Cathartic

I.

Los padres de Komaeda murieron antes de que pudiera aprender del todo el arte de preparar comida. Sabía lo básico, tal vez cómo freír un huevo, hacer sandwiches y hervir pasta sin que el agua se desbordase de la olla, pero eso era lo único y comer lo mismo una y otra vez era ciertamente aburrido. Llegaba un momento en que la comida simplemente dejaba de saber bien.

Debía intentar algo nuevo. Leyó revistas de cocina, vio videos tutoriales y programas culinarios y una vez se sintió listo, puso todos sus nuevos conocimientos en práctica. Y falló. Y falló. Y volvió a fallar cada intento tras otro.

Odiaba ser un niño tan mimado, su valor se reducía a ni siquiera ser capaz de hacer algo tan básico como lo es cocinar.

La comida que hacía era apenas comestible- con trabajo sabía medianamente bien. Por supuesto, Komaeda podría comerla de todas formas y llamar a ese vergonzoso acto "sobrevivencia" pero eso no lo haría feliz en absoluto. Además, ¿por qué lo haría cuando afuera había infinidad de comida mucho más apetitosa que la que él preparaba?

Incluso cuando al comprar comida se sentía más inútil que de costumbre, tenía que admitir que le acarreaba más pros que contras... o algo así:

1) Se ahorraba tiempo, esfuerzo y dinero (¡la comida chatarra era muy barata!).

2) Había mucha más variedad al alcance de su mano y era más rica que cualquier cosa que el pudiese hacer jamás.

Aun así seguía cocinando de vez en cuando, estaba seguro que comer cosas hechas por manos ajenas le haría más mal que bien a largo plazo. Había días en los que el tiempo se iba volando y por más que tratara no tenía tiempo para nada, mucho menos para cocinar. Esos días llenaba su estómago enteramente a base de comida callejera, pero esperaba a llegar a casa para hacer limpieza.

No estaba seguro de qué tan mal estaba, si se había convertido en un hábito insano o lo que sea. Se preguntaba- ¿si alguien lo supiera lo detendría, le pondría un alto? Pero no había nadie que le llamara la atención, así que no le quedaba otra más que suponer que estaba bien. Él estaba bien. Llegar a casa después de un largo día, abrir la boca e inclinarse frente al retrete, colarse los dedos hasta el fondo de la garganta hasta que por reflejo, su estómago se contrallese y expulsase toda la basura que había ingerido en el día. De alguna manera se sentía correcto. Era catártico.

Al principio dolía. A menudo sus ojos se llenaban de lágrimas y sudaba frío, pero tan pronto como todo terminaba se sentía más ligero, pensaba que entonces valía la pena. Mientras no lo hiciera seguido no había nada de qué preocuparse, ¿no? Mientras no se convirtiera en un hábito podría seguir con su vida normalmente.

A excepción de que si, se convirtió en un hábito, de manera tan sigilosa y silenciosa que cuando se dio cuenta, ya era tarde.

¿Qué era peor? ¿El hecho de no poder culpar a su suerte? ¿El momento en el que tuvo que admitir su culpa? ¿Cuándo el peso de sus malas decisiones lo golpeó directo en la mejilla? Debió darse cuenta en la manera enfermiza en la que era capaz de ver sus venas a través de su piel pálida, traslúcida, raíces de un alarmante color azul profundo. En esas ojeras que se hundían bajo sus ojos, a pesar de que Komaeda pensaba que incluso estaba durmiendo mucho más que lo acostumbrado- quizá demasiado. Podía dormir doce horas seguidas y aun así sentirse cansado apenas despertando, ni hablar del transcurso del día y lo dolorosamente difícil que era prestar atención y procesar lo que la gente decía.

Pero eso no era suficiente para alarmarse, aún. El día en que definitivamente algo pareció encajar fue cuando de su boca no salía nada más que saliva, luego, una sustancia mocosa de un desagradable color amarillento se hizo paso, pero no tardó mucho en teñirse de un tono cada vez más rosa, hasta finalmente ser del todo roja.