Primera parte: "Detalles"

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Cada día, desde que se había interesado en la muchacha, él le dejaba un pequeño presente sobre su escritorio. A veces eran dulces, a veces flores. A veces le dedicaba tiernos poemas, y a veces le dejaba extensas cartas. Ella, aunque solía ser despistada, al correr el tiempo se dio cuenta de la identidad de su admirador.

Se trataba de su superior, y eso hacía que su corazón se encoja de culpa: Los primeros tres presentes los recibió con gusto, con una sonrisa tonta y un rubor plasmados en su cara. Sin embargo, al correr del tiempo, sentía mucha pena al no poder devolver todos esos hermosos detalles.

Luego de haber realizado esas acciones día tras día, durante el transcurso de casi un año, llegó un día importante. Esta no sería una oportunidad cualquiera, sino una muy especial: La muchacha cumpliría finalmente sus veinte años, con lo cual, el de cabellos castaños decidió dar el siguiente paso.

Esa misma mañana, llegó un poco más temprano de lo habitual, y colocó una pequeña caja azul, la cual contenía aretes dentro a forma de regalo, una carta, la cual estaba junto a una bonita y fresca rosa. El olor de la rosa se mezcló con el perfume que él había rociado sobre la carta, para finalmente revelarse de una manera sutil. Salió de su oficina, y se apuró a llegar a la suya, ya que había sido notificado que la joven estaba ingresando al edificio.

Dichosa por la fecha, la cumpleañera saludó a todo compañero que se le cruzara, y alguno le respondía con un saludo o con sus felicitaciones. Entró finalmente a su tan amada oficina, y allí vio una vez más los presentes. Su alegre expresión se transformó a una de culpa, vacilante en qué haría con dichos presentes. Los movió de lugar, y ni se molestó en abrirlos. No se trataba de que ella no estuviera interesada en su pretendiente, sino que ya no le gustaba recibir detalles que no podía retribuir. Sentía que estaba aprovechándose del atento caballero que le robaba suspiros.

La jornada transcurrió con la normalidad de siempre, si normal se puede considerar trabajar en la comisaría, yendo y viniendo, atendiendo a testimonios espantosos y tratando con criminales de toda clase. Una jornada con un breve festejo de por medio.

El reloj marcó las ocho de la noche, y la joven de ojos de caramelo se apresuró a tomar sus pertenencias, pero cuando se dirigía a la puerta, su jefe la abrió y la detuvo.

– ¿No crees que te estás olvidando algo? – movió la cabeza en un ademán para señalar su escritorio. Todo allí seguía igual.

–No... No los quiero. – respondió por lo bajo, intentando no mirarlo a los ojos. A pesar de su susurro, el mayor le había escuchado con total claridad. – Quiero decir, – titubeó. – Sé que es usted el que me ha dejado todos esos lindos detalles. Aun así, no digo que usted no me agrade ni nada por el estilo, pero ya no puedo seguir aceptando estos bellos detalles sin darle nada a cambio... – confesó, mirando al costado. El corazón que se había puesto nervioso por las primeras palabras se había tranquilizado luego de esa explicación. Sus facciones se endulzaron, y una leve sonrisa se formó en sus labios. Bajó sus párpados, relajándose, y colocó una de sus grandes manos en la cabeza de la joven muchacha, acariciando sus suaves y sedosos cabellos marrones.

– Eso no es cierto.

– ¡Pero no le he dado nada!

– Quizás no te has dado cuenta, pero incluso el hecho de que estés aquí hablándome, ya es suficiente. No te percataste de todo lo que me das. – Al decir estas honestas palabras, captó la atención de la joven, quién comenzaba a ruborizarse por ese adorable halago. Ella comenzó a juguetear con sus manos, aplicando más o menos fuerza en el agarre de las asas de su cartera. El mayor tomó sus manos, envolviéndolas con las suyas. – Mi corazón late más de lo normal cada vez que te veo. Cada vez que mirabas con una sonrisa mis presentes... Sentía que mis piernas flaqueaban, y que en cualquier momento iba a desmayarme. – Posó sus manos en su pecho, haciendo que ella sienta sus acelerados latidos. – ¿Lo sientes? Esto no me había pasado antes.

Sus ojos se habían expandido en sorpresa, y el color rojo se avivó en sus tersas mejillas. Miró hacia abajo, y velozmente subió la cabeza de nuevo, haciendo que sus ojos se encontraran con los más oscuros del mayor. Esta vez fue su turno, y ella colocó las manos de su superior en su pecho, para que éste sienta su enamorado corazón.

– Entonces debo decir que ha cumplido su misión con éxito. Usted, mucho me temo, me ha enamorado. – Respondió con un tono divertido, manteniendo esa formalidad ya innecesaria.

Y con la luna siendo su único testigo, se dieron un beso bajo el umbral de la puerta, concretando así un amor que duraría por la eternidad.

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