Muñeca Cantora

92 7 2
                                    

Francine estaba lista para partir, pero antes, vió en una mesa junto a su cama por última vez a una muñeca cantora: un regalo obsequiado hace ya mucho tiempo atrás. Ella jaló la cuerda de ese juguete esperando oir su melodía, pero ningún sonido se escuchó.

—Deberías cantar para mi, como siempre lo haces pequeña muñeca. Si para eso mismo te compré, ¿es acaso que estás cansada? ¿Te he obligado a cantar demasiado? ¿no te he dejado dormir? Pero si eres solo un juguete, y los juguetes no pierden su energía: deben estar ahí para sus dueños, para jugar y hacer su gracia cuando sea que estos les plazca

Francine tomó en brazos a su muñeca y continuó con sus pensamientos, mirando esos vacíos ojos de cera.

—Aunque es cierto: ya estoy un poco mayor para jugar contigo; el próximo mes cumpliré trece, y quizás debería madurar un poco, y no creas que no lo he intentado, pero algo siempre me lo impide. Hay noche de tormenta y no hay nadie mas en la casa aparte de ti, y tu compañía evita que pierda la razón...claro, esa frase pierde su impacto cuándo me percato que estoy hablando con una muñeca cantora que ya se niega a cantar...mira tu cuerda: tan gastada por el uso. Creo que he jugado demasiado contigo, ¿desde cuándo te tengo? ¿desde que tengo voz yo también? Ni siquiera lo recuerdo, pero es sin duda un largo tiempo.

La joven sentía como su voz se quebraba al sentirse embargada de emociones demasiado difíciles de contener; un par de lágrimas brotaron de sus ojos, los cuales lucían hinchados y enrojecidos. Ella buscó un pañuelo en un cajón para limpiarse el rostro y no desarreglarse mas. Entonces posó de nuevo su vista sobre la muñeca, esta vez desde la distancia, y los pensamientos continuaban en su agitada mente.

—Antes cantabas por gusto, y eso alegraba mis días, pero ahora batallo para hacer que me des una simple nota. Si, no tiene sentido: los juguetes no se cansan, pero si se desgastan, y eso es todo lo que eres: algo que los demás controlan a su voluntad; para eso fuiste hecha, para eso fuiste comprada, para eso te tengo...

—Francine, ¿estás lista?—mencionó la madre de esa niña al entrar a la habitación de su hija: ahí estaba, ya vestida, arreglada, lista para la función, con su vieja muñeca cantora en sus manos

—Sí mamá: ya lo estoy...solo que...

—¿Sí?

—Madre, tengo la voz algo cansada, no creo que pueda hacerlo bien ahora...

—¡No empieces de nuevo con esto!— la madre exclamó con un tono que hacia a Francine encogerse de hombros de temor

—Lo juro, no se si pueda cantar hoy.

—¡Ya lo sabías! ¡es parte del convenio! ¿crees que nos trajeron a la ciudad a pasear?

—Mamá, yo...

—No quiero oir excusas señorita: vamos, nos esperan en el escenario.

No podía protestar demasiado, Francine sabía que solo tenía un trabajo: cantar. Muchos halababan su hermosa voz, y desde que pudo entonar sus primeras notas había estado cantando para pagar el sustento, y su madre la había arrastrado a esos lugares desde que tenía memoria.

Era una vida de lujos, pero también una vida dura: ahora tenían una hermosa casa en la gran ciudad, y todo gracias a su canto, pero sin importar si a veces se agotaba, si no tenía el descanso suficiente, ella tenía que atender al público: era una pequeña muñeca cantora, lista para hacer su gracia cuando sea que aquellos que pagan sus cuentas les plazca.

Para eso nació, para eso fue contratada, para eso la tienen.

Ruta CortaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora