•.¸♡[ Cuando viva allá afuera. ]♡¸.•

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Ray siempre pensó que Susan estaría a salvo en un lugar mejor que Grace Field, en un lugar con felicidad real y no provocada por mentiras o falsas promesas. Él deseaba lo mejor para ella porque era una de las personas a las que él más apreciaba, la quería a salvo de todo.
  Por eso la dejó morir. Por eso...

  ¿Qué mejor lugar para descansar, para vivir en eterna felicidad que el cielo? Él no creía demasiado en las divinidades, pero... Era su única consolación ante la pérdida de su compañera. Desde la noche en que la vió partir con una sonrisa esperanzada en el rostro y un sombrero acomodado en su largo cabello oscuro, él juró que el plan para salvar a Emma y Norman funcionaría.
  E iba a funcionar, porque no se permitiría la muerte de otro ser querido. Pero claro, el remordimiento de dejar a sus otros hermanos nunca se iba.

—Ray, ¿Qué estás haciendo?

  Él elevó la vista desde las letras plasmadas en su libro hasta la curiosa mirada azul que lo observaba, era de una de sus hermanas. La niña le sonreía con amabilidad, agachada para llegar a su altura y estando recargada en sus propias rodillas. Sus largas trenzas de oro ondeaban junto a la tranquila danza del viento otoñal.

—Anna, hola. —Saludó sin expresión alguna limitándose solamente a alzar una de sus palmas.— Leo un libro.

  La rubia asintió con alegría y se sentó frente a él sin pena o vergüenza, a ella le caía muy bien Ray y no temía hablarle. Era muy callado en ocasiones, pero descubrió que también se atrevía a reír y cantar.

—¿Qué libro es? —La dulce cuestión le hizo dudar de la razón por la cual Anna estaba allí. ¿Qué quería con exactitud?

—Habla sobre los fenómenos naturales. —Explicó el pelinegro.— Lluvia, tormentas, huracanes, nieve...

—A mí me gusta mucho el sol. —Interrumpió con sutileza.— Pero la lluvia es necesaria, por eso también la adoro.

  Ray alzó una ceja. Parecía que Anna estaba muy interesada en el libro, así que no dijo nada al respecto y la dejó estar junto a él.

—Cuando vaya con mis padres adoptivos... —Farfulló clavando sus orbes celestes en el arrebol del atardecer, la noche se hallaba en el umbral del horizonte esperando con millones de estrellas para decorar el cielo oscuro.— Les pediré un paraguas. Pero uno de color, no como los negros que mamá nos da. Uno rosa estaría bien, ¿Verdad? Para protegerme de la lluvia... Aunque... También lo podría pedir azul. Si alguna vez nos encontramos allá afuera y está lloviendo... Como mi paraguas será azul, no te dará pena que te ayude a cubrirte del agua.

  La sorpresa que invadió su humanidad le hizo separar los labios y contraer sus pupilas,  pestañeó varias veces también, no terminando de creer las palabras de su acompañante. Él no era tan cercano a Anna, de hecho, rara vez compartían charlas como la de ese momento, pero ahora lograba comprender un poco más su forma dulce y amable de ser.

Sí. —Ray ladeó una sonrisa nostálgica.— Cuando nos veamos allá afuera...

   Despertó de golpe y con fragmentos de aquel sueño, sueño que más bien era parte de sus recuerdos de la infancia en Grace Field House. Se talló los ojos y mejillas para despabilarse. El aire frío de invierno que se colaba por la ventana abierta de la habitación provocaba que la piel de sus brazos desnudos se erizara y que él intentase cubrir nuevamente su cuerpo con las cálidas sábanas de la cama. La alarma de su aparato digital sonó segundos después de que cerrara los ojos y se entregara a la comodidad.

—¡Buenos días! —La voz de Emma logró llegar desde los pasillos hasta el cuarto, cosa que le hizo bufar y negar varias veces con la cabeza. ¿Cómo Emma podía guardar tanta energía en ese delgado cuerpo suyo? ¿Que nunca dormía profundamente?

Nᴏᴛᴀs ᴅᴇ ᴠᴀɪɴɪʟʟᴀ.~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora