, al verse en el espejo. El reflejo de su cuerpo era todo lo que se podía ver, pero a pesar de ello, ella sabía muy bien que esa sombra la seguía acompañando.

Ella trato de sonreír, y verle el lado bueno a la situación.

—Tal vez no pueda sacar a la sombra de mi hogar —pensó—. Pero si salgo, y me concentro en el trabajo, al menos estaré lejos de ella y de su influencia.

Era optimista al comienzo, pero su plan no salió como esperaba: la sombra le seguía el paso en su camino al trabajo.

Ella intentó apresurarse, dejar la sombra atrás, pero siempre parecía poder marchar a un ritmo mayor, y adelantarse a lo que ella pudiera hacer.

La sombra se sintió tan en casa en la oficina como en el propio hogar de Pauline.

Ella no podía tolerarlo; poco a poco, ése acechador en cada rincón ocupaba cada vez más un espacio mayor de su mente. Cualquier acción, cualquier tarea se volvió en una proeza. No podía poner su atención en otra cosa que no fuese esa sombra juguetona y traviesa siempre a un paso suyo.

¿Cuál era el punto de salir entonces, si no podía dejar ese seguidor atrás?

Lidiar con la sombra agotaba a Pauline, y el cansancio la llevo a dejar de intentar salir. Pronto, su hogar era todo su mundo.

Pero lo peor de esa sombra no era que estaba, o parecía estar en todas partes, sino que ella era la única que podía verlo.

¿Cómo describes algo que no tiene forma ni color? ¿Algo que te habla pero no tiene voz? ¿Algo que te pesa pero que no puedes cargar? ¿Algo sin piernas pero de lo que no te puedes alejar?

—Tienes que olvidarte de eso —le dijo su madre, en una breve visita. Pauline ni siquiera había salido de la cama aquella mañana.

—No puedo —replicó.

—Debes de actuar como una adulta, y salir de ése estado. Intentalo, es sólo un mal momento por el que pasas, es todo.

—¿Pero que no la ves?

—¿Qué cosa?

—¡La sombra!

—¡Por favor hija! ¡Eso de la sombra no existe!

Tenían esa discusión cada vez que se veían: la sombra es meramente algo imaginario, la madre decía. La despreciaba como sólo inseguridad, o alguna tontería que ciertas personas usan como excusa para no hacer cosa alguna.

Eso no cambiaba que la sombra parecía ser más grande qué nunca, pero aunque Pauline se cansaba en intentos de señalarla y demostrar que existe, todos parecían ignorarla.

—Todo está en tu cabeza —recordó que un amigo le dijo.

Pero aunque otros no pudieran verlo, ni creyeran palabra alguna de su parte, Pauline seguía teniendo que convivir con la sombra.

Y ésta se volvía cada vez más invasiva.

No era sólo de verla en todo lugar, sino que hasta empezó a oírla hablar.

—No hay salida Pauline —dijo como primera frase—. Simplemente no la hay, no existe para ti.

Esas palabras golpeaban como balas de cañón, deshaciendo paso a paso una muralla que se empezaba a resquebrajar.

—¡Por favor! ¡¿Es que acaso nadie puede verla ahí?! —ella gritó a todo pulmón en una visita de varios familiares.

Mas ninguno concordó: la sombra, para ellos, no existía.

La visita intentó animarla, pero sólo logró frustrar a Pauline todavía más. ¿Cómo era posible que algo tan irreal para otros era la única realidad para ella?

Y un día, al despertar, algo más drástico ocurrió.

La sombra era todo.

La sombra eran la cama en la cuál despertó, y la pared y el techo que la protegían del exterior. La sombra era la ventana que daba un vistazo a un mundo que se sentía tan lejano que bien podría ser inalcanzable. La sombra era el espejo, la sombra era la pantalla del televisor. La sombra era el suelo, la sombra eran sus propias manos, y su propio rostro visto en cualquier reflejo.

El mundo era la sombra, y las palabras seguían: Pauline no valía cosa alguna para nadie, Pauline estaba atrapada y nunca encontraría la salida.

—Por favor, ¡por favor! ¡Dejame en paz! —de rodillas, una noche le imploró.

—No puedo dejarte —la sombra le respondió —, pero, tu si podrías dejarme a mi.

—¿¡Cómo!? —desesperada preguntó.

—Haz lo que te he dicho, y nunca más volverías a verme.

—P-pero...

—Es eso, o estaré en todas partes. Nadie te creerá, nadie te entenderá; dirán lo mismo de siempre: sólo soy un invento, sólo buscas atención.

La sombra tenía razón.

Pauline no podía volver atrás. Aquel manto de oscuridad jamás volvería a ser tan pequeño como alguna vez lo fue: ya lo había consumido todo. Consumió su fe, su esperanza, su apetito, su alegría, sus sueños, sus aficiones.

La sombra es real, y aunque Pauline no tenía la voluntad para cumplir la sugerencia de ésta, un día se cansará de luchar una batalla imposible de ganar, y puede que finalmente caiga. Nadie puede mantener una pelea por siempre.

Pauline peleará mañana, y pasado mañana, pero al final de cuentas, la sombra sólo tiene que ganar una vez.

Tal vez entonces, una vez cobrada otra victima, algunos comprenderán que la sombra es real.



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⏰ Última actualización: Dec 28, 2014 ⏰

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